En tan solo dos años, desde el lanzamiento de su primer single, “Supersonic”, en la primavera de 1994 hasta sus gigantescos recitales en Knebworth a mediados de 1996, Oasis ocupó un rol cultural mucho más central que cualquier otra banda nacida en la Gran Bretaña de posguerra, con la obvia excepción de sus referentes, The Beatles. Durante aquellos dos años, los pubs, boliches, discotecas, patios de recreo, shoppings, bodas, oficinas, calles comerciales, viviendas sociales y estadios de fútbol (tal vez lo más llamativo de todo) retumbaron con la música de una banda que, por un breve momento, propició una atmósfera de unidad cultural pop sin precedentes. Oasis aparecía en la primera plana de los diarios, era mencionada en el Six O’Clock News de la BBC, dominaba la radio e incluso selló simbólicamente el contrato social entre el público británico y el Nuevo Laborismo cuando Noel Gallagher fue fotografiado estrechándole la mano a Tony Blair en Downing Street durante el verano de 1997. El popularismo de Oasis era extraño y profundo. Si bien todo lo que hizo a partir de ese año fue una parodia del arte popular, no deberíamos ignorar el alcance y la importancia de los primeros mensajes de Oasis. ¿Cómo ocurrió esto? ¿Cuándo empezó a salir todo mal? ¿Qué detalles perdidos de la banda deberíamos recuperar a toda costa?

La respuesta, claro está, se encuentra en las canciones. De hecho, su primer disco, Definitely Maybe (cuyos temas fueron compuestos antes de que la banda se hiciera famosa) contiene prácticamente todo lo que necesitamos saber sobre Oasis. Entre 1991 y 1993, Noel Gallagher, en un Manchester marcado por crisis socioeconómicas que habían engendrado una cultura de hedonismo radical y de violencia antisistema, compuso una serie de canciones que capturaron el espíritu de la época mucho mejor que, por ejemplo, el más aclamado Kurt Cobain, un nihilista capaz de escribir las letras más extraordinariamente horribles sobre lamer heridas abiertas y comer cáncer, letras que rimaban “mosquito” y “libido” solo porque sí.

En claro contraste con ese tipo de falso intelectualismo gótico, las canciones de Noel Gallagher incluidas en Definitely Maybe ofrecían un mensaje positivo y esperanzador expresado en un lenguaje sorprendentemente claro. Mientras que la larga era del post-punk que culminó con el grunge de principios de los noventa había celebrado la negación y convertido a la muerte y a la derrota en virtudes, las canciones de Oasis hablaban de un deseo sincero por vivir y aludían a la posibilidad de obtener algún tipo de triunfo espectacular, a pesar de la pesadilla de los ochenta. De manera significativa, para Gallagher la diferencia entre Oasis y una banda grunge como Nirvana era, sin dudas, una cuestión de clase. Existían, sin embargo, muchas más similitudes de lo que Gallagher creía entre el origen white trash autoproclamado por Kurt Cobain y su propia crianza en el seno de una familia de clase trabajadora mancuniana. No obstante, sentía profundamente esta oposición entre ambos mundos. Como luego diría Gallagher, Cobain “lo tuvo todo y se sentía miserable por eso, y nosotros no teníamos una mierda, pero yo igual pensaba que levantarse a la mañana era lo más hermoso del mundo, porque nunca sabía dónde terminaría a la noche”.

Este fue el primer mensaje –y quizás el más importante– que Oasis trató de comunicar. En una era en la que el cinismo deconstructivista amenazaba la existencia misma del movimiento contracultural y de la izquierda convencional, Oasis ofrecía la visión anómala de una positividad radical. Y el hecho de que esa visión fuese innegablemente de clase trabajadora –fundada en la solidaridad y fraternidad de vivencias compartidas por dicha clase– fue fundamental. Como afirmó alguna vez el biógrafo de la banda, Oasis encarnaba el sonido de una “vivienda social cantando a pleno pulmón”. A pesar de que Gran Bretaña acababa de sufrir el período de conflictividad social más destructivo del último siglo bajo el gobierno de Margaret Thatcher, Noel Gallagher articulaba eslóganes de un abrasador optimismo comunitario a través de la voz de su hermano Liam y de los instrumentos de los otros “hombres comunes” de la banda: Paul McGuigan, Paul Arthurs y Tony McCarroll.

MELANCOLÍA OCEÁNICA

La energía elemental y pura del idealismo de Gallagher era a veces deslumbrante. El estribillo del himno fundamental de Oasis, “Aquiesce” (1995), por ejemplo, prometía que una milagrosa recuperación colectiva estaba a la vuelta de la esquina, que todo era posible si tan solo creíamos inequívocamente el uno en el otro. ¿Dónde más podríamos hallar, en la producción cultural anterior al 2000, un uso tan positivo y descarado del pronombre “nosotros”? Tal vez solo Bill Clinton estuviera cerca de refutar el mito ochentoso de que no existía la sociedad. (Ver, por ejemplo, su gran epigrama sobre la unidad liberal de los noventa: "No existe un 'ellos', solo un 'nosotros'").

No obstante, Oasis no era (o era algo más que) una banda optimista. Si lo hubiera sido, no habría habido manera de diferenciar su proyecto de la hueca euforia política de mediados de los noventa. El segundo detalle importante sobre Oasis que deberíamos recuperar es su notable capacidad para comunicar una melancolía oceánica incluso en sus momentos de mayor prepotencia.

