“Algo aprendí en estos años: la escritura interroga incluso cuando afirma”. El arte es siempre un arte de la interrogación, es siempre una pregunta abierta. En el trayecto, el artista o el escritor, la escritora, maniobran con la incertidumbre, arriesgan respuestas, pero no solo desde la racionalidad o la erudición: “Este libro está hecho de lo que no conozco”, define María Negroni, que presenta por estos días Colección permanente, un nuevo objeto maravilloso de su fascinante y vasta obra.
Plantea, en este nuevo libro: “La escritura es una producción perpetua, ciega, que desciende siempre a su fondo insostenible. El lenguaje es incapaz de cerrar el lenguaje”. La escritora argentina vuelve a ejercer aquí su oficio de exploradora de lo indecible reuniendo una serie de textos que entrecruzan la reflexión ensayística, la evocación poética y el diario íntimo de una lectora constante y fervorosa.
Lo suyo es la minucia, la observación del detalle que, sin embargo, nunca pierde de vista la visión de la escena: en este caso, su objeto de análisis es el gesto de la escritura; las razones más gravitantes por las que las y los autores le dedican su vida a esta aventura. Y también los obstáculos más y menos evidentes con que se topan en ese recorrido, siempre impredecible, un poco azaroso, que los devuelve inevitablemente transformados.
¿Qué es escribir? ¿Desde dónde se escribe? ¿Qué preguntas y qué concepciones sobre la literatura subyacen a ese impulso, en cada caso? Lejos de ofrecer un manual de escritura o un relato lineal de formación, Colección permanente se configura, una vez más, como en otros de los libros de esta autora: como un gabinete de curiosidades, en el que conviven citas, intuiciones, lecturas decisivas y vivencias personales que revelan cómo se va tejiendo, con tiempo y obstinación, una sensibilidad literaria.
La escritura aparece aquí como una forma de resistencia y de supervivencia, también, aunque, sobre todo, como una posibilidad de escucha del propio autor, que observa el mundo y su condición desde un punto de vista que elige o construye, como una posibilidad del desvío, de la deriva existencial.
LA INCERTIDUMBRE
María Negroni, reconocida escritora, poeta y ensayista argentina, y autora de una obra que explora lo invisible y lo indecible desde una perspectiva singular, ha publicado numerosos títulos que combinan la poesía, el ensayo y la narrativa, y ha recibido premios destacados como el Premio Nacional de Literatura y el Premio Konex. Su trabajo se caracteriza por la profundidad con que aborda el lenguaje, la memoria y la identidad.
Ahora, compone un mapa fragmentario que dialoga de manera sutil con otras de sus obras, como El corazón del daño, donde la escritura se ensaya como una forma de duelo y reencuentro con la figura materna, y Pequeño mundo ilustrado, un libro en el que talla con palabras escenas y descripciones de fenómenos y hechos fascinantes de lo extraño, lo anómalo, lo diminuto y lo marginal. En los tres títulos se percibe una misma pulsión: la de ir hacia lo desconocido, escribir contra la clausura del sentido, habitar la incertidumbre y lo inestable como una forma de verdad.
Colección permanente puede leerse, entonces, como una suerte de manifiesto íntimo, una bitácora que revela cómo se forma -y deforma- una escritora. Lo han hecho muchos, es cierto, pero ninguno con el estilo con que Negroni aborda ese misterio que es, en definitiva, el del desajuste entre el lenguaje y el mundo.
Colección permanente nació del discurso que la escritura pronunció en la apertura del Festival Internacional de Literatura de Buenos Aires (Filba), en 2022, titulado Seis fragmentos a favor de lo indócil. “Pasó un tiempo. El texto seguía resonando en mí como si me pidiera que lo ampliara, que cosiera en un libro, como un fruto maduro, aquello que mi prosa había vencido y mi poesía cultivado y odiado. Una vida dedicada a la escritura está llena de hallazgos y también de obstáculos”, cuenta ella en el libro.
La poeta Louise Glück, a quien cita, lo expresó en estos términos: “Dentro de esa frustración es posible encontrar una vida dignificada por el deseo insatisfecho, no dulcificada por la sensación de logro”.
En este libro, Negroni habla, muchas veces, a través de las palabras de otros, las palabras que rescata y las que inventa, ya que suma una serie de entrevistas apócrifas. “Empecé a mezclar la vivencia personal y las ideas ajenas, inventé entrevistas apócrifas y, en el afán provocador, hasta invoqué la figura de un maestro para acercarme a la magnitud de las preguntas que la escritura lanza desde siempre a la realidad y el mundo”, cuenta ella.
