Como toda producción audiovisual, la del porno fue variando según pasaron los años y las tecnologías. El sexo explícito representado en películas fue moviéndose también al ritmo del cambio de siglo. Primero dejaron de ser películas registradas en celuloide en la clandestinidad o en sistemas de producción industrial, para ser grabadas en video, permitiendo el acceso a crear porno a mayor cantidad de gente. Allí se perdió una dimensión física de la película porno y, con el auge de internet, se volvió un archivo virtual, y hasta viral, que circula directamente entre usuarios, de celular a celular sin otro marco. Esa dimensión también tiene otra transformación sustancial: el consumo individual se impuso frente a la recepción colectiva de las de salas marginales de cine porno que eran puntos de encuentro y que, cada vez, hay menos.


Un grupo de cineastas locales se propuso recuperar el cine porno físico y analógico, ese que estaba registrado en cintas de celuloide, para intervenirlo con sus miradas, sus técnicas y estéticas, primero de forma individual y luego también de manera colectiva, revirtiendo el destino que el porno fue cincelando en la actualidad.

Sacar el porno del armario

Al final de la pandemia, la artista visual y cineasta Paula Pellejero se propuso seguir la experimentación con distintas materias orgánicas sobre el celuloide de las películas con películas porno guardadas durante mucho tiempo en placares

“Hace varios años un amigo, que en algún momento habíamos filmado algo juntos, me regaló algunas películas super 8 pornográficas, que quizás habría encontrado en algún placard familiar. Las tuve mucho tiempo guardadas y en la pandemia estaba experimentando con materiales orgánicos sobre películas super 8. Hice algunas películas abstractas y tomé una de esas películas pornográficas y empecé con una a hacer pruebas de intervención. No consumo pornografía, pero notaba que todas estas películas, de la década de los 70, tenían la particularidad que el goce está centrado en el hombre, las mujeres parecen gozar, pero la dinámica está al servicio del hombre. Me pareció interesante que a través de la intervención manual sobre el film podía cambiar la narrativa de esas películas”, recuerda Pellejero sobre su trabajo con el porno setentoso, que la emparenta con el postporno y su crítica feminista a las representaciones del sexo explícito en las películas.

“En el caso de Triple exposure, donde hay dos mujeres y un varón, mi intención fue borrar de la escena al hombre y rescatar solo a las mujeres. El procedimiento fue con esmalte de uñas pintar sobre la imagen que quería rescatar, los rostros y manos de las 2 mujeres, haciendo foco en cada una de ellas sacándolas totalmente de la acción en la que estaban originalmente en la película. Una vez que el esmalte se secó lavé toda la película con lavandina, lo cual borró toda imagen que no estaba pintada con esmalte. Luego, saqué el esmalte y quedó sobre el film las imágenes de las mujeres que había reservado. Quedaron pequeños círculos de imagen en cada frame de la película”, así, de esta forma, Pellejero se propone cambiar el placer visual de la película, donde el signo patriarcal y heteronormado del porno se transforma en una triplicada potencia de las dos mujeres y de la mirada que interviene. Pero la de Pellejero no es solo una cuestión de mirada, es una intervención física extrema, con su propia sangre que ya venía utilizando en otro tipo de películas experimentales, y ahora su propio adn convive con las actrices de la película. 


“Además de cambiar la narrativa quería pensar la película a través del color rojo, entonces pinté toda la película con sangre menstrual, por un lado, porque conceptualmente la mujer siempre es pensada y violentada desde el cuerpo, entonces su propia sangre me parece lo más directo para reflexionar sobre la imagen. Creo que el resultado es una nueva película donde vemos a dos hermosas mujeres moverse en un rojo que las envuelve y las deja moverse libremente”, explica Pellejero, quien tal vez haya ejecutado la forma más extrema del postporno gore, la idea de la sangre como red colectiva para la liberación del goce femenino.

De la sangre al polvo

La cineasta Fabiana Gallegos filmó una toma única en Chapada diamantina en Brasil de un flujo de agua y durante dos años la fue interviniendo, al igual que Paula Pellejero, con sangre menstrual para crear su corto Río rojo. Su modo de intervención no es sobre porno pero crea un contexto visual y conceptual que remiten a dimensiones de intimismo que, de una manera lateral, exponen una escritura cinemática del cuerpo sexuado en un primer plano microscópico. “Fue un proceso largo que mes a mes iba pintando y descubriendo nuevas maneras de intervenir. Al observar ese lecho de río casi seco, pero también burbujeante, con erosiones circulares y reflejos danzantes, me remitía mucho a las cavidades del útero, al ovario, a la circularidad de los tediosos ciclos, a los embarazos y a los abortos. Descubrí una iconografía en esas formas que me remitían a los cuerpos gestantes y por eso decidí intervenirlo con sangre.”

