Las sentencias que lanza Ricardo Ragendorfer durante la entrevista con Página/12 tienen el peso de la historia periodística argentina de las últimas décadas. Su libro más reciente, Papeles quemados. Antología de la vida brava (Planeta), también. Sus páginas rescatan las crónicas que el reconocido periodista e investigador escribió para Télam entre 2021 y 2023. El 1° de marzo de 2024, durante la apertura de sesiones extraordinarias en el Congreso, Javier Milei anunció con bombos y platillos: "Vamos a cerrar Télam, que ha sido usada en las últimas décadas como agencia de propaganda kirchnerista".

De esta manera el presidente de la Nación daba inicio a una "batalla cultural" con efectos devastadores. Entre ellos, el cierre de la histórica agencia estatal, el despido de cientos de 700 trabajadores y el desmantelamiento de un archivo que quedó sepultado bajo la leyenda "página en reconstrucción" de la web. Cuando se le pregunta a Ragendorfer por el significado de Télam en su carrera profesional, dice que nunca se puso a pensar profundamente en eso.

"Fue un lugar donde comencé a desarrollar un tipo de crónicas atemporales sobre hechos de cualquier naturaleza que me impresionaban. También significó haberme encontrado con el editor de esa sección que inventé: Gabriel González, con quien había trabajado muchos años antes en un semanario de actualidad. Todo el archivo de Télam desapareció y era la historia argentina de los últimos 80 años. En el prólogo lo comparo con la quema de libros en la Alemania de 1933 y es algo así: haber borrado esa agencia tiene un significado mucho más perverso que las razones esgrimidas por Milei. En todo caso, fue una agencia de propaganda kirchnerista mucho antes de que existiera el kirchnerismo. El cierre de Télam es una declaración de principios del régimen libertario frente a la información", subraya.

En esos años Ragendorfer escribió 120 artículos; el libro recopila 39. Sobre los criterios de selección, asegura: "Fueron los que más me gustaron y, de alguna manera, marcan una saga". El arco temporal comienza a fines del siglo XIX –las primeras están dedicadas a Manuel Rodríguez (espía de San Martín) y a Juan Lavalle– y llega hasta nuestros días: la última narra la fascinación de Victoria Villarruel por los genocidas. Cada crónica pone el foco en algún personaje o acontecimiento particular, pero se resignifica siempre en el plano colectivo.

"Estas crónicas podrían encuadrarse en diversos géneros pero todas tienen en común la narración con una estructura de thriller –explica Ragendorfer–. A diferencia de otros rubros periodísticos, desde pibe me fascinó la crónica policial como lector. Acá se abordan seres anónimos que tuvieron la suerte (o la mala suerte) de protagonizar hechos absolutamente extremos que merecen ser relatados". En Papeles quemados se alude a la crónica policial como "un género bastardo" y el autor dice que su arribo al periodismo policial fue "pura casualidad".

–¿Cómo llegaste al periodismo?

–Yo nunca tuve la vocación. Durante la dictadura tenía 19 o 20 años y me tuve que ir a México. En un momento necesité un laburo y me enteré de que en la edición mexicana de la revista Interview (la gran publicación del destape español) había un argentino laburando y lo fui a ver. Era Carlos Ulanovsky. A la semana publiqué mi primera nota y, para mi sorpresa, me convertí en periodista. Desde ese momento hasta que empecé a hacer crónicas policiales pasaron unos cuantos años. Las primeras fueron para El Porteño y Cerdos & Peces; ahí tenía una columna que se llamaba "Vidas ejemplares", biografías de pistoleros que me caían simpáticos: el "Lacho" Pardo, el "Pichón" Laginestra, el "Nene" Villarino. Desde entonces no pude parar.