¿Por qué evocás a ese maestro imaginario?
-Emily Dickinson le escribía a un Dear master, y hay infinidad de hipótesis sobre quién era ese maestro. Yo leí esas cartas y me fascinó esa idea, la de no saber quién era esa figura rectora, de modo que me propuse inventarme a mi propio maestro. La del maestro es una voz, supuestamente más sabia: la narradora lo admira y a la vez lo abandona.
¿Podría ser una imagen del misterio de la escritura: quién tiene ese saber? ¿Dónde reside? La exploradora de lo indecible busca decir lo que no está dicho en ninguna parte.
-Creo que lo es. El misterio de la escritura y el misterio de la transmisión: cómo transmitís eso que no sabés. Nunca sabés. Como escritora, tampoco. Yo no sé exactamente qué busco decir, estoy en la ceguera absoluta, pero es de allí de donde sale la escritura verdadera, me parece.
LA ESCRITURA
Escribe Negroni: “La escritura es un ejercicio sin modelo, hecho de perdición y de fe, de renuncia y de promesa, de gravedad y anhelo de absoluto”. En Colección permanente conviven, con la suya las voces de muchos otros escritores, escritoras y poetas; cineastas, pensadores, artistas: Paul Valery, Borges, Ricardo Piglia, Giorgio Agamben, Luis Chitarroni, Vicente Huidobro, Thomas Mann, Roland Barthes, César Vallejo, Samuel Beckett. Son reflexiones que se entraman con las vivencias personales y políticas de la autora.
“En 1980, cuando menguaba un poco la represión de la dictadura, empecé a desangrarme por dentro. La mayoría de mis amigos habían ‘perdido’: estaban presos (los más afortunados), desaparecidos o se habían marchado al exilio. Mi compañero y yo tuvimos suerte”, escribe.
Hasta que un buen día consiguió una cita con una docente de la UBA, para empezar a entender qué cosa extrañísima, fascinante y terrible es la escritura (Lo tenía todo en contra, ¿pero no tiene todo en contra quien empieza a escribir?”).
Los aprendizajes llegaron con el tiempo. Relata, en su libro: “A esa experiencia radical, dedicada a la producción de un silencio, podemos llamarla escribir”. “Lugar emblemático de la dificultad”, piensa en relación al poema. “Los poetas luchan contra los automatismos del lenguaje, luchan para liberar a las cosas de su rango de productos. Se escribe para llegar a saber lo que queremos decir”. El conflicto interno es devastador.
Finalmente, se propone profundizar en ese misterio, “estar a su altura”. Invoca para ello también a Emily Dickinson, George Steiner (que postuló que la belleza surge cuando un texto rompe una regla), Marcel Proust, para quien los libros más hermosos son los que parecen escritos en una lengua extranjera, Manuel Mujica Láinez, José Lezama Lima, Maurice Blanchot, Mallarmé, Henry James, Marguerite Duras, Julia Kristeva, Susan Sontag, Rosa Luxemburgo, Susana Thénon, Olga Orozco, Juan Gelman, que se hospedaba en su casa, cocinaba polenta y divertía a los hijos de Negroni moviendo las orejas en su cocina.
Ella se propone escribir como un pájaro distinto.
”Escribir es un juego peligroso, y en ese juego hay euforia” define. ¿Se gana o se pierde en ese juego? Las dos cosas. Solo el texto sale ganando.
¿Cómo nació la idea de Colección permanente? ¿Hubo algún disparador puntual?
-Yo siempre sentí que mis libros tratan, cada uno de ellos, de un tema distinto: siempre hay una exploración. Son como muestras transitorias: duran unos meses y se van. Y hay algo que permanece, hay un núcleo duro, que no se modifica.
Fugacidad, inestabilidad y permanencia. ¿Qué es lo “permanente” en la escritura?
-La poética, es decir, el sistema de ideas que subyace: lo que piensa un determinado autor sobre lo que es la literatura. Todos los y las escritoras, tenemos una concepción sobre lo que son la escritura y la literatura, cada escritor y escritora es un mundo. Algunos explicitan lo que piensan, por ejemplo, los poetas como Octavio Paz, por mencionar uno, son los que escriben ensayos sobre lo que hacen y escriben. Pero hay otros que no, como Gelman, que no ha escrito libros sobre su poética, aunque su poética esté en los poemas mismos: allí están sus concepciones sobre la escritura. Yo soy lectora de ensayos, entonces me sale escribir sobre lo que hago o intuyo. Me propongo poner por escrito lo que he estado pensando, sintiendo, incluso odiando de la escritura.
