Después de La última colonia, Ruta de escape y Calle Este-Oeste, el abogado y escritor inglés Philippe Sands presenta este libro apasionante y apasionado sobre los juicios contra el general Pinochet y Walther Rauff, un nazi que huyó a Chile después de la guerra y fue asesor de la dictadura que derrocó a Salvador Allende.

La maestría de Sands para contar casos internacionales de derechos humanos (su temática permanente) es impresionante y no piensa sus libros solamente para lectores con conocimiento de las leyes. Al contrario. Además de la pasión, tiene un lenguaje claro y bello, y una forma de organizar el material que emparenta sus “novelas” (hay que llamarlas de alguna forma y, actualmente la “novela” es un género muy amplio) con el “thriller” y el libro de divulgación: son “documentales” escritos que parecen policiales en cuanto al manejo del ritmo y la tensión. Las obras de Sands son sinfonías en las que todas las formas literarias funcionan juntas a la perfección, como los instrumentos de una orquesta perfecta.

En este y otros libros, el centro del método es seguir, sobre todo, la investigación de los casos. Aquí, cuenta dos muy ligados entre sí -el de Pinochet y el de Rauff- combinando géneros literarios y las dos historias en un entramado cuidadoso dividido en cinco partes: “Detención”, “Justicia”, “Inmunidad”, “Huida” e “Impunidad”. Aunque narra su propia experiencia, el relato se llena de voces y personajes diversos: va pasando de una charla con un testigo a otra, de un documento importante descubierto con esfuerzo a un reconocimiento fotográfico, de la descripción de ciertos lugares clave al momento insoportable en que alguna víctima le cuenta el espanto que vivió. El relato se va armando como un mosaico de voces y personalidades diferentes en todos los formatos posibles (escrito, oral, gestual) y el resultado es la pintura colectiva de una historia de horror muy conocida en estas latitudes y un muestrario de maneras de relacionarse con el pasado, desde el respeto a la negación pasando por la mentira (porque sí, algunos defienden la dictadura chilena y hasta la tortura y la desaparición).

Hay hechos -por ejemplo, la detención de Pinochet- en los que el testigo que cuenta cambia según el momento y así, los lectores ven lo que pasa desde miradas diferentes, la mirada exacta que los pone muy cerca de los acontecimientos. La búsqueda de pruebas sobre los actos de Rauff que, como asesor de Pinochet, organizó el transporte de prisioneros, las cámaras de gas sarín en camionetas cerradas y hasta métodos para hacer desaparecer los cuerpos, produce momentos difíciles de olvidar. Un ejemplo es la reacción de uno de los torturados, que nunca vio a sus verdugos (llevaba una capucha: ninguno de los parecidos con la dictadura argentina de 1976 es pura casualidad como prueba la mención frecuente del Plan Cóndor) cuando Sands le hace escuchar la voz de Rauff, al que llamaban el Chacal: “Se quedó de piedra, puso las manos sobre la mesa y las apretó con fuerza. Permaneció inmóvil y en silencio varios minutos. Yo nunca había visto a nadie reaccionar así”.

Sands explica directamente otro de los mecanismos de la estructura del libro cuando afirma que, en su trabajo en casos internacionales, descubrió que “se aprende mucho visitando un lugar, que las palabras no son capaces de dar una idea completa de la geografía y de la historia que impregna esa geografía”. Sobre todo, en la segunda mitad de Calle Londres 38, cuenta sus viajes a Santiago, a Punta Arenas (donde vivió Rauff), a San Antonio (para ver el sitio donde estaba la fábrica de harina de pescado Arauco); a Cartagena, Chile; a Europa y más. Como lo geográfico tiene mucha importancia, Sands agrega varios mapas, como hace también en La última colonia.

Los testigos tienen opiniones muy diferentes en cuanto a Rauff o Pinochet: algunos apoyan a Allende y otros aplauden el golpe de estado; hay víctimas o parientes de las víctimas del régimen, jueces, periodistas, trabajadores, médicos, obreros, funcionarios, incluso una intérprete castellano-inglés que oficia en el Tribunal cuando Pinochet está detenido en Inglaterra. Todos ellos tienen algo que decir sobre la cuestión. Sands los cita con cuidado y comenta sus palabras: en ese sentido, este es también un libro de debates, en el que el narrador interviene una y otra vez.

Hay muchos responsables de la impunidad: Sands cuenta la protección de ciertos gobiernos (como el de Margaret Thatcher) a los acusados. Y, a partir de ese hilo, también hay reflexiones sobre los procesos legales en general. Una de las conclusiones de Sands es que, en todos ellos, las leyes son importantes, claro, pero también el compromiso de los involucrados (abogados, jueces, testigos). El tema aparece, por ejemplo, cuando avisan a Garzon que están por dejar ir a Pinochet de Inglaterra y el juez reacciona inmediatamente para impedirlo. Podría decirse que la escritura de Calle Londres 38 es parte del compromiso de Sands con los derechos humanos.

La voluntad “documental” del autor puede verse no solo en el cuidado de los datos y las notas al pie sino también en las fotos de las caras de quienes aportan su palabra y de algunos objetos y lugares fundamentales como el piso en baldosas blancas y negras del edificio de Londres 38, en el que se torturaba, interrogaba y hacía desaparecer a los prisioneros.

Sands cuenta como protesta contra la impunidad de personas como Rauff o Pinochet y lo hace como un artista: con la belleza necesaria para hacer inolvidable la historia sin descuidar la exactitud de los datos. Los tres epígrafes del libro son un resumen exacto de la obra y tiene un sentido profundo para Argentina. El primero es una reflexión de Jean Bodin en 1577: “Nada ha engendrado mayores problemas que la libertad que se concede a los malvados para delinquir con total impunidad”. El segundo es de Walther Rauff, el nazi, que, en 1979, se define a sí mismo como “un monumento”. El tercero es del general Pinochet que, en una entrevista de 2003, dice con seguridad “Soy un ángel”. Los tres epígrafes dan una vuelta sobre sí mismos como una serpiente que se muerde la cola: en 2003, el ex dictador chileno que convertía los cuerpos de los desaparecidos en harina de pescado para alimento de pollos, puede sentirse “un ángel” porque goza de la impunidad que le concedió el sistema.