A menudo se considera “Supersonic”, el primer single de Definitely Maybe, como el epítome de la poesía lumpen sinsentido, dadas sus rimas cómicas del tipo “doctor/ helicopter” y “Elsa/Alka-Seltzer”. Pero si escuchamos atentamente, a medida que se acerca el estribillo, el jactancioso grafiti lírico cede su lugar a una voz mucho más ambigua, la de un hombre que vive en las sombras y al que le cuesta articular las palabras adecuadas. En la letra de “Supersonic” (y en su melodía nostálgica), pueden encontrarse ecos de la canción “How Soon Is Now?” de The Smiths, un aspecto característico de las composiciones de Noel Gallagher del que rara vez se habla. Oasis fue una de las bandas más importantes que adoptó esa voz marginal, a medias mancuniana, a medias irlandesa, que no se escuchaba desde las creaciones elegíacas de Morrissey y Marr en los ochenta. Noel Gallagher heredó de The Smiths una obsesión con el abandono, la separación y el desarraigo del individuo. En contraste con su mensaje de esperanza comunitaria, Oasis también cantaba, con tristeza y melancolía inspiradas en Morrissey, sobre la soledad y el deseo de escapar de una ciudad monótona, donde el panorama era sombrío y las antiguas estructuras de cohesión social –trabajo, club, estado, sindicato– estaban siendo diezmadas por un proyecto neoliberal de aniquilación de clase.

La colección 33 1/3 es editada localmente en conjunto por Dobra Robota y Walden

PARTE DEL DESASTRE

Los llamados a liberarse y a huir proliferan en las canciones de Oasis, pero siempre acompañados por la sensación de que, al hacerlo, perderemos y traicionaremos aspectos valiosos de nuestra identidad fundamental. Una y otra vez hallamos advertencias: las cosas se nos escapan, se escurren entre nuestros dedos, se desvanecen, estamos desechando algo importante, el tiempo se acaba y la tristeza amenaza con envolvernos incluso en los momentos triunfales de mayor euforia. “Fade Away”, una de las tempranas canciones de la banda, famosa por ser demasiado genial para un lado B, sintetiza esta sensación con un lema hermoso, cuya idea central gira en torno a que nuestros sueños se encuentran en un estado de descomposición desde el mismo día en que nacemos. Una sensación de colapso inminente recorre las canciones de Oasis. Abundan las imágenes relacionadas con inundaciones: lluvias torrenciales, fregaderos que rebalsan, el mar que ruge en la distancia, enormes olas y avalanchas de champagne que sepultan a las personas.

Oasis hablaba de la abrumadora tristeza generada por el capitalismo tardío, de un mundo anegado en el que el exceso borraba la identidad y las definiciones y en el que los seres humanos se precipitaban de cabeza hacia una soledad submarina.

Lo irónico fue que Oasis terminó siendo parte del desastre. Su segundo disco, (What’s the Story) Morning Glory?, incluye muchos de sus mayores éxitos y algunas de sus declaraciones más poderosas (la apoteosis que cierra el álbum, “Champagne Supernova”, es el ejemplo más evidente de ello). Sin embargo, apenas obtuvieron poder y éxito, toda su profundidad emocional, su espíritu de equipo y actitud disidente, toda su raison d’être pareció evaporarse por completo.

Gallagher compuso muchas de las canciones de Definitely Maybe en un depósito de British Gas mientras se recuperaba de un accidente laboral sufrido en una obra en construcción. Muchas de las canciones de Morning Glory –y casi todas las del desastroso tercer álbum, Be Here Now– fueron escritas en hoteles lujosos, o en los micros báquicos de la banda, por un hombre que adoptó rápidamente el ethos thatcherista del culto a la riqueza, incluso cuando seguía aludiendo, de vez en cuando, a sus raíces socialistas. Sin dudas, el “nosotros” se había convertido en un “ellos”. La situación continúa sin mayores cambios hasta nuestros días. Gallagher es ahora uno de esos aristócratas privilegiados del rock a los que alguna vez se opuso, una celebridad que tal vez sea nombrada caballero en la misma categoría cultural que Simon Cowell y Andrew Lloyd Webber.

Pero es justamente por esta drástica inversión de sus principios que debemos estudiar a Oasis con profunda seriedad. ¿Qué se llevó consigo Gallagher cuando se pasó al lado oscuro de los operadores políticos millonarios? Cuando descartamos a Oasis en favor de bandas más cool y menos politizadas, ¿qué formas de empoderamiento descartamos con ellos?

Este libro pretende mostrar qué fragmentos de la respuesta a esta pregunta se encuentran desperdigados por todo Definitely Maybe, los singles y lados B, por toda la música que la banda compuso cuando aún era parte de ese “nosotros” que soñaba que un mejor futuro podría emerger de los escombros de un pasado proletario en desaparición. Las canciones de Definitely Maybe están colmadas de un pathos que es a veces positivo y a veces trágico, porque surgió en el preciso instante en que la contracultura de la clase trabajadora llegaba a su efímero apogeo, justo cuando empezaba a marchitarse ante el calor abrasador del capitalismo tardío.

Todos sabemos lo que sucedió después. Todos sabemos qué pasó con aquella desesperación cultural por convertirse en una estrella de rock, por dejar atrás a nuestros compañeros de trabajo y a nuestra comunidad para perseguir el sueño del exceso libertario en un reino quimérico de cielo, sol y estrellas resplandecientes.

No debemos olvidarnos, sin embargo, que cuando Oasis soñó aquellos sueños, sus miembros vivían al ras del suelo, en un contexto en el cual el idealismo se expresaba a través de una necesidad feroz por afirmar la creencia en que la vida, a fin de cuentas, no giraba en torno del yo ni del escapismo, sino de descubrir el paraíso en las mentes de otras personas. Aquí radica la esperanza oculta en el estadio de fútbol y es precisamente esta particular añoranza colectiva la que debemos rescatar y recuperar cuando escuchamos las evocadoras canciones populares de Definitely Maybe