Psicoanalista puede ser cualquiera, pero no cualquiera puede ocupar el lugar del analista. Así se decía a sí mismo y nos decía Norberto Ferreyra a quienes lo acompañábamos en su transmisión. Norberto se fue el 19 de octubre pero está en nosotros. Norberto fue un psicoanalista y al discurso del psicoanalista dedico su vida. Un gran hombre que nos dejó una obra que h(a)ce, así escribía, destacando la a, porque en ese camino, el del objeto a pensaba el discurso del psicoanálisis.

Fundó con Oscar Masotta y con otros la primera escuela dedicada a la enseñanza de Lacan, la Escuela Freudiana de la Argentina en 1974. El año pasado cumplió 50 años de existencia. Una escuela “seria”, así decían, sí, allí se transmite el discurso. Trabajó incansablemente con su compañera Anabel Salafia, el amor por el discurso los unía y también el amor en la vida, juntos hasta el último momento.

Para quienes compartíamos los lazos en la Escuela Freudiana de la Argentina sabemos que fue un artífice en su clínica, que es lo que ocurre en un psicoanálisis en la escucha de sus analizantes, en la capacidad de hacer que esta práctica que es compleja, repetitiva, burocrática, se vuelva ágil y hasta divertida y alegre. Como analizante, y hablo a partir de mi propia experiencia, entraba llorando a su consultorio y muchas veces salía riendo, virtud que tenía de poder atenuar el goce que embargaba para dar a luz al deseo. Él tenía la maravillosa virtud de atemperar mediante el acto analítico este pasaje de la tragedia a la comedia que podía diluir el sentido del sufrimiento que padecía el analizante.

Cuando Foucault nos habla en su texto titulado ¿Qué es un autor?, mucho de lo que allí se plasma puede pensarse en relación a la vasta obra de Ferreyra. Y digo obra teniendo el cuidado, como dice Foucault, de que no sea Ferreyra un nombre propio de autor. De hecho que en algunos ámbitos no fue tan conocido como tal, pero no me queda duda de que sus textos harán historia en el psicoanálisis en la Argentina.

Cada publicación tiene la virtud de tener un título que hace al discurso, desde la primera a la última, y refleja lo que es una transmisión oral, tal como lo hizo Lacan con sus Seminarios, que hacen diferencia con el escrito. Allí se escuchan, se leen, lapsus, repeticiones, equívocos tal vez, de quien habla y a quienes les habla, porque permanentemente el auditorio es su interlocutor, textos plenos de preguntas, muchas sin responder para poder seguir trabajando, como se espera en el marco del psicoanálisis. El título de cada libro publicado es trabajable en sí mismo más allá del nombre del autor, desde el primero al último: Apariencia, presencia y deseo del analista, Una eficacia que no es tontería, Verdad y objeto en el psicoanálisis, El otro insomnio, La dimensión clínica del psicoanálisis, El decir y la voz, Transmitir la transmisión.

Toda esta obra responde a lo que Foucault llama “función autor”. Esa función es instauradora de discursividad. ¿En qué? En poder transmitir en cada uno de sus textos la experiencia de un psicoanalista en forma muy simple y sencilla. A Norberto se lo escuchaba en todo lo que escribió, se lo escucha como analista trabajando. Dijo, con esa sencillez que lo caracterizaba y su impecable retórica, que lo único que sabía hacer era atender a sus analizantes.

Era modesto, sabía y estaba interesado por muchas cosas y entre ellas tenía una posición seria en relación a la política del psicoanálisis y a la política del país. Tenía un posición seria en el lazo con que pensamos la relación entre los hablantes que somos, atravesado por distintas formas de goce que nos lleva a hacer daño al otro a través de la tortura moral o física, la segregación, el aislamiento o la muerte.

Sin hacer una apología del amor lo practicaba tal como lo piensa el psicoanálisis que garantiza la existencia del sujeto, aunque sea a la vez contingente e imposible en su necesariedad. Posibilitar hablar sin acallar al otro es amor, sin taparle la boca es amor, ya sea en la clínica o en el lazo entre semejantes.

Soñaba, y dijo es un sueño, en este momento de la Argentina, con un país serio. Estaba muy afectado en este tiempo por este aciago destino que estamos padeciendo, porque él se decía “muy argentino”, hijo de seis generaciones que lo precedieron, amaba la Argentina vuelvo a repetir, como “país serio”. Está escrito este texto, y lo encontramos en el libro La perversión y sus derivas. En ese país añorado que no se mate en serie, ya que “la derecha mata”, así lo repetía, y se puede ejercer “sin matar la palabra del otro” el discurso del psicoanálisis.

Y destacaba la honestidad de aquellos que nos dedicamos a esta práctica, la honestidad del psicoanalista que pregonaba con fuerza, decía: los que no son honestos son aquellos que hablan, dicen lo que hacen y están diciendo otra cosa que lo que hacen. No tiene que ver con el conocimiento que tengan de uno u otro Seminario, tiene que ver con la práctica misma que bien sabemos es intransmisible. El lazo especial que es el análisis se define en el anhelo de alguien que quiera estar en ese lugar, de poner allí su ser para perderlo.

Pensaba, el psicoanálisis colabora en hacer(se) bien para que cada quien haga su respuesta y construya su modo de vivir.

No hablaba por hablar, creía en lo que decía y lo refrendaba con sus actos, luchó por varios años con muchos de los malestares que lo aquejaban y seguía, seguía transmitiendo.

Entendió lo que es la falta, es encontrar aquello, solamente aquello que nos causa, eso tiene que ver con el amor. Se fue Norberto, pero está... está en muchos que compartieron una vida con él y en muchos que aunque lo conocimos más tarde podemos recrearlo en sus palabras, en su sonrisa y en muchas escenas, en su voz que transmitía su alegría, en su mirada a veces desaprobadora pero tan intensa por su deseo que espero que el tiempo nos permita atesorarla.

Alicia Hartmann es psicoanalista.