Tiene fans que lo aman y sus películas, además, suelen tener el consenso de la crítica y recoger premios festivaleros. El director mejicano Isaac Ezban es el nuevo referente del cine de ciencia ficción latinoamericano con su mirada nostálgica, que le rinde homenaje al género tal como era concebido en los 60 y los 70. Claro que reinterpreta los códigos de aquellos años y les da una impronta más delirante y oscura. Los parecidos, su película más reciente, acaba de llegar a Netflix ahora que Ezban, como era de esperarse, “cruzó la frontera” para filmar en Hollywood. Su próxima película, Parallel, está en pos-producción y espera su estreno en 2018.

“Es un director necesario para las películas de género en México y el mundo”, decía sobre su compatriota Guillermo del Toro en 2014, cuando Ezban hacía su debut con El incidente, un film que cuenta dos historias paralelas: la de dos hermanos perseguidos por un policía y la de una familia de viaje en una ruta que quedan atrapados en una especie de loop temporal. Esa película fue presentada en la sección Blood Window Midnight del festival de Cannes y se proyectó en más de 50 festivales de cine alrededor del mundo donde ganó 16 premios.

Una suerte similar ha corrido Los parecidos, ganadora del premio a la mejor película latinoamericana en Sitges el año pasado. Al igual que con su anterior film, Ezban pone de manifiesto sus influencias: La dimensión desconocida, el suspenso de Hitchcock, el pulp, la literatura de Philip K. Dick y Ray Bradbury y, por supuesto, Stephen King: “Con Los parecidos quise hacer un homenaje a la ciencia ficción clásica de los años 60”, explica y agrega: “Esta película es como una carta de amor a la ciencia ficción de entonces, y como cualquier carta de amor, está escrita con mucha pasión”.

Los parecidos transcurre en una estación de colectivos de un pueblo cercano a la ciudad de México en una noche de 1968 en la cual se desata una inusual lluvia torrencial. Esto provoca que el servicio de transporte sea suspendido y los personajes que comienzan a llegar quedan atrapados ahí. El primero es Ulises (Gustavo Sánchez Parra), un hombre desesperado por regresar con su esposa, que está por tener gemelos. No hay empleados en la estación salvo por Martin (Fernando Becerrill), el viejo encargado que vende los boletos y Rosa (Catalina Salinas), la responsable de la limpieza. Pronto llega Irene (Cassandra Ciangherotti), una joven embarazada que huye de su marido violento y después Alvaro (Humberto Busto), un estudiante de medicina que quiere llegar a México para participar de la marcha estudiantil: la película transcurre la madrugada anterior a la masacre de Tlatelolco cuando el ejército mexicano disparó contra los manifestante dejando decenas de muertos (o cientos, según qué fuente se consulte). Los últimos en llegar al lugar son Roberta (María Elena Olivares), una anciana indígena que solo habla su idioma, náhuatl, que nadie entiende  y Gertrudis (Carmen Beato), una mujer que atiende a su hijo, un niño enfermo y misterioso (Santiago Torres), al cual le inyecta un líquido blanco en el cuello a cada rato.

Pronto la paranoia se apodera del lugar cuando, por algún motivo desconocido, todos los refugiados en la estación empiezan a cambiar físicamente y comienzan a parecerse a Ulises, aquel hombre que llegó primero. Y se desata la locura. Ezban crea una atmósfera que remite a clásicos como Psicosis, El resplandor o La invasión de los usurpadores de cuerpos y tiene la capacidad de tomar todas esas referencias sin perder su línea propia: utiliza colores sepia y una voz en off que remiten a La dimensión desconocida, pero le agrega planos inusuales que crean una sensación más surrealista.  Y una banda de sonido espectacular y estridente a cargo de Edy lan, que acompaña  a la perfección los giros de este film, y  que además es un manifiesto homenaje a  Bernard Herman, el compositor ganador de un Oscar quien tuvo sus mayores éxitos junto a Alfred Hitchcock en Vertigo, El hombre que sabía demasiado y Psicosis, por citar solo algunas. 

Las actuaciones, sobreactuadas para generar más clima sixties; una trama  extraña y un final con giro inesperado que le valió ser considerado por algunos como el M. Night Shyamalan mejicano, claro que Ezban lo hace, y él mismo lo reconoce, en versión “México extremo”. 

Ocurre que el contexto histórico y social de Los parecidos agrega una cuota de algo más siniestro y denso que flota en el aire: la propia Historia. “Parte de mi homenaje a esa ciencia ficción clásica incluía un comentario social y político. Es muy común de ver en la ciencia ficción norteamericana”, dice y agrega: “Quería hacer eso pero en México, donde los años 60 fueron un momento de brutales cambios sociales, con la masacre de Tlatelolco y el temor de que todas las autoridades –gobierno, trabajo y familia– quisieran hacernos a todos  personas iguales, sin individualidad. Con eso en mente, decidí que sería genial una película donde literalmente todos se convierten en la misma persona. Usar el fantástico para hablar de un tema real, para reflexionar sobre aquella época y mi país”.

Este año Isaac Ezban dio el gran salto. Como sucede recientemente, la industria cinematográfica norteamericana, en su necesidad urgente de renovación (sobre todo en ciencia ficción y terror) “atrapa” a realizadores de otras latitudes (como sucedió con el propio del Toro, el argentino Andrés Muschietti o los franceses  Alexandre Bustillo y Julien Maury). Ahora los estudios convocaron a Ezban, que ya finalizó el rodaje de su primer película por encargo protagonizada por Martin Wallstrom (Mr. Robot) y Georgia King (Kill Your Friends). Si bien él no está a cargo del guión promete seguir una línea de conexión con sus obras anteriores. Se sabe poco, apenas que se trata de un grupo de jóvenes techies que encuentran una realidad paralela y se sumergen en ella. Y dice Ezban: “Es una historia enormemente personal para mi: se trata de mundos paralelos, una temática que ya he trabajado antes en mis películas.”. Claro que el mundo paralelo de Los parecidos está muy influenciado por aquella mañana del 2 de octubre y los desconocidos que se encuentran en la noche lluviosa, aunque sus existencias pronto se verán tomadas por el más intenso fantástico, están marcadas por la enfermedad, la pobreza, la violencia doméstica, el abandono y la violencia política, que flota como un presagio.