En otros de tus libros, como El corazón del daño, y Pequeño mundo ilustrado, la incertidumbre y la perplejidad ocupan, como en éste, un lugar central. ¿Qué lugar ocupan la incertidumbre y la perplejidad en tu escritura?
-Creo que son lo que justifican la escritura. Los héroes griegos bajan preguntarles a los muertos: Ulises quiere abrazar a su madre y el fantasma se evade tres veces. Creo que es una magistral metáfora de la escritura: no encuentra respuesta. Pero esa experiencia de haberse encontrado frente a frente con el enigma, el fantasma, lo transforma. No es lo mismo la ignorancia previa que la ignorancia posterior.
Decís que este libro “está hecho de lo que no conozco”.
-Es eso, porque la calidad de la ignorancia puede ser mejorada, eso ilustraba con la historia de los griegos.
Lejos de clausurar el sentido, vos lo abrís, casi como si esa apertura pudiera extenderse hacia el infinito, nunca se cierra…
-La calcificación del sentido es la forma de la banalidad y de la ignorancia, además de que es funcional al poder. El poder siempre quiere calcificar el sentido, clausurarlo de mil formas, impedirnos pensar. La poesía está parada en la vereda exactamente opuesta: la de las contradicciones, las ambivalencias, lucha contra las formas de clausura del sentido y de la vida. Lo más importante que tenemos como seres humanos es la posibilidad de pensar. Y de cuestionar. Por eso al poder le fastidia siempre el arte. Esa es la función política de la literatura y del arte.
“La escritura interroga incluso cuando afirma”, escribís en tu libro. Entonces, te interrogás apelando a la poesía, a la filosofía, a tus propias vivencias. La tuya es una forma muy original de interrogarse.
-Creo que este libro habla de los cimientos de la escritura misma. De lo que está en la base de la construcción de un escritor: qué hay debajo de todo lo que uno intenta. Pienso ahora que este libro explicita el motor de mi escritura, el hueso que lo atraviesa todo, que atraviesa las cosas y que atraviesa ese impulso.
El libro parece contener, incluso, tu biblioteca secreta, esa que te formó como escritora, y los diálogos que atraviesan la historia misma de la literatura.
-Los escritores de todos los tiempos se preguntan cosas semejantes y se responden cosas diferentes, o no, pero hay líneas, hay escuelas, hay temáticas, y antes o después están las preguntas que, de un modo u otro, todos y todas ellas comparten. Paul Valery es, quizás, de todos los escritores que conozco, el que ha expresado de manera más limpia, la necesidad del pensamiento para la poesía. La inteligencia es una emoción, también, pero la gente le teme muchas veces, o la confunde con frialdad. Todos los escritores que de manera apócrifa elijo entrevistar en Colección permanente encarnan cuestiones que he querido descifrar en la vida y en relación a la vocación.
Y vuelve la idea de la serie, la fragmentación y la figura del coleccionista, que reaparece una y otra vez en tu obra. ¿Te sentís, como escritora, una especie de coleccionista también? ¿Qué coleccionás vos: autores, imágenes, obsesiones, palabras?
-Yo creo que, más allá de los objetos, lo que más me interesa a mí es el lenguaje mismo. Uno podría decir que la colección es, entonces, ante todo, colección de objetos verbales. Valery, a esta altura, es un corpus literario, y supongo que lo que colecciono, en definitiva, son formas de rescate de ciertos textos. Los autores son libros para el lector. Yo colecciono a todos los que me interpelan.
Y en ese coro, ¿el protagonista es, en definitiva, el lenguaje y sus infinitas combinaciones?
-Es el lenguaje. Siempre es el lenguaje.
¿El fragmento es la forma en que esa apertura se traduce, a su vez, en infinitas posibilidades, que casi no admiten la trama?
-El uso del fragmento, para mí, es esa forma de abrir, es otra forma de impedir que el discurso se calcifique: el fragmento condensa pero impide que esa formulación se cierre, porque enlaza con otros fragmentos sueltos. Y en relación a la combinación infinita, sí, es espectacular pensar el lenguaje y la literatura como una herramienta que se multiplica, y siempre apela a lo anterior. No existe la página en blanco: en ese vacío está todo lo que se ha escrito antes. El escritor trabaja como sobre una piedra rica en capas y significados, que es más rica cuantas más capas de significado y más referencias al pasado contiene. En el pasado está todo, nunca inventamos desde cero.