Acaso no sean lo mismo los bodegones y los bares que "no duermen". No nos interesa hacer una exégesis, simplemente una evocación y preguntarnos si en tiempo presente existen o sobreviven reductos de bohemia en la madrugada. Como dice la bella canción de Numhauser "todo cambia" y como escribió Homero Expósito "es dialéctica pura", entonces sería bueno saber si el devenir del tiempo barrió con algo de todo lo que alguna vez conocimos y que anida en nuestros recuerdos.

¿Qué quedó de esos lugares con pocas mesas, sillas desparejas, radios con frituras largando tangos en noches de tormenta con seres solitarios que hacen confesiones y consumen tabaco y café a granel?

El boliche de Rueda en el Barrio Tablada, Zona Sur, El Mariscal de Tiro Suizo, los bares de Pichincha y Rosario Norte, el Bar La Capital, el Bar Japón, El San Pablo, La Buena Medida con sus familiares de milanesa interminables.

¿Poesía? Y bueno, un poco de poesía, puede ser pero rumbeando para los versos de Nicolás Olivari, Facundo Marull, González Tuñón o Alejandra Pizarnik. Quizás más directamente a la prosa de Roberto Arlt y sus seres desolados, desangelados y sin rumbo. Las novelas de Rubén Tizziani y los romances trágicos e intensos en diversas ciudades.

Bares, ciudades, historias y leyendas perennes. En fin, esta ciudad, Rosario exhibe luces y sombras, según me parece más sombras que luces. Y el pasado que dejó marcas y huellas que son imborrables.

Carlos A. Solero