Entre el cotillón farsesco que le da una apariencia de payaso macabro tiene lugar el primer monólogo donde Ricardo III establece su vínculo con el público. Antes vimos proyectada una R en la cortina metálica que da cuenta de un estacionamiento, ya que la puesta en escena está armada como un collage donde los diferentes elementos de la escenografía diseñada por Bárbara Horáková Joly remiten a una articulación de espacios y de situaciones. Fue en un estacionamiento de Leicester donde en el año 2012 se encontraron los restos del verdadero Ricardo III y es en ese lugar donde el director catalán Calixto Bieito hace hablar a su criatura con las palabras del texto shakespeariano.
Ricardo enuncia las características físicas que lo convierten en un ser aborrecible: su deformidad maltrecha como si hubiera nacido antes de tiempo, su falta de atractivo que no le permite participar de las pasiones amorosas. Esos rasgos esperpénticos son la causa de su dedicación en la práctica del Mal.
Por supuesto que el Ricardo que vemos no se condice con esa descripción. No solo porque el actor que lo encarna es Joaquín Furriel que no responde a esa fisonomía sino porque la versión de Calixto Bieito y Adriá Reixach, basada en la traducción de Lautaro Vilo que deja lo esencial de la historia, se compone de dos miradas divergentes sobre el rey que ocupó el trono de Inglaterra en 1485. La escritura original realizada por Shakespeare en 1592 se dio en el marco del reinado de Isabel I, nieta de Enrique VII quien triunfó en la batalla de Bosworth en el marco de la Guerra de las Dos Rosas (desarrollada en el desenlace de la tragedia shakesperiana) que estableció la dinastía de los Tudor. Pero en Inglaterra existe hasta nuestros días una corriente llamada ricardiana que se propone reivindicar la figura de Ricardo III, a ese movimiento pertenece la antropóloga Philippa Langley (a cargo de Silvina Sabater) quien emprendió la búsqueda de sus restos.
El sujeto raro, que podría generar rechazo y burla ha conseguido establecer su dominio en esta historia.
En esta yuxtaposición de imágenes, lecturas históricas y ficcionales se estructura La verdadera historia de Ricardo III que se estrena mañana en el Teatro San Martín.
El montaje del director catalán Calixto Bieito se asienta en una narrativa contemporánea. Mientras Ricardo realiza su primer monólogo el resto del elenco está parado sobre una mesa con sus guardapolvos de científicos y una constelación de pantallas muestran la radiografía de una columna vertebral. Un rato después, despojados de ese atuendo y convertidos en personajes de la tragedia isabelina pero con un vestuario diseñado por Paula Klein propio de nuestra época con hombres de frac, y mujeres con traje sastre o vestidos rojos, negros, verdes y amarillos, van a sentarse como adormecidos, coronados por ese cotillón triste que da cuenta de una fiesta agónica.
En la concepción bufonesca de Ricardo la dimensión del Mal se inserta en el cuerpo del anormal y maltrecho. El diferente sabrá entonces convencer a Lady Anna (María Figueras) de ser su mujer después de haber asesinado a su padre y a su esposo mientras arrastra una bolsa negra con pies de micrófonos que vienen a representar al muerto (elementos que serán usados por Ricardo como instrumentos políticos) del mismo modo que será capaz de persuadir a la reina consorte Isabel Woodville (Belén Blanco) de entregarle a su hija (sobrina de Ricardo) después de haber asesinado a sus hermanos pequeños. No es desde la seducción que Ricardo conquista sus propósitos sino desde la locura y el miedo que irradia desde su lugar de poder.
El desafío de Calixto Bieito era contar desde una estética susceptible de apropiarse de la arbitrariedad de los textos shakesperianos que no se regían por el verosímil sino por una voluntad más efectista donde los personajes eran expuestos a una transformación extrema. En esta línea, comprender que el miedo puede ser uno de los motivos que provoca esa mutación drástica en un período de tiempo muy breve es fundamental para darle soporte y para encontrar elementos dramáticos en una de las obras más difíciles de todo el universo shakesperiano.
