I. Calesita sin pensamientos

Mi cabeza quedó en su casa.

La de él, Tomás.

Donde vivo yo, aquí, me muevo entre coitos y piezas anatómicas: brazos, muslos, vagina, testículos, sin pensamiento alguno, una marea de carne que me cubre y se retira, y vuelve a retornar, oleaje que rompe sobre mi costa espuma y orgasmos.

Carne. Las actividades eróticas me acaparan. Sólo sexo. No queda espacio para las neuronas.

Desde que conocí a Tomás, soy esa reiteración. Siete de la mañana. Saca su brazo, me tiende un mate. Él partirá a su oficina en una financiera, donde calcula intereses, separa a los deudores morosos, pasa la nómina al abogado.

Yo quedaré aquí acomodando las nalgas que hemos desparramado, limpiando besos del aire, semen que forma lagunas reales, apilándose todo en el desorden de distintos y reiterados momentos.

Calesita ausente de ideas. "Dame". "Más". "Ahora".

Y como ocupación, sólo la limpieza. No termino de ordenar esta biblioteca de apareamientos. Los recojo de donde se hallan tirados, encima de los sofás y las alfombras, apilados en el dormitorio, mezclados con gemidos que resuenan como si los propalara la radio y exclamaciones de programa porno.

-‑Abrite de piernas.

-‑Tocame, apretame bien. A ver, dame tu boca.

Y en ocasiones: 

--Hoy me quedo con vos, chiquita, ya mandé un certificado médico a la financiera. No saldremos de la cama.

Sus manos me rotan en danzas horizontales.

Mi lengua sólo sirve para poner y sacar, abandonó el habla sobre Sófocles, el Edipo, el desquicio de las medidas gubernamentales, los temas de la cátedra a mi cargo. 

El mundo entero es movido por este par de piernas y órganos sexuales en rotación alrededor de un sol erótico. Explosiones. Universo que se expande en espasmos y estremecimientos.

Me precipito a la biblioteca. Abrazo este libro que saco al azar. Leo el título. El jugador. Autor: Dostoievski. Lo abro. Hojeo las páginas: todas en blanco.

Tomás llega, se precipita hacia mí, me estruja. ‑-¿Qué es eso?

Le tiendo el texto.

-‑Ni idea ‑responde-, yo no salgo del periódico.   

(De donde lee únicamente el suplemento deportivo, lo he notado)

Empotrados, me chupa el cuerpo. Pero emite un "ajh" de repentina repugnancia. "Adriana, toda tu piel parece vidriada por semen coagulado. ¿No te bañás? Ehhh, acabás de hacerme tragar mi propio esperma.

Ofendido, asqueado, me aparta con un empujón. Se levanta, corre al sanitario.

A voz fuerte, aclaro: -‑Pero Tomás, me duché seis veces, hoy. Después de cada vez...

Su portazo.

Día por día sigo tomando el tomo de Dostoievski como si fuera la biblia. Lo hojeo. En la segunda ocasión, aparecen algunas palabras sueltas, en pocas carillas. Pero en la tercera, hallo una hoja completa. Una. Entera. ¿Puedo leerla? Puedo.

Simultáneamente, Tomás viene mezquinando su presencia. Ya no se ausenta del empleo para anclarse sobre mí, tirados ambos en el lecho: -‑Si sigo faltando, me van a bajar puntos y podría perder comisiones -su pretexto.  Al mismo tiempo, abandona el quedarse a dormir aquí todas las noches.

En el departamento cada vez hay menos miembros anatómicos sueltos, órganos eróticos, vellos, ensambladuras de cuerpos, erecciones, manos que se meten en los agujeros corporales, mutuos refriegues. Ya no atiborran los ambientes, apenas quedan fragmentos sueltos, aislados.

Y en este momento arriban ruptura y partida de Tomás. --No valés la pena‑, es su despedida.

Me acerco a la biblioteca. Sé qué va a pasar cuando abra Crimen y castigo. Ocurre según tales previsiones. Se me entrega completo, de cabo a rabo. Suspiro de felicidad. Mi ser vuelve a ser creado. Y decido: esta vez será de manera definitiva. Nunca más.

Me quito el uniforme simbólico de mucama de motel por horas que venía usando para mis funciones. Lo meto en la bolsa de desechos, lo arrojo al basurero. Y me bajo, definitivamente, de esta calesita sin pensamientos. 

II. El ser o la nada

Soy una palabra mal escrita.

El galpón cuyas tablas se caen a pedazos.

Un muñón amputado.

Engrampado número de una estadística.

Ahora camino con este paquete que sostengo con ambas manos.

Enfilo hacia un destino decidido. Lo que llevo en esta caja, enarbolada como lanza, me contiene en mi talla precisa.

Observo cómo la gente se aparta, me esquiva en cuanto meve: soy un error social.

Animal de otro rebaño. ¿Cuál?

Marcho con mi paquete. No transporta una verdad ni una solución. No es una bomba.

Tampoco materia fecal.

Me adentro en la Casa de Gobierno.

A las 9.40 pasará el gobernador y su séquito. Lo espera una masa de

periodistas para la conferencia de prensa semanal.

Ahí mostraré lo que traigo.

Ya se aproxima el séquito. Me adelanto un poco. Abro el paquete. Exhibo su contenido: cuelga de una corta caña la mano seccionada, mano del pordiosero que mendigaba en la esquina de la cuadra, invisible él.

"Muerto de hambre el 15‑10‑17", dice el cartelito que he agregado.

-‑Nuestra responsabilidad, gobernador ‑planteo.

Con la goma de borrar del poder, me desvanecen a puro friegue. Pero, las

fotos. Las fotos que correrán por las redes, alcanzarán la tele, también a algunos periódicos.

¿Sirve de algo? Para nada.

A veces alguien me tiende una moneda o un pedazo de pan cuando camino por la calle. El dinero mide lo que una es. Una pobretona. Qué importancia tiene que se haya egresado de una universidad si la plata es la medida de todas las cosas.

Aquí revuelo. Me piden el DNI. Me llevan aparte para interrogarme sobre lo que acabo de consumar, ¿qué pretendo? preguntan. Arman un sumario, arman el teatro acostumbrado.

El planteo: ¿el ser o la nada?

¿La nada?

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