Granulado, borroso, desenfocado

Considerado uno de los fotógrafos más notables de Japón, Daido Moriyama exploró en los años ‘60 los costados más ásperos del auge económico de la posguerra en su país, un periodo a menudo denominado “el milagro económico japonés”, que por entonces inició su apertura al mundo globalizado. Como fundador de la revista experimental Provoke, el fotógrafo estuvo a la vanguardia de un estilo conocido como Are-Bure-Bokehque se traduce algo así como “granulado, borroso, desenfocado”–, muchas veces imitado, y creado con cámaras domésticas y baratas. Así recorrió los callejones de Shinjuku y Osaka, capturando una crudeza urbana que escapaba al clima de la época y deteniéndose a observar la cotidianidad en un momento de intensa transformación. Por estos días, sus primeros libros se están editando por primera vez en inglés gracias al sello Thames & Hudson. Se trata de una lujosa antología en tapa dura titulada Moriyama: Quartet, que se encuentra en preventa con gran expectativa e incluye los cuatro fotolibros seminales que formaron la base de su carrera y su estilo distintivo: JapanA Photo Theater, A Hunter, Farewell Photography y Light and Shadow. El libro también incluye extractos de sus diarios, libretas de notas y recortes de época, ofreciendo una mirada íntima al proceso creativo del artista que ha publicado unos 150 libros. “Su flujo de publicaciones, en particular su revista actual Record, ha permitido que su visión original, surgida de los callejones de Tokio, se proyecte en todo el mundo”, dicen desde la editorial. “Como todas las publicaciones de Moriyama, este fotolibro es esperado con entusiasmo por un público fiel, lo que refleja la perdurable importancia de su obra”.

Cuidar a los santos

La ciudad de Amsterdam es conocida por sus canales y sus tulipanes –y su turismo recreativo, claro–, pero no todo el mundo sabe que también es uno de los lugares del mundo más amante de los gatos que puede existir. Es más, ahí se encuentra el único santuario de gatos flotante del mundo, que acoge a decenas de gatos callejeros que rumian por sus hermosos callejones, para ofrecerles asistencia médica y un lugar para dormir. Pero ahora, la ciudad está llevando ese loco amor al siguiente nivel. Y es que Amsterdam está invirtiendo cerca de cien mil euros en la construcción de pequeñas escaleritas de madera a lo largo de sus canales como parte de una iniciativa para la seguridad de los gatitos. Después de que 19 gatos se ahogaran en la compleja red de vías fluviales de la ciudad durante los últimos seis meses, cosa que impactó hondamente a la comunidad, las autoridades municipales finalmente decidieron que ya era suficiente. Las escaleras están diseñadas para dar a los gatos (y a cualquier otra criatura) una salida de los canales cuando su curiosidad los moviliza hasta ahí, y están siendo localizadas en lugares específicos, ya que el gobierno incluso colaboró con los residentes para identificar las zonas más problemáticas. “Se trata de una medida sencilla que puede prevenir un enorme sufrimiento animal”, dijeron los gestores de la iniciativa.

Amiga soledad

En un intento por unir investigación académica y etnografía extrema, a principios de los dos mil, un hombre llamado Bob Kull viajó a una isla sin nombre de la Patagonia para vivir solo durante un año. Únicamente acompañado por su gato, el objetivo del hombre era investigar los efectos de la soledad en el ser humano, incluso en situaciones extremas, una idea que se le presentó en un momento confuso de su vida: cuando a él, un aventurero, le amputaron una pierna y se volcó a la investigación académica. “Les dije a los locales que yo conocía el frío, porque había vivido en Vancouver. Pero realmente no tenía ni idea. Ese lugar era el más ventoso sobre la Tierra”, dijo Kull, hoy de 79 años, al programa Outlook de la BBC, un podcast que recopila historias de vida extraordinarias. Pero resulta que Kull terminó acumulando más experiencias espirituales que académicas, y algunas físicas también bastante extremas, como cuando tuvo que extirparse un diente podrido él mismo: “Me dolió mucho más pensarlo que hacerlo”, dijo el hombre. “Creo que la lección más importante que aprendí fue la ecuanimidad, aceptar las cosas tal y como son”, agregó el aventurero, que asegura que aun pasa tiempos largos acampando en soledad. “Conduzco hacia el norte y luego le pago a un piloto para que me lleve a un lago remoto con su hidroavión y me deje allí”. ¿Dónde? No quiere decir, prefiere que nadie lo moleste.

El chancho como bandera

“¡Tenemos que llevar a Algie de vuelta a Londres!”, esa fue la revelación que la chilena Panchi Sepúlveda tuvo al ver a un ejemplar de Algie, el icónico cerdo flotante de Pink Floyd, anclado justo en el jardín de un vecino. Una imágen insólita pero posible, ya que uno de los varios cerdos que llegaron a Sudamérica durante la gira de Roger Waters en 2007 terminó muy cerca suyo. Resulta que antes de su concierto en Santiago, Waters se enfermó y fue atendido por un médico local, quien le contó que su padre había sido torturado en el mismo estadio donde él estaba por tocar. “Roger quedó profundamente conmocionado y decidió en ese mismo momento donar uno de sus Algies a un evento organizado para conmemorar a los desaparecidos”, explicó Sepúlveda en un extenso reporte que le dedicó la revista Uncut, y que busca darle vuelo al documental que está filmando sobre el vínculo de la música y quienes resistieron a la dictadura chilena, cuando el rock estaba prohibido y circulaba a punta de intercambio clandestino de cassettes. Sepúlveda recuerda con mucha claridad la primera vez que escuchó Animals de Pink Floyd siendo muy joven, y de ahí quizás su revelación al volver a ver a Algie en aquel jardín: “La alegoría era un reflejo casi perfecto de la sociedad chilena bajo Pinochet. La junta militar eran los ‘cerdos’, el aparato de seguridad los ‘perros’ y la población vivía con miedo, como ‘ovejas’. En un clima de rígido control social, escuchar letras rebeldes como las de Pink Floyd era un acto de resistencia silenciosa”. Returning Algie, entonces, es el nombre de la película de Sepúlveda, una aventura en la que busca devolver a Algie a Londres como acto simbólico. “La música era nuestro secreto. Floyd, Genesis, Crimson, Yes: eran la banda sonora de esa generación”, dice la directora, que además es baterista. Su sueño es llegar a Londres en 2026 y poner a volar a Algie sobre la Central Eléctrica de Battersea, donde se lo vio flotar originalmente en la tapa de Animals. “El cerdo ya no es el opresor, se ha convertido en una bandera que nos ha permitido transmitir un nuevo mensaje de empatía y resistencia. Esto es lo que significa para nosotros llevar a Algie de vuelta a Londres. Somos idealistas y queremos cambiar el mundo usando a este cerdo para decir algo nuevo”.