Haz lo correcto, de Spike Lee, fue un emblemático retrato de los suburbios de Brooklyn en un caluroso verano del final de los ‘80, cuando la tensión racial y la intolerancia social hicieron eclosión en una batalla campal de proporciones. Su carga irónica representaba un mandato imposible para aquellos expulsados de toda corrección, y ese mismo mantra resume el código de conducta impulsado por la reformadora Evelyn Wade (Toni Collette) en una pintoresca comunidad de la costa este de los Estados Unidos bautizada como “Tall Pines”. Pinos Altos es el eufemismo territorial que contiene a viejos hippies desencantados de los ‘60, progresistas y bien pensantes que intentan contrarrestar los coletazos de la Guerra Fría en los albores de los 2000. Pero en ese 2003 y en esa soñada Tall Pines lo que importa es despojar a la adolescencia de los vicios y peligros, e impulsarla a “hacer lo correcto”, ese sueño imposible de catastróficas consecuencias.
El creador de esa comunidad de ficción en ese año bisagra para su propio pasado –el año en que cumplió 16 años– es el canadiense Mae Martin, hoy autor y protagonista de Incontrolables, miniserie que se puede ver en Netflix y que despliega el humor negro y pesimista que Martin ya había sugerido en su anterior Feel Good (2020), sumado a un entorno de extraña pesadilla que tiene a la familia y a la escuela como epicentros. Bajo la coartada del policial de investigación y el terror de entornos domésticos, el universo de Tall Pines se enrarece con aceitada precisión, desplegando en esa fraternidad de agricultores y educandos un presente esquizoide de control y represión. Martin exorciza la desorientación de su propia juventud en la relación de dos amigas oriundas de Toronto cuya indisciplina en la secundaria, su afición por la marihuana y Los Beatles, deriva en el horror de un bosque, sus modernas maldiciones y una bruja vestida de gurú que promete rehabilitación para una vida de mágica prosperidad.
Lo primero que llamó la atención ante el estreno de Incontrolables (Wayward es su título original) fue el cambio de registro respecto del anterior trabajo de Martin, más cercano a su formación como comediante de stand up. En Feel Good, ambientada en Londres, la protagonista y alter ego de la entonces creadora (todavía con identidad femenina) era una treintañera torpe y enamoradiza, signada por una familia disfuncional y un pasado tóxico, que se enamoraba de una maestra y exploraba sus traumas con un humor absurdo y disparatado, heredero de la influyente Fleabag de Phoebe Waller-Bridge. Es cierto que hay algo de aquella germinal creación en Incontrolables –el peso del trauma, las adicciones, la identidad queer–, pero esta vez su personaje asume una perspectiva adulta que intenta reflexionar sobre la represión que signó a su adolescencia desde el presente de Abbie y Leila, las dos nuevas alumnas de Tall Pines.
“He escrito mucho sobre adultos que procesan su adolescencia", dijo Martin en una reciente entrevista con la revista Time. “Así que siento que Incontrolables vive en el mismo universo que todo lo que he hecho hasta el momento”. La principal inspiración fue la experiencia de su mejor amiga, Nicole Simon, enviada a un instituto para adolescentes con problemas de conducta, quien ofició de consultora de guion. “La serie es como una carta de amor a esa amistad, y a cualquier amistad adolescente. De hecho, esas chicas (Abbie y Leila) hablan como hablábamos Nicole y yo en Toronto”. Son esos personajes los que ingresan a la institución regida por Evelyn, a quien Toni Colette viste con la sombría convicción de hacer lo correcto para salvar a sus estudiantes de sus ineptos padres. “Cuando hablé con sobrevivientes de estos programas de reeducación, lo central era aislar a los chicos de sus padres y de su comunidad”, agrega Martin. “Todos cargamos con el mundo emocional de nuestro pasado, así que resulta una seductora fantasía el poder despojarnos de eso y ver quiénes hubiéramos sido sin ningún condicionamiento”.
La otra pata de la historia la conduce Alex, un policía trans que escapa de una mala experiencia en Detroit. A este personaje lo interpreta el propio Martin, que además hizo su transición en la vida real y ahora se identifica como persona no binaria. Llegar a Tall Pines junto a Laura (Sarah Gadon), su esposa embarazada y a la casa que les prestó Evelyn parece un sueño hecho realidad, y Laura explora en ese reencuentro con la escuela que la formó y el liderazgo moral de Evelyn, un decisivo desafío para su vida adulta. Pero las cosas no serán fáciles: apenas llegan, un joven escapado de la academia se intrusa en su casa, luego varios indicios de extraños sucesos puertas adentro de Tall Pines empiezan a inquietar a Alex, y la sigilosa sospecha sobre la lealtad de Laura carcome sus pronósticos felices. ¿Es mejor indagar en los métodos de esa institución que promete una adultez funcional a jóvenes descarriados o abrazar una segunda oportunidad para esa idílica familia?
Las preguntas que instala Mae Martin no abandonan el sordo tono de la sátira, pero adquieren una dimensión moral más agobiante que sus comedias románticas sobre millenials. Lo que Incontrolables pone en discusión, más allá de esas instituciones que han proliferado en Estados Unidos desde los años ‘80 –y que el Senado condenó el año pasado como responsables de “prácticas abusivas y negligentes que ocasionaron severos traumas a los adolescentes allí internados”–, son las conductas sectarias que definieron a esas creencias, al igual que la filosofía individualista que perduró tras la ilusión de romper los lazos comunitarios para reconstruirlos bajo el imperio de la obediencia y la productividad.