El periodista y conductor de La Mañana, analizó este martes por la 750 los datos de la última encuesta publicada por la Universidad Siglo XXI, que determinó que la felicidad del pueblo argentino está en su punto más bajo de los últimos ocho años, y aseguró que “cuesta más ser feliz si te toca Milei, si te habla Adorni, si te aconseja Lemoine” y que “pocas veces se puede encontrar un responsable tan directo de esa tristeza de millones”.

El editorial de Víctor Hugo Morlaes

La felicidad de los argentinos cayó a su nivel más bajo en ocho años. Es un anuncio que merece muchos reparos, naturalmente, con todo respeto por la Universidad Siglo XXI, empezando por la imposibilidad de definir esa palabra. ¿De qué hablamos cuando hablamos de felicidad? Y sin embargo no sorprende que sea así, y que los del fondo de la tabla sean los jóvenes hasta 30 años.

Si se busca trabajo sin éxito, o con el relativo alivio de un laburo mal pagado; si los hijos andan a la deriva en una pelea por afirmarse en su vida; si nuestros mayores no pueden ser ayudados por nosotros; si los pibes andan diciendo que se van y no es por una aventura juvenil sino por desesperación.

Cuando se vive endeudado, cuando uno se da cuenta que la mesa no es la de antes o la mesa es peor que nunca; cuando tu almuerzo es luchando a dos manos con un choripán; cuando esquivas el subte para ir en bondi, o cuando elegís caminar para no gastar en transporte. Si no salís a buscar trabajo porque ya no tenés para mantenerte en la búsqueda. Si tu pibe te pide zapatillas y no podés. Los ejemplos pueden ser miles, Milei.

Pocas veces se puede encontrar un responsable tan directo de esa tristeza de millones. Hay alguien que afecta el trabajo, las tarifas, la salud de los viejos y la esperanza de los jóvenes.

Por suerte, de felicidad podemos hablar en muchos sentidos: te enamoraste ayer, o te desamoraste, que también vale; hacés un pique para llegar al micro en marcha y te sentís con una salud de hierro, y eso te hace sentir bien; tenés un poco de tiempo para leer, jugás esta noche un picado con los amigos, una amiga te regaló su palo de hockey.

Pero, en cambio, no estaba para nada feliz el mozo de una confitería de hotel importante con el que hablé hace un rato, porque no viene nadie. Ni el mozo del restorán al que fui el domingo porque había pocas mesas para servir. Ni el tachero, ni nadie con quien haya hablado estos días. Y ni mencionemos las entrevistas a los obreros que despiden, a los viejos a los que golpean.

No podés ser feliz si tenés conciencia de clase y te agreden, si tenés dos dedos de frente y ves el mamarracho que te gobierna, te cuesta más ser feliz. Si tenés ideología a favor de la justicia social y se te ríen de eso. Si te roban en los precios y no podés hacer nada.

Si la mafia de Clarín se roba hasta la maratón –esa que van a correr el 27– y si aparecen carreras de embolsados, te la afana también. Está contra la felicidad toda forma de poder que te arrastre como una ola que te llega de atrás y te baja el short hasta las rodillas. Te deja desnudo.

Cuesta más ser feliz si te toca Milei, si te habla Adorni, si te aconseja Lemoine. Es más bravo si vivís entre mentiras del periodismo y solo dependés de vos para construir tu pequeño castillo de sueños. Sí, es más difícil ser feliz. Por eso no sorprenden tanto esos números.

Seguí leyendo