Durante el fin de semana, las tribunas del fútbol argentino homenajearon con respeto y emoción verdadera a la figura de Miguel Angel Russo. La muerte del técnico de Boca y, sobre todo, su mensaje vital y su estoicismo para sobre llevar el último tramo de su mal dieron lugar a silencios profundos y a aplausos cerrados que trascendieron ocasionales rivalidades. Incluso en el estadio Monumental, los hinchas de River pusieron el bullicio en pausa y supieron reconocer que la partida de Russo atravesó a todos los colores y a todas las banderas. Tambien pasó algo así cuando en marzo de 2016, falleció Roberto Perfumo. El hincha auténtico sabe como se despide a los autenticamente grandes. A los que más allá de la polémica circunstancial, honraron a la pelota en su paso por la vida.
Sólo en el estadio de Newell's hubo gente que no guardó silencio. El aplauso de la mayoría resultó conmovedor. Pero algunos ni siquiera en la profundidad del dolor pudieron apartarse por un minuto de la afiebrada rivalidad con Rosario Central. El hecho fue notable porque en el campo de juego estaba Ignacio Russo, el hijo de Miguel, que decidió homenajear a su padre jugando el partido para Tigre y que marcó el gol de su equipo. La pasión por el fútbol debería reconocer algunos límites y situarse mas allá de algunas pequeñeces.
Tampoco el video institucional de la AFA pareció ponerse a la altura de esos sentimientos. Es cierto que hasta el último momento, la casa madre del fútbol estuvo cerca de Russo y su familia acompañándolos espiritualmente. El sacerdote de la entidad incluso le dio la extramaunción el miércoles por la tarde. Pero provocó molestia que en esa recopilación no se haya incluido ni siquiera una imagen de Russo con la camiseta de Estudiantes, el único club para el que jugó en sus tiempos de futbolista. Es cierto que entre 1975 y 1988 no se trasmitían ni grababan todos los partidos y que los soportes técnicos eran de tecnología muy inferior a los que ahora se disponen. Pero tal vez algunas fotos fijas pudieron haber reemplazado las imagenes faltantes. Algunos supusieron que se trató de algún pase de facturas políticas. Si fuera así, la mezquindad sería intolerable, imperdonable.
Tan intolerable e imperdonable como la de algunos personajes ínfimos que también aprovecharon la ocasión para continuar su prédica demoledora contra Juan Román Riquelme. Para el presidente de Boca, habría sido muy sencillo pedirle la renuncia a Russo por razones de salud y salir en busca de otro técnico. Pero Román hizo todo lo contrario: respetó hasta último momento la voluntad del entrenador de seguir a cargo, no lo dejó a la intemperie y hasta donde le fue posible, lo rodeó de afecto y contención. Fue un gesto sensible y humanitario que la familia y los amigos agradecieron en silencio. Mañana volverá a importar el brutal ganapierde del fútbol. Esta vez, el hombre estaba por delante del técnico. Riquelme lo entendió así. Y le hizo a Russo el último obsequio de su vida: tener la despedida que se merecía.