El 30 de marzo de 1982 fue un día lleno de valentía, temores, corridas, miradas, agitaciones varias. Éramos tantos que de verdad llegamos a pensar que estábamos todos. La pobreza aumentaba escandalosamente. Sabíamos de los desaparecidos, de los asesinados que eran anunciados como muertos en enfrentamientos. Las cárceles sumarias con causas inventadas sin ningún pudor. Las marchas contra la dictadura habían sido progresivas y la represión era feroz. Incluía encerronas, palazos al voleo, neptunos con tinta que no te la sacabas con nada y le permitía a la policía encontrarte mucho después. Y sabíamos que los milicos habían asumido el gobierno con apoyo popular y unos seis mil millones de dólares de deuda externa, y se irían del gobierno dejando una deuda de cuarenta y cuatro mil millones de dólares de deuda. Y Videla, que en 1978 había inventado una guerra, se abrazaba con Pinochet.
El recuento en ese tiempo era horrible. Una enorme masa de científicos, intelectuales, pensadores, laburantes, estaban fuera del país. Algunos exiliados, otros nomás se fueron para no vivir con miedo o ser presos o morir de hambre y necesidades. Ahí había amigos, familiares, familiares de amigos, pero en general, después de cada manifestación nos juntábamos en alguna casa a tomar mate y cantar canciones. Nos relatábamos qué había pasado, como habíamos zafado de la cana y del neptuno, y cuando alguno aparecía con las manchas del hidrante, aparecían las formulas mágicas: frotar con lavandina, con limón, con alcohol, con cepillo, y la mancha quedaba disimulada por la irritación de la piel que dolía más que el merthiolate. Entonces nos reíamos.
Al “30” llegamos después de muchas marchas. Algunas, relámpago, creativas como había que serlo para no caer en cana, porque los milicos no perdonaban y lo sabíamos. Alguien había inventado un sistema muy efectivo para soltar mariposas de papel (que ahora van por internet y se llaman flaiers) que eran unos volantes muy chicos donde estaban las consignas. El de la marcha del 30 era una sola: paz, pan, trabajo. El aparatito en cuestión era una tablita con una gomita donde se ponían las mariposas y se apuntaba para arriba y salía una nube de papelitos. Claro que era lo mismo tirarlas con la mano y listo, pero la creatividad estaba en todo y nadie le pinchaba el globo a nadie.
En aquella época los pocos mas viejos que quedaban, lejos de ningunear a los más jóvenes, los cuidaban orientándolos, alertando, explicando cómo sería la represión, cómo se movería la policía, cómo reconocer a los de civil. Y los horarios de reunión al final de la movilización eran importantes para el recuento. Y después de nuevo, mate, risas, algunos besos y canciones. Gritábamos a Silvio voz en cuello, alguno hasta se animaba en pésimo portugués a cantar “a pesar de vocé” de Chico Buarque, y descubrimos en unos cassettes que llegaban escondidos, que la voz de Violeta Parra no era como la de Mercedes Sosa, sino más bien cascadita como quien canta como puede, pero escribe como nadie jamás lo haría. Entonces seguimos admirando a Mercedes, pero nos enamoramos de la frágil ternura que nos provocaba Violeta.
Tres días después del 30, Galtieri puso a unos militares en marcha a inventaron la recuperación de las Islas Malvinas y allí se mezcló todo. El General dipsómano llenó la Plaza de Mayo. La misma plaza que habíamos ocupado para sacarlo, ahora se llenaba de apoyo. Un compañero alertó con “ojo con esto que es una maniobra que nada tiene que ver con Malvinas. Acuérdense lo que pasó en el '78 que Pinochet la tenía complicada y Videla también, y se inventaron lo del Beagle”.
Algo parecía que se quebraba en aquel momento y nos ganó la confusión. Muchos de lo que habían manifestado el 30 estaban en la Plaza de Mayo. Algunos militantes de la izquierda opinaban que aquello podía ser el inicio de la patria grande. Hasta vimos al canciller Costa Méndez saludando a Fidel Castro en Cuba. Dos semanas después la cúpula militar argentina se rendía sin condiciones ante el ejercito inglés y a nosotros nos dejaban, una vez más, la fila de patriotas muertos, desaparecidos y mutilados. Y aquellos que se dejaron confundir, volvieron. Un poco más golpeados por la ingenuidad propia, pero volvieron.
Las manifestaciones siguieron, se fortalecieron después del verdaderamente horrible drama, y volvimos a salir a la calle, cada vez más, cada vez mas valientes. Todo lo sucedido desde el golpe de estado nos había enseñado -una vez pasado los primeros estupores- que moverse era la única forma de que no te acierten. Entonces era salir, gritar, agitar, cuidarnos y volver a tomar mate y cantar canciones. Y cuando llorábamos por la recordada Amanda y la mala hora de su creador con los dedos destrozados, nos sabíamos heroicos. Todos.
En fin que acabo de leer esto que escribo y veo que los caballos se me fueron por las goteras del tiempo. Pido disculpas. Todo surgió porque vi el diario, hice una suma fácil y se me ocurrió lo que escribí en la primera estrofa de estas líneas.