Adrián Calabrese tiene 48 años y sabe lo que es administrar un balneario desde que nació: su padre, Mario, es un pionero del rubro en Pinamar. La familia Calabrese tiene balnearios desde 1963, cuando las construcciones eran precarias y debían volver a construirse cada temporada por la erosión y el avance de los médanos. El año pasado, Adrián empezó con la transformación del balneario San Javier, que es uno de los históricos de Pinamar y queda a cinco cuadras de la céntrica Bunge. “La idea de sacar el hormigón de la playa tiene que ver con ser más amigo del medioambiente a conciencia de los materiales que se usan, porque ahora lo único que tenés que hacer es levantar todas las maderas y queda la playa limpia. Nuestro parador se modificó por completo basándonos en la ordenanza y a sabiendas de que con este tipo de intervenciones es más fácil que vuelva la playa a la normalidad. Todavía muchos de los balnearios están con imagen de madera, nosotros no la elegimos porque llevan un mantenimiento especial y lo ecológico tiene que serlo hasta para eso, porque si continuamente estás pintando también contaminás”, dice Adrián.

El San Javier fue reconstruido sobre pilotes y en seco: sus paredes son placas prefabricadas que se atornillan al steel frame, una estructura de hierro encastrado. Adrián no tiene nostalgia del pasado de hormigón y muestra las instalaciones orgulloso: al prender la luz, cuenta que esa energía sale de los paneles solares que están distribuidos en el techo, ocultos bajo la pendiente. En la cocina, los tachos separan la basura húmeda de los reciclables, que después de ser retirados se pesan por la cooperativa Reciclando Conciencia y son registrados en los libros legales, para tener un conteo residual. Otro cambio notable es que para entrar a los baños ya no hay que esperar la buena voluntad de los comercios: hay una disposición para que cada parador tenga baños públicos sin restricción de acceso. Muchos balnearios resolvieron este punto plantando containers que guardan baños químicos, para no complicar la estructura de las construcciones y darles un aire trendy.

Como la gente ya no suele pasar temporadas completas, para que los precios suenen amigables empezaron a promocionarlos por semana o incluso por día, lo que arranca desde los 600 pesos. “Hace algunos años en Pinamar no se alquilaba una casa si no tenía dependencia de servicio. Hoy el sistema de turismo cambió y tenemos mucha rotación, son pocos los que se quedan al mes completo. Eso sí, entre el 24 y el 31 de diciembre las familias traen a la abuela, la tía, los amigos, a los amigos de los amigos, al vecino y todos los que entren. Por eso estos días fueron movidos aunque no sirve para sacar un estimativo real de cómo vendrá la temporada 2018: eso recién lo vamos a saber a partir del cinco de enero, cuando vienen los que se van a quedar”. 

En uno de los cajones de la oficina balnearia, dentro de su agenda, Adrián guarda fotos de su padre en blanco y negro, de cuando él mismo hacía los rescates y las mujeres solo usaban ropa enteriza. A pesar de los desconciertos de comenzar esta nueva temporada siente que un buen augurio se repite. La clienta más antigua, Dorotea, a sus 105 años volvió a alquilar la carpa que le gusta para darse sus baños matinales: “Es una buena señal”.