Qué tan obsesiva puede ser una persona. O qué tan metódica y por cuánto tiempo ¿Puede alguien acaso pasarse una vida entera ideando sistemas y formas de organizar el trabajo para crear un corpus de obras casi infinito? Al parecer algunos sí pueden, o al menos el artista Alfredo Londaibere lo consiguió. Ocho años después de su fallecimiento, la Colección de Arte Amalia Lacroze de Fortabat inauguró una muestra retrospectiva de este ícono del arte de los 90, integrada por casi 400 obras, muchas de ellas jamás exhibidas. Yo soy esto es el título de esta exposición que reúne collages, pinturas y bocetos que fueron guardados en el acervo personal del artista, hasta ahora.

La curaduría es de Rafael Cippolini, quien se ocupó de organizar todo este material en trece series diferentes. Todos los trabajos que ahora ocupan las salas de la Colección fueron realizados por Londaibere a lo largo de su carrera y muestran una coherencia que es realmente llamativa. Yo soy esto no sólo pone a disposición material inédito, sino que da cuenta de la manera de pensar y de producir que tuvo este artista, integrante del grupo de artistas del Centro Cultural Rojas, que marcó la escena local mientras terminaba el milenio y que también diagramó una manera de producir que se extiende hasta nuestros días.

El arco temporal de esta muestra va desde 1975, casi 15 años antes de su primera muestra individual, hasta 2016, un año antes de su fallecimiento. En total se identificaron unas 50 series diferentes, de las cuales tres están completas y las otras restantes dieron origen a las trece que integran esta retrospectiva. Lo que se puede percibir al recorrer la muestra es la obsesión de Londaibere por determinados temas, como la cultura pop, la representación del cuerpo masculino y, sobre todo, la iconografía que inundó la cultura gay a través de revistas eróticas. En este sentido, el recorte que propone Cippolini se distancia de aquella retrospectiva higienista realizada en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, en 2019, que se centró principalmente en los aspectos más metafísicos y religiosos que tuvo la obra del artista, a pesar de que el lado homoerótico de su trabajo no solo fue constitutivo para su imaginario sino también para su propia vida.

¿QUIÉN ES ESA CHICA?

Alfredo Londaibere nació y vivió en Buenos Aires en 1955, pero estuvo muy vinculado con el litoral argentino: nació en una familia entrerriana y su padre trabajaba administrando un campo en esa zona del país. La socióloga especializada en arte Mariana Cerviño escribió un minucioso perfil de este artista en su libro La revolución del rosa light, dedicado a pensar y analizar al grupo de artistas que surgieron del Centro Cultural Rojas durante la década del ’90. En su texto, cuenta que Alfredo pasó largos veranos en esos campos, arrastrando el letargo de la naturaleza a su obra y también a su biografía.

Tuvo una formación tradicional que, según señala Cerviño, estuvo marcada por una combinación de “teoría del color, dibujo y pintura, los tres ejes centrales de la educación académica”. Cuando comenzó su trayecto como artista, esa manera de producir más rígida y tradicional fue abandonada; de hecho, las obras que se originaron del semillero que creó Jorge Gumier Maier en el centro cultural de la Universidad de Buenos Aires no tenían mucho que ver con el imaginario de una Academia de Bellas Artes. Sin embargo, empezar a circular por espacios vinculados al arte contemporáneo le llevó bastante tiempo y realizó la búsqueda de su propio estilo en solitario. “No formaba parte de ningún grupo; experimentaba la práctica artística en soledad, en un espacio claramente apartado de ‘el afuera’. Pasó casi diez años aprendiendo solo el oficio, sin explorar un lenguaje propio ni enviar casi a premios o salones nada ‘porque le parecía que estaba mal’, en una tradicional concepción del arte que solo le fue posible alterar en su encuentro con los artistas que conoció gracias a su paso por el Grupo de Acción Gay”, apunta Cerviño.

Aquel espacio de militancia, que estuvo activo sobre todo entre 1983 y 1985, marcó un cambio en la biografía de Londaibere, sobre el encuentro con el artista Marcelo Pombo. De alguna manera, la relación con esos otros espacios que estaban “afuera” empezó a darse en ese momento; incluso llegó a mostrar algunas obras en espacios alternativos como Bolivia y Cemento, íconos de la noche under de Buenos Aires.

