El cuento por su autor

Hace unos meses escribí un relato que retomaba una anécdota de mi padre, un viaje a Resistencia, los encuentros furtivos con las hijas de los fundadores de “El Fogón de los Arrieros”, un regreso en un avión militar con una viuda y el cajón. Cuando se lo mostré, le di a leer el cuento, mi padre me respondió que le faltaba trabajo y que el personaje protagónico –su álter ego– era “medio pelotudo”. Esta clase de comentarios son recurrentes en él: muchos de los personajes de mis novelas le parecen “boludos, banales, tontos”. Cosas que pasan. Mi propósito era hacerle un homenaje, celebrar narrativamente su vivencia. No suelen salir bien esa clase de cumplidos, lo que los padres esperan de sus progenitores no es algo que los hijos le puedan dar. Quieren más, u otra cosa. Y, sin embargo, lo intenté: le hablé con el corazón y me respondió con el bolsillo. Y justamente esta frase, que la Historia Argentina cada tanto vuelve actual, me llevó a armar otra ficción, una donde el dinero y la paternidad alcanzaran un punto de comunión o algo así.