Apenas llega al bar de la entrevista Romina Paula -dramaturga y directora, escritora, actriz- despliega su sensibilidad. Está conmovida por una situación que vio en el colectivo. "Compartir la ciudad con otros es una parte importante de mi vida. Hace a lo que pienso sobre el mundo. Cuando estoy aislada siento que empiezo a ocupar un montón de espacio, y a preguntarme qué hago conmigo", revela. Su cuarta novela, Hija biográfica, aborda los vínculos familiares y la construcción de la identidad, y transcurre en Córdoba, un territorio explorado y querido por ella. En su interior hay una dicotomía, y con esta frase parece explicar por qué elige, en parte, la literatura: "Tenía ganas de escribirme una vida que no tuve".
El paisaje es un protagonista más de Hija biográfica. Escrita en primera persona como otras de sus obras, es la historia que cuenta Leonor, una niña/ preadolescente que vive, junto a Leticia, la mujer que la crió, en Los Hornillos. Leonor no conoce a su madre biológica pero en un momento lo desea. Salpican el relato las hazañas profesionales y amorosas de Leticia, quien tiene otra hija más pequeña. En el texto publicado por Entropía, que será presentado el domingo 29 de junio (a las 19.30, en Soria, Gorriti 5151), Paula retoma el monólogo íntimo condimentado por la autoficción, y da otra vuelta a tópicos transitados en su literatura envolviendo a tres generaciones.
La autora de ¿Vos me querés a mí?, Agosto y Acá todavía comenzó a escribir esta novela para una convocatoria, en 2018. Puede ser leída, también, como un "manifiesto" en favor de la amistad y de la ficción. "Las familias 'normales', o sea, la mayoría, son así. La familia no está necesariamente dada por la sangre en el mundo que conozco y que deseo. Esto es re de época", expresa la escritora. "Esas familias más estructuradas que conocimos en otro momento, que además se tenían que mantener por la razón que sea, ya no... después en la realidad las historias terminan siendo 'me crió mi tía, mi hermano, mi abuela', incluso en las casas que parecen más formales", completa la directora de Sombras por supuesto, que lleva dos años en cartel, con actuaciones de Esteban Bigliardi, Pilar Gamboa, Esteban Lamothe y Susana Pampín (lunes a las 20 en Arthaus Central, Bartolomé Mitre 434).
-¿Cuál es tu relación con Córdoba? ¿Viviste en algún momento allá?
-No. Por Agosto todavía me preguntan "¿cuándo te viniste del sur?". Y es ficción también (risas). Tengo esa fantasía de que me gustaría o me hubiese gustado vivir en la sierra. Pero no creo que pueda. De Buenos Aires no me iría definitivamente. El teatro necesita de la gente y me gusta vivir acá. Además mi hijo (Ramón) vive acá, va a la escuela, esas cosas. Es una vida que me gustaría o podría haber tenido.
-Pero vas seguido, ¿no? Si no, parece imposible que hayas escrito este libro...
-Tengo amigos allá. Mi mejor amiga se fue a vivir con su familia a Merlo, que es ahí al lado, mismo paisaje. Ella hizo esa vida. Algunas cositas le robé para el libro. De chica con mi familia iba al Valle de Calamuchita. Ahora de adulta descubrí Traslasierra. Fui conociendo distintas localidades, incluso Los Hornillos. Tengo unos amigos en Las Tapias, tienen una casa ahí adonde fui a escribir los últimos capítulos. La sierra es el bioma que prefiero. Mucho más que la alta montaña. Me siento a gusto con la dimensión serrana, el clima, la vegetación.
-¿Entonces la ficción te sirve para crearte un mundo deseado?
-Sí, además tardo un montón, entonces me acompaña mucho tiempo ese mundo. Por eso me pasa que cuando se publica estoy como de duelo. Cerrás la puerta y para la gente empieza pero para vos termina ese mundo, te abandona. Re extraño a Leonor, el mundo de ellas. Porque es esa vida que me hubiera gustado tener. Y hay algo loco, implacable: los hijos van creciendo. Ramón tiene 10 y todo pasa muy rápido; pronto ya no me va a dar más bola. El sigue creciendo; en cambio Leonor va a quedarse siempre en esa edad. Queda capturado ese período de ellas.
