Sin duda este tiempo que nos toca transitar es no solo difícil, sino raro. Todavía resuenan entre el cuello y la cabeza, las pulsaciones aceleradas de la última elección en la Provincia de Buenos Aires y mucha gente no acaba de dirimir la duda de si es más importante que ganara el peronismo, o haber derrotado a Javier Milei, que contrariando a Silvio Rodríguez, es lo mismo, pero no es igual. La esperanza es otra, va más allá. Ayuda a mirar por la ventana y pensar que quizá, ojalá, con un poco más, escampe para todos y salgamos de esta tormenta que, al igual que otras veces, pareciera no tener fin.
Hoy aquí hay una fiesta para niños. Es un domingo de sol, ideal para estar en una plaza tomando mate, pero “yo vengo desde Hudson, siempre voy a venir. Siempre voy a estar. Mire, en el ‘ 94 teníamos a mi hijo en una clínica privada, y casi me lo habían dado por muerto. Fue mala praxis y me recomendaron llevarlo al Garrahan y allá me los salvaron. Cinco meses de terapia intensiva y los médicos, las médicas, todo el personal ocupándose de él y sosteniéndome a mí. Uno sabe cuanto se derrumba todo cuando tenés un hijo enfermo. así que siempre que convocan, estoy. A las marchas, siempre y ahora a esta fiesta, siempre“.
Este lugar ahora recuerda las viejas epopeyas (salvando las enormes distancias) donde en un país sudamericano se combatía de día y se armaban unas parrandas fantásticas de noche. Aquí hay de todo. Médicos, medicas, personal de enfermería, ex pacientes, familiares y gente sólo vino con sus hijos e hijas. Es un momento creado por el personal del hospital que de día atiende infantes, de noche hace guardia y por momentos va a la plaza a pelear para sostener la salud pública.
Pilar es instrumentadora quirúrgica, y es una cariñosa natural cuando dice que “estamos celebrando que el hospital todavía sigue en pie y que toda esta gente que armó este festival somos todos trabajadores que nos dedicamos a la salud y hoy queremos celebrarnos. Nosotros queremos seguir celebrando la salud pública. Seguir celebrando nuestra profesión. Nos gusta estar adentro de nuestro trabajo, estar adentro del hospital, con los niños que trabajamos. No sé si es algo que disfrutamos estar en la calle peleando, pero me da mucho orgullo” y entonces la cara se le llena de sonrisa cuando suelta que “una cosa no contradice la otra”.
Arriba del escenario hay un grupo de música infantil que realmente tiene a los presentes atrapados en juegos y estribillos, y debajo un payaso que hace malabares para un grupete de niños que tratan de agarrar el paraguas que mantiene la atención del truco y que también sonríe contando que “apoyo con todo el corazón al Garrahan. Me toca muy de cerca. Mi sobrina estuvo internada y le salvaron la vida. Yo fui varias veces a hacer presentaciones al Garrahan, al jardín de infantes. Creo que tenemos que apoyarlos con lo que tenemos, con nuestras herramientas. En mi caso, payaso. El que puede, con otras cosas y así entre todos le ponemos el corazón a esto”, y al revés de Pilar, respira, cierra los ojos, y se le pierde la ternura: “es terrible lo que está sucediendo”.
Decía que son tiempos raros, donde se hace necesario reinventar. A los seres humanos, profundamente humanos que trabajan en el Garrahan, les toca conocer a gente de todo el país en su peor estado. Las urgencias, los dolores, la desesperación en su momento mas desesperadamente crudo son un agua cotidiana. Esa es su batalla permanente y aunque la llevan codo con codo, ya perdieron mas de doscientos compañeros que tuvieron que partir a buscarse la vida, no sin dolor.
Maxi trabaja en el laboratorio central. Es un hombre joven que alberga en él la esperanza del resultado de la lucha: “yo sé que les podemos ganar. Para el miércoles esperamos una movilización masiva. Nosotros creemos que va a haber mucha respuesta de la sociedad porque vienen acompañando el reclamo que estamos haciendo, y esta vez, además, confluimos con la universidad pública que también es otro de los sectores agredidos por las políticas de Milei, así que creemos que va a ser una jornada histórica, donde se va a demostrar que el vetado es el gobierno, no el Garrahan, no la universidad ni la salud pública”. Maxi sigue hablando, trazando ideas y recuerdos. Pasa de la atención a los niños a la furia de quien da pelea y de ahí a la ternura que no perdona lo que esta pasando, va de una mirada explicativa a la certeza entusiasmada del triunfo y de ahí a la calma de quien trabaja con niños por los que hay que dar pelea, porque luchar para quien bien lo entiende, también es una fiesta.
“Yo no lo dudé. Cuando hizo la primera convulsión la estabilizaron en la salita y media hora después estaba manejando los ochenta kilómetros hasta el Garrahan. La llamé a mi vieja que me dijo que la lleve ya mismo al Garrahan”, y cuenta que manejó con el corazón en la boca esperando llegar y que “si pude manejar para que la salven, puedo manejar para venir a colaborar en lo que sea. En la movilización o a esta fiesta sirviéndole agua a los pibes”.
Mañana estas mismas personas estarán en la calle, peleando por un hospital que aman y ya no habrá ni mago, ni música, ni luces decolores. Posiblemente por algún momento se sostengan algunas sonrisas y los abrazos de siempre. Y quizá, y ojalá, con un poco más, escampe y sea motivo de otra buena fiesta.