Por la vereda del activismo y de la noche caminaba Jorge Gumier Maier. Buena parte de las notas que publicó en la prensa, desde 1978 y hasta 1988, narraban ese mundo. Luego, cuando asumió la dirección de la galería del Rojas, usaría esa sala de exhibición para dar a conocer a todos esos personajes simpáticos que había conocido años antes. La muestra inaugural del espacio fue de Liliana Maresca y la siguiente de Londaibere. Así, en 1989 y con 34 años de edad, empezaría formalmente su trayecto como artista, a pesar de que llevaba más de una década produciendo obras, como las que se pueden ver ahora en la Colección Fortabat.

En la reconstrucción que hace Cerviño de aquella primera muestra individual de este artista, aparece destacada la ironía que encerraba ese evento iniciático: era la primera vez que exponía su trabajo en un espacio institucional y a la vez presentaba una retrospectiva. Londaibere empezó por el final. Para cuando llegó el momento de darle un inicio público a su trabajo, ya tenía debajo del brazo decenas de obras realizadas. Ya en esa falsa “retrospectiva” aparecían collages con forma de mapa como los que se presentan en esta oportunidad y muchos torsos desnudos.

Hacia finales de la década del ’90, más precisamente en 1997 y hasta 2002, asumió la dirección de la galería del Rojas. Además de estar a cargo de la programación de las muestras, también ocupó el lugar de docente y coordinador de los talleres de dibujo y pintura que allí se dictaron. Ese centro cultural impulsó su carrera y además lo puso en un lugar de formador de artistas. Su paso por ahí configuró su manera de producir, de pensar y de compartir con la escena una manera de habitar y trabajar en esta ciudad.

EL RASTRO DE LA OBSESIÓN

El título de esta muestra es completamente didáctico. Con la frase “yo soy esto” Cippolini está señalando que la función de su curaduría es biográfica, es decir, que esta retrospectiva habla más de Londaibere como persona que como artista. Él quedó en el inconsciente colectivo como un pintor principalmente abstracto, no necesariamente como un artista del collage y el homoerotismo. Lo que no se vio en la otra exposición antológica que se realizó hace unos años fue justamente eso, su vida privada, sus obsesiones menos elegantes.

Por un lado, esta muestra evidencia la manera obsesiva y constante que tenía Alfredo. Por otro lado, todo el imaginario que existía por fuera de la pintura geométrica y su devenir espiritual o metafísico.

La curaduría de la exposición construye un engaño temporal y borra las fechas de las series (algo tal vez imposible de identificar si no lo hizo el artista). Este detalle no es menor, exalta esta cualidad que tenía Londaibere para producir y genera la ilusión de que todos los collages, dibujos y pinturas que hay en la Colección Fortabat podrían haber sido hechos al mismo tiempo. Todo tiene un tono y una coherencia que justamente sirve para pensar a este referente de la década del noventa como un metodista y un obstinado. Es el personaje lo que se impone por sobre las obras. Su pintura se desarrolló y se desplegó, mientras todo esto también existía y persistía. Quizás, la soledad de los años de formación después se tradujo en soledad para hacer este otro tipo de obras que coquetean con el mundo de las manualidades y el escuelismo tan característico de los ’90.

Los personajes que aparecen en las obras forman una suerte de bitácora pop, un registro de consumos populares. Este artista mezcló en estas piezas a Ozzy Osbourne con jugadores de futbol. Emergen de entre las páginas de revista y los manchones de pintura: David Bowie, Robert Plant, Elvis Presley y hasta el mismísimo Diego Armando Maradona. Sin embargo, también hay lugar para los anónimos (que sería una forma sutil de referirse a los cientos de modelos de revistas porno que hay en las obras). El Londaibere maricón, obsesionado con esos cuerpos esculpidos, como de propaganda, es la estrella de esta retrospectiva. El consumo de hombres está a la altura del consumo de cultura popular, que en este caso funciona como sinónimo. Hay una sexualidad desbocada en estas obras, rara vez vista en otros trabajos suyos. También hay todo un testimonio de época, de una forma ya caduca de consumo; mientras que ahora los torsos están en OnlyFans, antes habitaban páginas de revistas.

El recorrido que propone Cippolini para entrar en el trabajo de Londaibere prioriza intimidad y deseo. Obsesión y meticulosidad. Esta retrospectiva trae con ella las pistas necesarias para descubrir una capa más de esta cebolla, que empezó a mostrar en esta ciudad hace más de 30 años y que aún hoy sigue resonando en la escena.

Yo soy esto se puede visitar de jueves a domingo, de 12 a 20, en la Colección Fortabat, Olga Cossettini 141. Entrada: $4000.