Virgen: que está en su primera entereza y no ha servido aún para aquello a que se destina. Más allá de la castidad, la palabra también evoca un terreno fértil, puro, sin accidentes geográficos. Un lugar inexplorado, lleno de posibilidades. "El sonido de mi renacimiento", ensaya Lorde, la cantante neozelandesa de 28 años que acaba de lanzar Virgin, su cuarto álbum de estudio y el primero tras cuatro años de ausencia.

Lo de ausencia no es una hipérbole: Lorde no saca sencillos, no sube selfies en Instagram, no va a la gala del MET, no aparece en las calles de Nueva York ni en los tuits de Pop Crave entre el lanzamiento de un disco y el próximo. La única excepción notable es su colaboración con Charli XCX, "Girl, so confusing", un remix de Brat (2024) en el que las cantantes sacan a relucir el cuchillo de una amistad turbulenta y condicionada por la fama, la industria discográfica, las inseguridades y la veintena femenina.

Pero ya en aquel verano de Brat la neozelandesa se preparaba para mostrar al mundo su nueva piel. El recorrido, para ser precisos, comenzó hace cuatro años, cuando la recepción tibia al aliento psico-veraniego de Solar Power (2021) la dejó en offside: la prensa criticó la falta de melodías y hooks memorables, la producción plana y las letras flojas. Lorde, una vez considerada un barómetro cultural que contribuyó casi tanto como Lana del Rey a la formación del pop contemporáneo, quedó por primera vez al margen de la fascinación y se tuvo que hacer de cero.

Se compró entonces un departamento en Manhattan, leyó, cortó con su novio, padeció un trastorno alimenticio, hizo terapia psicodélica (al igual que Lykke Li) y comenzó a pensar su género con más fluidez. Fue el grado cero de la escritura de Virgin, un disco que se siente íntimo como un mensaje de voz: la cáscara rota de la vida adulta ante el embate de lo real, de lo urgente, de lo absurdo. Como cantar sobre las medidas sobrehumanas que tomaste para ganarte el amor de tu madre y enjuagarte el semen del pecho apenas unos minutos después.

"Hay sangre rota en mí, me llegó de mi madre, que la heredó de la suya / Siento tu respuesta, mis caderas se mueven más rápido, te cabalgué hasta llorar / ¿Cómo se siente estar tan viva?", canta en el tercer verso de "Clearblue", la canción que, al igual que el nombre de la marca del test de embarazo que le da título, refleja los minutos de terror después de la exaltación de un encuentro sexual sin protección. Construido sólo por capas vocales, el tema remite al vocoder característico de Imogen Heap o Sega Bodega. Aunque la producción retraída lo disimula, es una pieza central del disco.

"Después del éxtasis, un test de embarazo, rezando en MP3", desliza en los primeros versos, un epítome del relato de Virgin. La idea, tomada del budismo y popularizada por el libro After the Ecstasy, the Laundry (Jack Kornfield, 2000), recorre todo el disco: la vulgaridad cotidiana que precede al clímax, el retorno a lo ordinario después de la revelación. Después del éxtasis, hay que poner a lavar la ropa. ¿No es eso la vida adulta? ¿De qué se trata sino de existir, con toda la ordinariez del mundo, entre instantes de hermosura y de abyección?

En contraposición a la acepción más común del título, y a pesar de pertenecer a una generación que coge menos que todas las que lo precedieron –como respaldan diversos estudios recientes realizados en Estados Unidos y Europa–, el sexo es central en Virgin. Así como lo son la necesidad de adelgazar, el cuerpo como espacio de conflicto, los vínculos rotos y la disforia de género: después de todo, una época puede depositar en sus seres sus propias obsesiones.

Sin embargo, la libertad brutal con la que Lorde escribe sobre todos estos temas la diferencia del resto de sus coetáneos y de su propia obra, donde las drogas, la sexualidad y la relación con el propio cuerpo siempre estuvieron presentes, pero de maneras más sutiles y veladas. Si en Melodrama (2017) la voz cantante aún era coral y colectiva, en Virgin es individual y excepcionalmente suya, pero irónicamente tal vez sea la más representativa.