En ese largo proceso, Gallegos comenta que “tuve que realizar un aborto y encontré un proceso de sublimación y sanación personal”, que le hizo ver esa filmación del río como un modo de reconocer distintas experiencias de su propio cuerpo. “Como las imágenes me fascinaban, la intervención tenía que sumar un nivel más de interpretación. Una capa más de sentido. No buscaba borrar o modificar el sentido original de las imágenes, sino expandirlo, señalarlo, direccionalarlo hacia aquello que estaba percibiendo y sintiendo. Y así fui experimentando con diferentes técnicas. La sangre, al no ser un pigmento, supone otras particularidades, no se seca, sino que se coagula y fácilmente se troquela. Si se diluye con agua no se torna rosada, sino más bien marrón. Al ser un fluido orgánico su intensidad, su maleabilidad y su oxidación también dependen de las variaciones de cada ciclo. También es frágil y fácilmente se hace polvo. En muchos momentos debía volver a trabajar sobre lo intervenido, haciendo convivir varias capas de intervención de ese Fluido/desecho-vivo/muerto. Es un proceso lento, repetitivo y paciente, que no se puede acelerar. Durante dos años, el mismo ciclo: período-intervención-coagulado. Convivir con algo propio, pero que viene muy de las entrañas, y a veces huele, da asco y rechazo. Mi mayor logro fue producir burbujas de sangre, algo tan efímero y volátil quedaría conservado en la película. Quizás, muy probablemente ya se estén oxidando y haciéndose polvo.”

Incluida en del festival Infinito Super8 a fines de 2024, donde obtuvo un premio, cada proyección de Río rojo implica una erosión más, la luz atraviesa la película y la sangre para dibujar en la pantalla nuevas formas de la transformación de la imagen cinematográfica convertida en un organismo vivo que nos interpela en su fluir.

La luz desnuda

Las películas pornográficas que Paula Pellejero había recibido de su colega pasaron a circular entre sus colegas, como Paulo Pécora, cineasta, periodista y director del festival Infinito Super 8. “Monster Member es el nombre real de un corto porno estadounidense de los años 70, cuya copia en Super 8 milímetros recibí de Paula Pellejero. Con ella e Ignacio Tamarit nos propusimos intervenir ese y otros films porno que Paula había encontrado para proyectarlos juntos alguna vez. Cada uno haría una película personal con un criterio general en común: intervenir plásticamente el material fílmico con la idea de expresar una crítica al modelo de representación hegemónico dentro del género. Se me ocurrió trabajar con la idea de una percepción subliminal. Me interesaba explorar la posibilidad de mostrar y ocultar al mismo tiempo. De habilitar y negar simultáneamente el acto sexual a la mirada. Enmascaré con ojalillos algunos fotogramas y borré el resto de la emulsión y las imágenes de la película sumergiéndolas en lavandina. Por la distancia que existe entre los fotogramas que conservaron su imagen, se produce un efecto de parpadeo que al mismo tiempo ofrece y niega los sexos a la mirada del espectador. Se generan grandes extensiones de pantalla vacía (y vaciada) entre una imagen y la otra”, una intervención que hace que la luz blanca del proyector por momento ciega la imagen explícita y lo que sobrevivió al proceso pasa en círculos de imagen que a veces son apenas formas abstractas. Un porno erosionado que desnuda el proceso cinematográfico antes que los cuerpos.

“Trabajé además con el corte directo del material Super 8 usando una visionadora y una empalmadora para seleccionar diferentes fragmentos del filme y generar un montaje caótico de cortes abruptos y veloces, otra vez con la idea de mostrar y ocultar al mismo tiempo”, expone Paulo Pécora sobre ese desmontaje del porno que realizó para volver el orgasmo representado una secuencia sincopada, donde la luz y los vestigios de imágenes jadean en su titilar en la pantalla. Un porno cinético.

Porno pulpo

En un modo extremo, Lautaro Gjik partió en dos los fotogramas de una película porno para proyectarla con una herida vertical luminosa que divide la pantalla en dos, haciendo de cada plano una orgía de situaciones múltiples, esquizofrénicas, a dos manos, a veces irreconocibles, partiendo la lógica de la construcción realista del erotismo y el sexo, pero también mostrando un quiebre en toda representación de la escritura porno. Pero también, como en cada una de las intervenciones, hay algo de la experiencia de lo táctil, de la superficie del celuloide que se vuelve una piel con marcas, con cicatrices, un porno para tocar.

En este plan de multiplicar las intervenciones sobre películas pornográficas en celuloide, a partir de una idea de Paula Pellejero, se convocó a un grupo de gente muy distinta, algunas alrededor del cine experimental y otras no, a meter mano en el porno, a participar con distintas maneras de trabajar sobre dos películas, una en Super 8 y otra en 16mm. El resultado son Trago y Cóctel, dos obras corales, donde muchas personas con diversas técnicas, van interviniendo tramos de ambas películas porno, sin un criterio unificado.

En dos jornadas largas en el taller de Pellejero, durante este año, surgieron estos cadáveres exquisitos donde se pintó, rayó, desmontó, perforó, dibujó, escribió, y se ejecutaron otras formas de intervención sobre celuloide. Muchas manos, manipulando las cintas, con y sin experiencia en este tipo de trabajo, incluso de distintas nacionalidades, nos sumamos al juego: Sol Bolloqui, Zoe Durruty, Victoria Fulloni, Fabiana Gallegos, Daniela Grazziano, Shun Momose, Luján Montes, Ariel Nahón, Paulo Pécora, Paula Pellejero, John Poch, Timi Quiroga, Ignacio Tamarit, Lias Thornton, Diego Trerotola, Santiago Vitale, Pablo Zicarello. El resultado es un porno pulpo, un abrazo grupal y un ataque orgiástico al cine de sexo explícito. Otra forma colectiva de inventar modos del placer.

La función de “Porno intervenido y otros desvíos” es en el marco del Festival Asterisco, con música en vivo de Julián Gómez, el viernes 24, a las 23 horas, en Malba (Av. Figueroa Alcorta 3415). En la misma función se exhibe el corto El mendigo chupapijas, de Pablo Pérez, y se presenta la reedición del libro homónimo con presencia del autor.