Mientras sufrimos la tormenta de Santa Rosa, se pudo recordar la famosa frase de origen bíblico: “Siembra vientos y cosecharás tempestades”. Parece que en algunos lugares del poder hay bastante preocupación con algo de violencia que se observó en las calles en estos días. Algo, porque no ha sido mucha. En otras épocas, la reacción no hubiera sido tan light, mucho más teniendo en cuenta las provocaciones que la iniciaron. Todavía predomina cierta mansedumbre.
Será que “nada es gratis”, como decía el mismísimo presidente en campaña hace dos años. Aunque se refería a lo “caro” que le salía al pueblo la justicia social, según su esquemática y macroeconómica comprensión, haciendo una matemática y burda comparación entre recursos y necesidades.
En aquel momento -que parece haber ocurrido hace mucho tiempo- publiqué en este diario que eran millones los argentinos que estaban fuera de quicio, salidos del lugar prefijado que brinda el marco para una puerta o una ventana, que dicho sea de paso, marca el límite entre el adentro y el afuera. No se trataba tan solo de un candidato presidencial que a todas luces aparecía como un desquiciado, sino de compatriotas altamente dispuestos a escuchar una melodía “hamelinesca”. Mientras vemos como hoy en día unos cuantos van cayendo por el risco, ya podemos percibir el cambio en el humor social.
El affaire del tres por ciento, mientras se escuchan los compases de Guantanamera, parece haber impactado. Incluso no importa si está probado o no, porque se generaliza lo que el poder mediático ha sembrado en el imaginario social en los últimos quince años, mientras machacaban contra CFK y todo lo que oliera a popular. Y aunque aún lo blinde la poderosa cadena de medios privados, la indignación se ha ido filtrando, porque evidentemente se ha tocado alguna fibra íntima del ser social argentino.
Desde el primer día de gobierno mileísta hemos asistido a notables alteraciones de la realidad, o si lo prefieren, mentiras oficiales. Estadísticas estrambóticas o modos de sesgar las variables económicas que cada uno de los argentinos podemos contrastar muy fácilmente en nuestra vida diaria. Pero como reza el dicho popular: “Se puede mentir a pocos mucho tiempo, se puede mentir a muchos durante poco tiempo, pero no puedes mentir a todos todo el tiempo”.
Hace unos días recordaba el conocido cuento de Hans Christian Andersen, “El traje nuevo del emperador”. No somos pocos quienes venimos diciendo que el rey está desnudo, como el inocente niño del relato. Pero quizás la aseveración no había sido dicha todavía por quien o quienes deberían enunciarla. Y parece que quien tenía que hacerlo era alguien de su propio entorno, aunque careciera por completo de inocencia. Una primera alerta fue el reportaje a la ex canciller Mondino cuando dijo que era tonto y corrupto, pero no tuvo tanto impacto porque ya había sido eyectada del gobierno hacía casi un año. El sujeto que finalmente lo desnudó fue su amigo y abogado personal; y en estas últimas horas se suma la voz del mismísimo “jefe”, grabada en la intimidad rosada de la Casa.
Hay que volver a decir con firmeza que no está bien regodearse con el padecimiento ajeno, cuando, además, se trata de gente humilde y vulnerable. En los últimos dos años se han reiterado las diversas prácticas de violencia simbólica: posteos agresivos en redes sociales, palabras exaltadas en actos escenificados, gestos descomedidos, fotos colectivas con carteles que banalizan el pacto democrático basado en el nunca más.
Y también ha habido violencia coercitiva y física en las represiones de cada miércoles, y en aquellxs acciones del gobierno que indirectamente -o no- provocan muertes por problemas de nutrición ante el recorte a los comedores o por la falta de medicación o por las restricciones económicas o simplemente porque un ACV sobrevino como fruto de preocupaciones por el deterioro cotidiano o ante adicciones y suicidios como final de cuadros depresivos generalizados que implotan en las vidas y en los cuerpos de muchos compatriotas.
Más allá de si el presidente es judío, espiritista o de la religión que le convenga, no estaría mal incorporar un nuevo mandamiento a los que ha propuesto la iglesia católica hace muchos siglos.
En definitiva, no está bien ejercer crueldad, ni siquiera burlarse, maltratar o ningunear a los otros. Ni tampoco fingir demencia o negar la realidad que caracterizan a su “hermanita menor”, la indiferencia. Porque, además, no puede dar lo mismo. Nuestra sociedad tiene que encontrarle un límite. Y parece que ha iniciado ese camino.
De paso, consideremos que todos y todas deberíamos tener un aprendizaje psicosocial en el campo de la política, y también para nuestras relaciones personales.
Sería el decimoprimero, que se agregaría al “no matarás” y a los otros que han regido la vida de Occidente, y aún más allá. Se trata de un mandamiento surgido de lo social más que de un origen divino: No crueldarás.