Lo último que había hecho público Javier Barilaro eran unos poemas precisos sobre los nombres de sus mascotas. También había mostrado unos cuadros en un departamento del Kavanagh, en una ocasión semiprivada. 

Pero ahora estamos mirando una muestra en la galería Cosmocosa para entrar a las pinturas sin cortar la tela. Las cien puertas del arte de Barilaro parecen conducir al mismo edén laico y le tienen garantizado un pasadizo a quien lo pida. Un misticismo livianito, ese bienestar que puede volvernos personas relajadas por un rato. De cualquier manera estamos esperando el impacto de toda esta época y es mejor que la expectativa se deslumbre con imágenes así.

Cualquier aproximación a una pantalla tiene algo de remembranza. Es un vivir en algo que ya fue. El salón de proyecciones es siempre una cueva para olvidarse de lo que hay en presente y justificar la fuerza del pasado, pero también complicarse la existencia con la presencia alarmante del futuro. Un fotograma es un momento en el pináculo de la sorpresa. La muestra se llama Fuera de pantalla, la juntura entre imagen y texto que no respeta la organización exigida por el montaje audiovisual. Muchos de los cuadros los hizo junto a Catalina López Andrade. 

Son pinturas amaneradas, propias y directas. Definiciones llenas de misterio de cosas que ya pasaron evocadas con desparpajo, pero también traducidas del diseño gráfico al pincel o de la pantalla fría del celular a la tensión de la tela. Además, algo raro e intenso: nos reciben unas protuberancias de árboles en el lugar de la galería donde debería ir la mesita para dejar las llaves si fuese un departamento. Parecen enanitos de tronco malogrados puestos a ver bien lo que hizo Barilaro: el hábitat entre la expectativa y la radicalidad de la cultura. 

El visitante nota dos partes bien diferenciadas de la muestra. En la primera, están al alcance escenas de una fotonovela que se llame “Noches y libros” o modelos de acciones que sirvan para preparar una película. Ningún corte es discreto en este cine, ningún punto en la tela tiene razón. El montaje es no decirlo todo, no se trata de vivir sino de dejar de contar cosas para que aparezca el sentido.    

Esas pinturas son fragmentos hiperrealistas entre amigos de la librería La Internacional argentina, un lugar donde caerse vivo. Parecen también indiscreciones. Congelan ideas de personajes sin psicología que eligen títulos para los libros por venir, reflexionan sobre los escondites de lo político en lo tertuliante y macanean hasta volver una sola cosa lo que dicen y lo que son: se vuelven imagen. Los subtítulos parecen parte de las pinturas y no agregados de comunicación. Nada es más importante que la forma total de lo que estamos viendo. Podemos quedarnos tranquilos que no hay nada que deconstruir. Esta mezcla se extiende detrás nuestro: un naturalismo en contrapicado corona el reino rosa desteñido que sale del cruce entre los elementos fundantes del delta del Paraná: el río, la vegetación y el cielo.  

La segunda parte tiene como frontera un cuadro que podría participar de las dos, un gran fresco de cataratas y humedad donde se pinta con letras esto: “La sensación”, un mantra para lo que queramos. Parecen el inicio de un film o la manera que tiene Barilaro de decir “Fin” para abrir el desparpajo a través de un homenaje recontra lírico y para nada gris al poeta argentino Néstor Perlongher (1949-1992), en tres postales gigantes que parecen pintadas con tiza mojada. 

Hacia los rincones, en una trastienda sin recovecos, hay un tercer momento de la muestra. Un gran cuadro a esta altura clásico donde Barilaro imaginó al resto del mundo acosado por gamas chirriantes latinoamericanas. Sonidos de Ulises Conti que cuentan con notas y armonías cómo suenan los colores, especialmente cada una de las escalas cromáticas que Barilaro eligió para los más de 150 libros que diseño en la Editorial Mansalva. Muchas de las tapas de esos libros están reversionadas prácticamente al dedillo, en unos covers de sí mismo donde pone en valor una obra gráfica descollante, a la que revaloriza y saca de quicio. 

¿Hacia dónde va con su obra? No importa eso. Porque la patinada del calor al rito que vivencian sus obras es un mecanismo de creación que no acumula ni progresa. Cada cruce forma una luz a la que llamamos pintura, cada una de ellas nos confirma que cada cuadro es un momento, lo contrario a la especulación. Hay estilos que espantan a “la verdad” porque la desnudan. Muestran lo estanco y violento de la verdad. Pero hay estilos que son verdad para bien, que hacen acordar a sensaciones verdaderas escondidas. Muchas de las obras de Barilaro, desde siempre, impulsan esto último. Pero no son verdades producto de la consecuencia sino de la admiración. 

Desde que en el arte existe la perspectiva, existe un vacío inventado que se llena con nuestra imaginación. Podemos pensar esto a través de los Barilaro que penden de las paredes: los colores, las aguas y los gestos naturales de personas artificiales en la tela contornean un triángulo que no puede menos que significar una alegría extraña. Esa naturaleza que no es paisaje sino lo inaudito. Paisaje es entonces algo entrañable: un sillón, una anotación, unos afectos, un parque público. Es el espacio donde demostrar vivencias de la vida verdadera. 

El color canaliza la expectativa un poco más rápido que los viajes. En los cuadros se palpa la atmósfera de dicha, de trampa o de relax. Hay un repertorio siempre visto en Barilaro que hace brillar las perlas del idioma sudamericano a través de imágenes. Eso continúa y se expande porque aparecen escenas vividas con naturalidad. 

Nos enseña que generalmente cuando no hay color hay penitencia. Llama a renegar de lo complicado, regar de vino la mesa, lucir atractivo y manso. Logra concretar capas en la pintura y en la percepción. El ímpetu no se nota. Hay un sueño fino que separa a la imagen de la vida normal.  La materia prima puede ser un perro o pamplina, un juncal o un colectivo, la masa madre de lo que termina en la tela está detrás de la tela. Su pintura es el filtro que posibilita el encanto de cualquier cosa. Un vértice de sensaciones.  Es la relación, sin papeles pero armónica, entre lo conceptual y la inocencia. Entre lo mental y lo artesanal.

Fuera de Pantalla se puede hasta el 30 de enero en la galería Cosmocosa, Montevideo 1430.

La sensación, acrílico y pasteles sobre tela, 2017