Me llegó un audio de Juan Domingo Perón por WhatsApp. Por lo que estaba afirmando, dudé si era real o estaba armado con Inteligencia artificial. Tengo algunas lecturas previas y me parecían raras las afirmaciones que sostenía. Decidí chequear la información y lo busqué en Google. Encontré un texto, algo similar, pero también era rara la fuente de las páginas en la que me aparecía.
En esta nota no quiero reflexionar sobre la autenticidad o no del texto de Perón que me apareció (no lo pude determinar). Sino de la facilidad para construir información falsa y las dificultades para verificarla.
A modo de ejemplo, un video falso de Perón reivindicando a Hitler puede ser creado fácilmente en unos minutos. Un texto que replique la estética y la prosa de Perón en la misma línea de pensamiento, también. Estos contenidos pueden insertarse en la web y las redes digitales y muy probablemente usuarias y usuarios los compartirán indignados.
En el debate político actual pareciera que la indignación es el motor y las noticias falsas “la realidad”.
Incluso antes de los avances actuales en inteligencia artificial, un estudio del Instituto Tecnológico de Massachusetts ya advertía que la información falsa tenía un 70 % más de probabilidades de ser compartida que la verdadera. Además, esta última tardaba seis veces más en difundirse. No se trataba solo de bots o cuentas falsas: también las personas compartimos noticias falsas porque suelen ser más llamativas y porque refuerzan nuestras creencias, alimentando nuestra identidad y visión del mundo.
Actualmente, la distinción entre lo verdadero y lo falso se vuelve más invisible. ¿Dónde está la verdad? ¿Dónde encontrar información confiable? Parafraseando a Descartes, tal vez debamos desarrollar una “duda metódica” adaptada a la era digital: un método que nos permita construir conocimientos sólidos frente a un mar de incertidumbre.
Nos encontramos frente a una sociedad digital, líquida, inestable y basada en la posverdad. Pero también hay una realidad sólida en las calles, las plazas y en las verdaderas redes sociales y comunitarias, donde el motor es la empatía y la ternura.
En breve probablemente no podremos distinguir la veracidad de los contenidos que vemos en las pantallas: el periodismo riguroso, los centros de estudio y las universidades tendrán que jugar un rol clave para acercarnos al conocimiento.
Cuando la verdad se vuelve difusa y los discursos se desdibujan en pantallas y algoritmos, será en los lazos reales, en los encuentros cara a cara, donde aún podamos encontrar certezas compartidas. Frente a la velocidad de lo falso, se impone la pausa de la reflexión. Frente al impacto de la indignación, la potencia de la ternura. Y frente a la incertidumbre digital, la apuesta por una verdad que no se impone sino que se construye entre muchas y muchos, con diálogo, memoria y compromiso colectivo.
Para ilustrar la complejidad del momento actual, este último y bello párrafo fue desarrollado con Chatgpt.
* Licenciado en Comunicación Social UNLZ. Profesor de la UNRN