Enviado especial a Disney.

Queridos compatriotas, me comunico con ustedes desde Disney, adonde vine a comprobar los sinsabores del capitalismo para ratificar que la razón está de nuestro lado. Pues, amigos, tengo malas noticias. Estábamos equivocados. El capitalismo es sensacional.

La fase superior del capitalismo no es el neoliberalismo o la globalización, como dicen por ahí. Es Disney. Un mundo donde lo que importa es jugar, seas chico o grande, monotributista o CEO. Adentro de un simulador de Avatar, todos somos iguales, y jugamos y sufrimos iguales.

Acá la vida es un juego perpetuo. Y cuando estás jugando el tiempo no pasa, las frustraciones no llegan, las novias no se van, no se envejece. Un día jugás y otro día te morís, es todo.

Ahora entiendo a los queridos hermanos yanquis. ¡Desde arriba de la montaña rusa, Latinoamérica, Africa, Júpiter, es todo lo mismo! Desde allá no importan los chicos con hambre, no se distinguen de los gordos y satisfechos. ¿Quieren olvidar el hambre? ¡Que vengan a Disney!

Y nosotros, argentinos al fin, teníamos que complicarla. En lugar de jugar un juego llamado montaña rusa, transformamos nuestras vidas en una montaña rusa. Y subimos, y bajamos, siempre al borde de caernos del precipicio, de asfixiarnos, de vomitar, y no de risa sino de asco. Había que reír, no llorar. Acá la gente es tan feliz que se sube a un aparato que lo tira por los aires para conocer el miedo y el dolor. Eso es el capitalismo‑Disney.

De entrada, nomás, firmé unos papeles donde empeñé sólo los años que me quedan de vida y me dieron una camioneta Cherokee. ¡Qué motivo de orgullo tener indios que se extinguen sólo para que con su nombre se pueda bautizar un coche! Esos son indios, no como los nuestros que no sirven ni para eso: Ford Mapuche, habrase visto. 

No hay que enojarse con los yanquis. Pudiendo ser felices, ¿por qué perseguir la infelicidad nuestra? Y se entiende que sean colonialistas. Si había que destruir medio mundo para crear Disney, está bien. Era destruir tristeza para construir alegría, sacrificar vidas tristes por alegres.

El hambre es otra ilusión. Si podés comprar pretzels a un dólar, ¿cómo podés pasar hambre? Pretzels para todos y todas. Eso es revolucionario. Ya sé que ustedes -¿argentinos eran?- me van a decir que acá también hay gente pobre. Claro que sí, los amargados que no saben jugar, que no saben sacarse una selfie con el pato Donald. Pero, ¿quién quiere gente así en Disney?

Los que barren, lavan, cocinan, no es porque son pobres. Es porque son tristes, y fueron relegados a ese lugar por no saber jugar. Es el huevo y la gallina. ¿Son tristes porque son pobres o son pobres porque no saben ser felices? Usted me dirá que estoy equivocado. Y yo le digo que la mayoría, apenas se pueda comprar (o alquilar, o robar, por qué no) una Cherokee, dejarán de estar tristes y ya se subirán a la montaña rusa como cualquier otro capitalista más. ¿Huevo o gallina?

Volviendo a mis obligaciones de pensador, digo que para hacer la revolución habría que comenzar por desarmar Disney. ¿Entienden el oxímoron? Para hacer la revolución hay que abolir la felicidad. No importa que sea felicidad artificial. Es la que está más a mano, se vende al contado o en cuotas. La otra, la existencial, exige demasiados sacrificios y a veces la vida.

Mejor una vueltita más de montaña rusa. Para qué vas a ir por la vida con cara de vinagre si te la pueden plotear como la del pato Donald o Tribilín. Ploteame ésta, por favor.

¿Cómo no lo entendimos antes? No había que soñar con la revolución. ¡Había que construir Disney! Vivir en juego perpetuo, vigilados a la distancia por un hombre congelado, de aire mitológico (igualito que el Dios nuestro), y sin interceder, porque cuando los chicos juegan, no hay que molestarlos. Es cuando dejan de jugar que se vuelven peligrosos, entonces más montañas rusas, más televisión, más mall.

Uno se sube a una montaña rusa al instante se olvida de que leyó mil libros y de que le faltan leer otros miles. ¿Marx? A menos que sea un mall donde todo es barato, no importa. Si quieren que Marx sea famoso, fabriquen un pretzel con su nombre, y chau. ¿El comunismo? ¿Es un simulador o un juego de pistolas de juguete?

De todas maneras, y aunque yo haya comprobado las bondades del capitalismo, debo decir que para nosotros ya es tarde. El capitalismo-Disney nos está vedado porque ya estamos demasiados amargados. Y el otro, el capitalismo clásico, el del consumo permanente, también, porque por amargados hemos sido declarados pobres. El huevo y la gallina.

En lo que respecta a mí, más en sentido personal, quiero decirles que vini, vidi, vici: me subí a la montaña rusa y no vomité. Y que si vuelvo es por ustedes, para llevarles, o venderles, la fórmula de la felicidad, la fase superior del capitalismo.

Si vuelvo, porque por ahí me la quedo para mí sólo... y que los vinagres bufen.

 
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