Una escena explica ese gusto por los personajes marginales. Cuando era chiquito, salía de la escuela y corría hasta el kiosco de diarios; ahí se quedaba leyendo todo lo que caía en sus manos. Un día se topó con una edición bastante berreta de un ejemplar titulado Crónicas del hampa porteña: 55 años entre policías y delincuentes. El autor era Gustavo Germán González, periodista mítico de policiales –aunque muy poco conocido– que acá tiene su merecido rescate. Ragendorfer recuerda un titular memorable de Crítica: "No hay cianuro". La frase se popularizó a partir de un caso cubierto por GGG: el periodista se había colado en la morgue disfrazado de plomero y descubrió que en el cuerpo de un finado no había rastros de veneno como se sospechaba. Gracias a esas coberturas, Botana llegó a vender 750 mil ejemplares por edición.

El periodista asocia aquella anécdota a una propia durante la cobertura de la muerte de Rodrigo para la revista Gente: "En el marco de un juicio de filiación, se le hizo una necropsia. Fue en un cementerio privado y la prensa tenía vedado el ingreso. Yo estaba en el remís con el fotógrafo; cada vez que caía alguien, le sacábamos unas fotos, le arrancaba unos textuales y seguíamos dormitando en el auto. De repente siento un bocinazo y era el abogado de la familia, Pierri, que me pedía que suba a la camioneta. Yo no podía pasar pero él dijo: 'El caballero no es periodista, es perito de parte'. En ese trayecto me acordé de la historia de GGG. Fue una especie de homenaje".

Ragendorfer dedicó casi toda su carrera a investigar a las fuerzas de seguridad y, por cuestiones asociadas a su propia historia, las estructuras del terrorismo de Estado durante la última dictadura. En su trayecto pasó por muchas redacciones y este libro también puede leerse como un recorrido por la historia del periodismo argentino. El autor confiesa que suele sentirse atraído por "ciertos detalles, frases, gestos y personajes, esa pátina de humor que sobrevuela toda tragedia" y le fascina el proceso de investigación (hoy en peligro de extinción): "Casi todo lo que uno lee en los diarios está extraído de Internet. A mí me gusta explorar, recorrer, charlar con los protagonistas". Y define estas crónicas como "el informe de una aventura" porque tienen "algo autobiográfico: no sólo cuento historias de las cuales fui testigo ocular –por eso me permito hablar en primera persona– sino que también resucito personajes que admiro o que me fascinaron desde pibe".

–¿Cuáles eran los móviles para la escritura?

–Una búsqueda desesperada. Todos los lunes aparecía la misma pregunta: ¿de qué mierda escribo ahora? Elegir el tema es lo más difícil y me sigue sucediendo lo mismo cuando escribo crónicas o columnas para distintos medios. Casi nunca me piden un tema específico, me dan libertad para escribir sobre lo que se me cante y ese es el problema justamente. Elegir un tema me lleva más laburo que escribirlo.

La última crónica del libro está dedicada a la actual vicepresidenta (por entonces candidata), Victoria Villarruel. Allí se narra su filiación militar, su recorrido como groupie de genocidas y su vínculo con Alberto González Menotti, "un esbirro de la ESMA con veleidades intelectuales, a quien ella considera su 'formador'". Ragendorfer dice que con Villarruel tenía "una historia muy graciosa": "Con Javier Diment hicimos una serie de entrevistas para Canal Encuentro, Mujeres de lesa humanidad, donde entrevistábamos a mujeres de represores. Sin saber de qué se trataba nuestro asunto (no le mentimos pero tampoco fuimos muy precisos), ella nos consiguió esas entrevistadas. Nunca se emitió por Encuentro porque vino el macrismo, pero se lo dimos a Verbitsky y están subidos a El Cohete a la Luna. Cuando Villarruel lo vio, nos quiso comer crudos".

Papeles quemados es un buen libro para periodistas y afines; en estas piezas breves el autor despliega recursos para acceder a las fuentes y modos creativos de presentar la información. Son textos con ritmo frenético y buenas dosis de suspense. Ragendorfer dice que el cine influyó notablemente en su manera de narrar y agrega: "El encuadre es un tema moral. Cuando encuadrás, estás demostrando cómo sos. Leonardo Favio decía que no hay nada que describa mejor a una persona que su forma de encuadrar".