En el Derecha Fest hablaron referentes de La Libertad Avanza, pastores evangélicos, personajes de la ultraderecha foránea y el presidente de la Nación. Mientras los oradores descargaban su monserga ultraconservadora y antifeminista en el salón Pajas Blancas de un hotel cordobés, miembros de la Casa Militar se apersonaron a una cronista de este diario para indicarle que los acompañe. En un intimidante descampado pretendieron devolverle el dinero de la entrada y, pese a contar con su acreditación, la obligaron a retirarse. Lejos de tratarse de un caso aislado, el episodio forma parte de la estrategia de comunicación que emplea este gobierno. Esto es: inventarse un enemigo para así exacerbar la pasión más primaria e inmediata del ser hablante: el odio. El título de este relato hace hincapié en el género de la periodista porque el desprecio a lo propiamente femenino es parte indisoluble del aparato comunicacional del nazi fascismo: la exacerbación fálica de la que el presidente hace uso doquiera hable y gesticule.
Desde comparar al Estado con un perverso frente a niños envaselinados, hasta hacer el gesto de la masturbación mientras se para en el estrado donde luce unos centímetros más alto, el Presidente parece querer transmitir, a fuerza de insultos, groserías y amenazas, una potencia suprema.
En uno de sus últimos exabruptos llamó “eunuco” al gobernador de la provincia de Buenos Aires. Es decir: Él es potente, su oponente es un castrado. Toda la tontería discursiva libertaria se apoya en este axioma. El que no piensa como Yo es un homosexual; un débil; un fracasado, un afeminado. Un mandril. De hecho, en sus momentos de euforia canta “Mandril, decime qué se siente…. “, en referencia a la especie de los monitos que sin reparo alguno lucen una colita roja desprovista de todo pelaje.
Lo divertido es advertir -por parte de quienes profesan tal ostentación fálica- su obsesión con esa parte del cuerpo. Basta tomar nota de que -en su “Filosofía del tocador”- el marqués de Sade deja explícito en el hablar de sus personajes que el “ojo del culo” (el ojete, como se dice en el barrio) es el que importa. Tanto el odio, como el placer sádico que consiste en hacer daño al semejante, está asociado con esa parte del cuerpo.
El lenguaje cotidiano corrobora el punto: la frase “le rompimos el culo” puede estar empleado para un partido de fútbol; un juego de cartas o un debate político sin distinción de géneros, edades ni clases sociales. Para no hablar del “cerrá el orto” empleado con el fin de exigir que alguien se calle cuando el interlocutor interpreta que el hablante no hace más que pronunciar frases indeseables: Mierdas. Aquí se hace notable entonces el enlace que “el ojo del culo”- como menta el Marqués- guarda con el otro orificio decisivo en el ser hablante: la boca.
Melisa Molina –la periodista- dice haber experimentado miedo en el episodio mencionado, cosa que habla muy bien de su lucidez. No era para menos ante una actitud tan violenta e intolerante. Pero este escriba prefiere pensar que ellos tenían miedo de ella. De lo que la cronista pudiera escribir a partir de su sensibilidad femenina. Es que no hay amenaza más grande para un machirulo que Una mujer. Esto es; alguien cuyo compromiso con su condición le hace saber, por ejemplo, que la exacerbación fálica de Pajas Blancas no es más que el disfraz de la más patética impotencia.
* Psicoanalista. Doctor en Psicología por la Universidad de Buenos Aires