La versión de Calixto dialoga con un presente donde el sujeto raro, que podría generar rechazo y burla ha conseguido establecer su dominio y lo que instala es una sucesión de muertes que no despiertan en él contradicción alguna. No estamos aquí frente a un héroe de la envergadura de Macbeth que veía el fantasma de sus muertos como una señal de culpa. Ricardo III es El Mal absoluto y el espectro de todas las personas asesinadas surge en el marco de un sueño.
De este modo se cuenta la batalla final de la tragedia como una escena onírica donde Ricardo está en su cuarto de la infancia, que es un desprendimiento de una calesita donde hay un montón de caballos pintados y él es un niño que sufre hostigamiento de parte de sus compañeros de escuela que son Luis Ziembrowski, Ingrid Pelicori, Belén Blanco, María Figueras, Marcos Montes, Luciano Suardi, Iván Moschner, Luis Herrera y Silvina Sabater, actores y actrices de la obra devenidos en niños/adultos. Ese pasaje hacia un territorio que de alguna manera se anticipa en el cotillón de cumpleaños infantil como un dato discordante, remite al plano de la examinación de los restos de Ricardo en el laboratorio. Ese monstruo defectuoso (calificado así en la época isabelina para remarcar su componente maligno) era en realidad una víctima del bullying
Si bien los científicos encuentran alguna anomalía en esos huesos que parecen corresponder a formas gráciles y femeninas, como si hubiera alguna ambigüedad de género que viniera a cambiar la configuración estética del verdadero Ricardo, lo más audaz de la puesta sucede en el plano ideológico.
La complicidad que Ricardo establece con el público, los modos de comentar sus hazañas, su habilidad para engañar, convencer, mandar a matar y deshacerse de sus sicarios, para hacer de todos los personajes instrumentos de su maldad, permite pensar los modos en que los pueblos responden, acompañan y estimulan a los tiranos, festejan sus fechorías y consienten identificarse con ese ser minusválido que disfruta de su revancha. Si bien este comportamiento ya se encontraba en el texto shakesperiano, el tono de bufón que asume el personaje de Furriel le da una actualidad donde la forma poética tiene un valor político. Cómo no encontrar una asociación entre esa melena platinada hecha de papeles deshilachados con el artículo de Andrew Anthony en el diario británico The Guardian sobre el pelo de los líderes políticos de ultraderecha.
La puesta sucede desde un ensamble de situaciones que rompe con el límite de las escenas. Los personajes invaden una secuencia que remite al texto clásico para hacer ingresar a un científico que menciona la forma de la espalda de Ricardo. El pasaje de un momento a otro ocurre con los actores y actrices siempre en escena, en la permanencia de un estado que establece un relato secundario. Vemos la locura de Anna y el deambular de los personajes asesinados. Las mesas que delatan un conciliábulo real devienen en pupitres o en estructuras más ambiguas. Los cuerpos están impregnados de una forma sacada, brutal, de ese desfase que el poder y el reino propician. Ricardo es un búfalo, una bestia como si la obra se propusiera pensar la dimensión de lo humano y la configuración del Mal que surge tanto del ejercicio de poder como desde la humillación.
Esa guerra donde la derrota es sellada en una súplica de Ricardo “Un caballo, mi reino por un caballo” ocurre en su cabeza, es el resultado de un trauma y está escindida del desenlace de la trama de engaños, manipulación y crímenes que él supo pergeñar y a los que todos los personajes obedecieron, más allá del desprecio y el odio que Ricardo generaba en ellos. En esa estructura donde se articulan varios mundos, la tragedia isabelina consigue dialogar con esta época al encontrar su resolución no en la emulación de una batalla sino en la transcripción o mutación de otra forma de guerra que ocurre en la diseminación de El Mal, en un componente más psicológico, en una crueldad que parece potenciarse en un hombre pero que es factible de tomar los cuerpos y las voluntades de su entorno.
La verdadera historia de Ricardo III se presenta de miércoles a domingos a las 20 en el Teatro San Martín.
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