A contrapelo de las búsquedas normalitas, los márgenes siguen fermentando la imaginación y detentando la máxima autoridad en esto que llamamos informalmente innovación pero que, en el fondo y en el frente, es genialidad. Alejandro Cura es un genio moderno. Un hombre que forma parte de una escena que leuda al calor de los Cybercirujas, del activismo digital y del hacktivismo de código abierto. Y que acaba de llevarse una distinción pulenta gracias a una creación loquísima: ganó The Ultimate Indie Mash, una prestigiosa muestra internacional organizada por Sickhouse, que reúne a los máximos creadores experimentales y originales del mundillo contracultural. Un premio que obtuvo gracias a su chiche Ventilastation, un videojuego para ventiladores. O una consola de videojuegos ventiladorística. Un poco de esto, un poco de aquello: una creación así, bien freak, a la altura de semejante flash.

Desde que tiene memoria, Alejandro Cura colecciona computadoras retro. Y su fábula es la de un hombre que se curtió toqueteando, arreglando, jugando y echándoles cabeza a los fierros y a los bytes. Tuvo su primera computadora a los 11 años y hoy, después de terminar con su último trabajo formal, se está dedicando full time al desarrollo de proyectos independientes. Sumó experiencia en Canonical (link directo a Ubuntu, que es un sistema operativo pero también una religión). Desarrolló juegos de mesa que bebían del cuenco del rol. Hizo softwares para satélites, aplicaciones complejas para finalidades sencillas.

Pero el close-up ligado a los videojuegos lo lleva al 2007, cuando visitó el Museo de Máquinas Recreativas Soviéticas en el mismísimo segundo sótano de la Universidad de Moscú. Llegó por participar intensamente en la comunidad del lenguaje Python Argentina desde 2005. Así, entre birras, códigos y nerdeadas, llegó a charlas de diversos países, que derivó en otro tendal de relaciones. "Nos juntábamos a hablar de programación y yo insistía para 'hacer jueguitos'. Nos terminamos enganchando con un grupo para hacer juegos de compu en Python", le cuenta al NO.

En el 2007, el presidente de la Asociación Civil Python Argentina le insistió a Cura para que envíe su videojuego al evento internacional de Python que se hace en Estados Unidos y, también, en forma rotativa, en alguna parte de Europa. "¡Ese año se hizo en Lituania! 'No debe quedar tan lejos de Moscú', pensé. Y terminé en Moscú. Fue increíble: la arquitectura, los subtes, todo fue maravilloso." Allí, en medio de un búnker antiaéreo, le explotó el cerebro con las máquinas recreativas soviéticas de los '70 y '80, muchas electromecánicas. "Lo tomé como algo copado. Siempre busco hacer cosas divertidas. Yo participaba de un hacker space que hacía nerdeadas de todo tipo. Y en ese momento, desde esa experiencia en Moscú, me propuse hacer un juego electromecánico. Siempre busco hacer cosas divertidas", continúa.

De ese gran club de hackeo depuró en un pequeño grupito que se despachó con Reflektor, un juego hecho de lásers y espejos. "Yo no hacía electrónica, sólo hacía software. Uno de los pibes fumaba faso para que el humo se viera en el láser rojo. Mientras tanto, yo tiraba líneas de código", explica. Aquel juego terminó en el Museo del Juguete de San Isidro y, con afán incógnito, fue presentado como un "falso footage". Más tarde, después de su cebamiento con el Super Hexagon de mobile y de detenerse a pensar en lo loco que era que las personas le pongan tiras de leds a las ruedas de sus bicicletas, llegó lo mejor. "Estaba jugando en el baño y, después de golpearme la cabeza con la mochila del inodoro, mezclé las dos ideas", revela, con guiño al Condensador de Flujo del futurístico DeLorean. Ahí surgió el embrión de lo que se convertiría en Ventilastation, su último hit, contracción evidente y pop entre "ventilador" y "PlayStation".

Así las cosas, en un campamento de Python, juntaron unos leds, un cable de red cortado, una cinta de papel y unas líneas de Arduino, configurando el primer prototipo. "Alguien giraba ese cable como un ventilador humano al ritmo de la música y otro tocaba la barra espaciadora, ajustando los números de código para que salieran algunas palabras." Después de meterle salsa a un motorcito construido con piezas de LEGO y leds, le sumaron un ventilador Liliana, el verdadero punto de giro de la historia. "Con la poca memoria de Arduino conseguimos hacer un juego usable, pero después lo colgué." Era 2015 y a la idea le faltaba un poco más. Necesitaba hacerlo, digamos, rejugable: "Era más un puzle que un juego", reconoce. Y de a poco fue llegando la data.

Junto al artista multimedia Jorge Crowe y al lutier hack Cristian Martínez (a.k.a. Ariel Flores) sacaron hélices, quemaron algunos ventiladores y definieron complejizar sus gráficos. En tanto, para 2019 presentaron una versión del Super Ventilagon, aquel proyecto, en la Game On, un evento dedicado a los juegos experimentales. "Era la versión nueva de lo que empezaba a ser una consola. Ya no quemaba motores, no tiraba aire y dejaba atrás el Arduino para darle paso al Esp 32, que permitía tener gráficos más complejos. Eso le permitió hacer juegos de navecitas, con más tecnología. Estoy en la búsqueda de desmitificar la tecnología", tira, casi como un postulado, como un acto de fe.

Hasta que por fin depuró su invento: Ventilastation, el proyecto con el que ganó su distinción internacional, es –sí, señor– una consola de videojuegos. "Ahora mismo hay gente en jams desarrollando juegos para este ventilador. Todo esto me pasó de curioso, porque no sé si lo mío es el arte. De hecho, soy más parecido al Doc Brown de Volver al Futuro que a un artista", señala, al tiempo que destaca un taller que hizo sobre "juegos artísticos" con Lu Oulton y Laura Palavecino, quienes terminaron de darle cauce a su pasión.

Sin ir más lejos, la Ventilastation ya cuenta con juegos como Vyruss (de naves), Vortris (una especie de Tetris), otro tipo Plants vs Zombies, un tracker musical, un símil Dance Dance Revolution, V-Extreme (con una canción de Electrochongo) y otros títulos más. "Hay varios colaboradores que se juntan a hacer juegos de ventilador en el Club 404 y en Cybercirujas Buenos Aires", insiste. Por estos días, después de aquella distinción, Ventilastation ya reservó su ticket para viajar en noviembre al Overkill Festival, en Holanda, un evento de corte experimental. "La consola va a viajar. Yo, todavía no lo sé", confiesa.

Cura profundiza: "Todo lo que publique va a ser como software libre. Por eso estoy viendo si les armo uno y se los dejo allá", lanza. Asimismo, Ventilastation cuenta con presentaciones frecuentes en el Club 404, el último reducto underground de los videojuegos nacionales e independientes emplazado en el barrio de Congreso. ¿Expectativas para lo que sigue? En línea con su alma open source, casi como en una declaración de principios, no quiere que Ventilastation se convierta en un proyecto de índole comercial. "No me interesa en lo más mínimo", arremete.

Y concluye, firme en su convicción independiente, autogestiva y espiritualmente alejada del mainstream: "Quiero participar de proyectos comunitarios, lograr que sea fácil desarrollar juegos para Ventilastation y hacer que más gente lo conozca. Es que siempre me moví en el under del under". Porque las limitaciones técnicas no siempre encadenan; a veces dan origen a otra forma de expansión, a una nueva encarnación de la libertad.


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