"Algunos días soy una mujer / Otros días soy un hombre", canta en "Hammer", la obertura del disco que relata la resistencia a encuadrarse dentro de un género y, en palabras de la artista, es "una oda a la calentura y la vida en la ciudad". Si en Melodrama la veíamos desde afuera, casi contemplativamente, como una obra de arte colgada en un museo –en la tapa la vemos dibujada en su cama–, en Virgin la atravesamos: lo único que puede ir más allá es una radiografía, como la tapa elegida en esta ocasión, que muestra su pelvis y un artefacto metálico que parece ser un DIU.

Toda la confección de Virgin da la impresión de algo delicado y turbio, como ver a Bella Hadid tomar cocaína o mirar una casa prendiéndose fuego. La producción es deliberadamente minimalista, pero no austera: hay un artificio sucio, como si cada capa estuviera manoseada y transpirada, todavía húmeda. Con el abandono de Jack Antonoff, que produjo sus dos discos anteriores, Lorde también deja la textura orgánica de Solar Power y sus guitarras acústicas en favor de baterías programadas, claps superpuestos, respiraciones amplificadas y voces comprimidas hasta lo metálico.

Lejos del gloss acrílico de las popstars de turno, el productor Jim-E Stack (Bon Iver, Caroline Polachek) prefiere los sonidos físicos, casi ásperos, de respiración y saliva, que contienen a Virgin dentro del territorio dream pop, sin permitirle alcanzar nunca la potencia ravera de Eusexua (2025) o Brat (2024). Las interpolaciones son inesperadas e insólitas –como "Suga Suga", de Baby Bash, en "If She Could See Me Now"– y los instrumentos tradicionales son pocos, apenas unos puntos de fuga del espacio negativo del disco: el cello de "Shapeshifter" o el bajo de "Man of the Year", por ejemplo, dejan una sensación de hallazgo, como un artefacto del pasado que se mantiene a una distancia prudente.

Radicada en una ciudad de ocho millones de habitantes, largamente considerada el epicentro cultural del mundo, Lorde también moldeó la textura líquida y sucia de Virgin a través de Nueva York. La ciudad de Patti Smith, de las polaroids de Nan Goldin y los diarios de Susan Sontag tiene un rastro identificable en casi cada uno de los once temas del disco. Es la alcantarilla desde la que sale a la superficie en el videoclip de "What Was That". Es el bar "Baby’s All Right", es el local de "Canal Street" donde se va a perforar la oreja y se va a sacar una foto de su aura. Es la "música dulce y violenta" de las sirenas por la noche, es el par chamuscado de AirPods Max que no se saca nunca.

"Con el tiempo empecé a ver la vida moderna como una especie de búsqueda que requiere herramientas, talismanes, amuletos protectores", contó en una entrevista reciente con la artista Martine Syms. "En los últimos años desarrollé una especie de sistema. En parte tiene que ver con mudarme a la ciudad, porque ahí necesitás ciertas cosas para atravesar el día manteniendo tu salud mental intacta. Pienso en los auriculares como un mecanismo de protección en varios niveles. Siento que son como una especie de accesorio ancestral para la cabeza", explicó.

Como demuestran los 35 minutos implacables —es poco el espacio negativo entre canción y canción— de Virgin, para Lorde toda superficie es un posible objeto donde inscribir una historia: su cuerpo, la ciudad, un par de auriculares, un test de embarazo, un martillo, un espejo cubierto, su voz. "Quiero golpear el espejo / Para hacerle ver que esto no va a durar / Podrían ser meses de mala suerte / Pero, ¿y si son solo vidrios rotos?", canta en "Broken Glass", un recuento honesto de su trastorno alimenticio.

No debería ser una sorpresa que Lorde admire a Marina Abramović, al punto de imitar una fotografía icónica de la artista en la tapa del single "What Was That". En su performance más conocida, The Artist Is Present (2010), la serbia se sentó en silencio durante más de 700 horas en el MoMA de Nueva York, mirando a los ojos a cada visitante que se sentaba frente a ella. La obra proponía una idea de presencia radical: poner el cuerpo y pagar el costo físico y emocional frente a los ojos del mundo. Al igual que Abramović, Lorde convierte su cuerpo y todo lo que la rodea en lenguaje. Como si dijera ésta soy yo, pero podrías ser vos. Este es mi dolor, pero podría ser el tuyo.


  • Encontrá más notas del NO acá, o suscribite acá abajo ↓ para recibir gratis en tu email todos los artículos, la agenda de shows, música nueva y nuestros recomendados.