-¿Por qué tardás "un montón"? ¿Por la convivencia de literatura y teatro?
-En el teatro siempre tenés otra gente, compromisos y fechas. Eso te organiza las prioridades. Como la novela es algo que solo uno mueve, entonces en general lo voy relegando. Pero tardo, además, porque en realidad no voy a ningún lado. Es hermoso e importante que salga un libro pero podría no salir otro más, no pasa nada.
-¿Entonces el teatro te representa el vínculo con otros y la escritura te aporta una atmósfera íntima?
-Está bárbaro ir basculando la esfera íntima y la cosa más pública. Cuando fui a la casa de estos amigos para escribir el final de la novela tenía un poco la fantasía de algo que no había hecho nunca: ir a una residencia. La escritura siempre estuvo mezclada en mi vida de multitareas. Entonces para mi cumpleaños del año pasado me "autorregalé" una semana en la casa de estos amigos. No tenía nada más que hacer que escribir. Lo re aproveché, pero fue un poco angustiante. Estaba finalmente en Córdoba, en la sierra con amigos, me hice una "autorresidencia" en un cuartito, tenía una ventana divina, veía los perros, los pájaros y todo. Y dije "esto no me funciona". A la tarde, después de almorzar, cuando volvía al cuarto y veía mi computadora me agarraba como... pensaba "tengo que volver a esto". Veía el archivo abierto y me quería ir a tomar un café (risas). Dije: "Soy mucho más de ciudad de lo que me quería admitir". Para escribir necesito que me pasen muchas otras cosas en el día.
-Una de las particularidades de la novela es la voz del personaje preadolescente. ¿Cómo la trabajaste?
-Es un tema re delicado. En los talleres lo hablamos un montón y desde hace años cada vez que alguien traía una voz infantil yo estaba con la antena re prendida porque estaba trabajando en eso. Escuchaba los comentarios de los demás que por lo general son: "no sé si una nena diría eso". Cuando les pasé el libro a los editores fue una conversación si una chica de 10 ó 13 usaría tal palabra, pero yo ese verosímil lo descarté. No quería que fuera una desgrabación de una chica real de entre 10 y 13 que vive en la sierra. Está en el mundo de la ficción, en el sentido de que tiene asociaciones, pensamientos y palabras que no usaría... bueno, ¿quién soy yo para decir qué no usaría una chica? Me divertía tratando de que fuera una voz con esa mezcla de cosas muy infantiles y otras ya más adultas, cosas adquiridas y otras más personales. A los niños se les va interfiriendo todo, lo que les decís, la escuela, la computadora... todo eso comienza a generar un lenguaje. No sé si diría que robé, pero estuve muy atenta al modo de asociar de Ramón. Me divertía imaginar a los amigos de Leonor. Camila Aluminé (su amiga) me encanta. La madre podría ser yo de alguna manera; es un juego. Es loco porque pasé del otro lado: los protagonistas son más jóvenes ahora. En las novelas fueron siempre primeras personas de mujeres que tenían diez años menos que yo, pero era obvio que tenían que ver con mi presente. Ahora hay un salto. La voz tiene 30 años menos que yo.
-¿Qué planteos nuevos sobre la maternidad habilitó este salto?
-Desde que tuve a Ramón la maternidad es algo con lo que convivo y me trae nuevos pensamientos y preocupaciones y trato de compartir eso. La sensación de ser un adulto a cargo de alguien me sigue pareciendo un delirio. El otro día pensaba en la responsabilidad emocional que tengo respecto de él: la tengo en algún lugar extraño acomodada donde no me hago tanto cargo porque si realmente pensara en lo que significa ser responsable de alguien me parecería un abismo. Creo que hay que tener una cuota de negación para estar fluyendo con ese vínculo y no pensar todo el tiempo que sos responsable por esa persona. Lo que construyo en la novela es un vínculo no tan vertical. De hecho habla la niña y parece la adulta y la madre parece una criatura de Dios, medio improvisada; eso lo veo mucho también. Me gusta mucho el vínculo invertido, de niños o niñas muy en su centro y madres y padres que a duras penas pueden consigo mismos y entonces también me pregunto quién educa a quién. Es recíproco. Es un poco la hipótesis del libro.