Cruzar la Cordillera de los Andes en auto, como actualización de gestas y hazañas de otros siglos, parece en principio cosa de cualquier viajero convencido de ideas que sostienen que el viaje es el camino. Tiene algo de eso, pero también demanda otras condiciones: un conductor entrenado y dispuesto a manejar varias horas, el vehículo apropiado –doble tracción o camioneta– y sí, al fin, quien disfrute de las distintas versiones de ese cordón montañoso que separa la Argentina de Chile, y que va mutando mientras la luz del sol pega en distintos ángulos. 

Desde el noroeste de La Rioja, el Paso Internacional Pircas Negras conecta, a través del tramo final de la ruta 76, los dos países vecinos. Del lado argentino, el departamento riojano de Vinchina, y del lado chileno la Región Atacama. Es un camino que antes de llegar a la Cordillera se encuentra en buen estado, pavimentado casi en su totalidad y que a lo largo del trayecto alcanza los 4164 metros sobre el nivel del mar. Por cuestiones climáticas está abierto desde noviembre hasta abril y puede atravesarse entre las nueve y las seis de la tarde. Y aunque tiene sus propios términos y condiciones, también tiene sus recompensas de este lado de la Cordillera: parajes para descubrir, una laguna poblada de flamencos y refugios de piedra que sobreviven al paso del tiempo perdidos en el medio del camino. Pero también del otro lado: pueblos mineros al pie de la montaña, playas de arena blanca y agua azul y un incipiente museo bajo el agua.

El corredor bioceánico une el departamento riojano de Vinchina con la Región Atacama chilena.

LA RIOJA CORDILLERANA El trayecto que empieza en Villa Unión, cabecera del departamento Coronel Felipe Varela, es tierra de viñas y olivos. Es que Villa Unión, a 272 kilómetros de la capital provincial, es un valle fértil arrinconado por la Sierra de Famatina y la precordillera riojana, pero también atravesado por el rio Desagüadero. Como localidad, resulta un punto estratégico para abrirse paso a Chile por tierra, quizás el último paraje en el camino con variedad de oferta hotelera y con acceso a dos áreas protegidas que ameritan un alto en el camino: el Parque Nacional Talampaya y el Parque Provincial Ischigualasto (con su Valle de la Luna) a media hora en auto desde la ciudad. 

Desde Villa Unión hasta el cruce de frontera hay un tramo en auto que es extenso y de altura: conviene llevar agua, comida y un botiquín de primeros auxilios, contemplando que la altura puede acechar en algunas curvas del viaje. Es aconsejable, además, salir a primera hora desde Villa Unión por dos razones: hay que llegar al paso aduanero antes de las 18, pero también, para poder hacer paradas durante el viaje. Por ejemplo, en Laguna Brava, a 170 kilómetros de Villa Unión, los 50 kilómetros cuadrados de agua y sal poblados de cientos de flamencos rosados obligan a hacer el primer alto en el camino hacia el Paso Internacional de Pircas Negras.

Laguna Brava es un espejo de agua ubicado en la reserva provincial del mismo nombre –que ocupa una superficie total de 4500 kilómetros cuadrados– y aunque las aves de patas largas son las estrellas de la zona (la laguna es sitio Ramsar de aves migratorias), los safaris fotográficos también se topan al costado del camino con guanacos, vicuñas,  liebres y zorros colorados, todas especies protegidas de  la provincia.

A pocos kilómetros de esta laguna y antes de llegar a la Aduana, aparecen algunos de los refugios construidos bajo la presidencia de Sarmiento para los arrieros que llevaban el ganado desde La Rioja hasta Chile. Son construcciones circulares hechas de piedra, con una entrada que le da forma de caracol para protegerla de la nieve y el viento. En uno de esos refugios, desde los años 50, descansan los restos de “El Destapadito”, un hombre del que no se conoce la identidad, aunque se cree que fue un arriero que se escapaba de la Justicia chilena. El hombre, se dice, se habría perdido en la Cordillera y falleció congelado en la laguna. Se cree que otros arrieros lo encontraron en la superficie del espejo de agua y, dada la dificultad de enterrarlo en suelo rocoso, dejaron los restos junto al refugio y lo taparon con piedras. Al verano siguiente, cuando la nieve se derritió, el cadáver apareció destapado, lo que se consideró un signo milagroso: hoy los turistas lo ven como un lugar de culto, le dejan ofrendas y le rezan.

Alex Fuentes
A menos de una hora de Copiapó, Bahía Inglesa sorprende por las playas de arena blanca y mar calmo.

DESTINOS TRASANDINOS Las barreras del puesto de la Aduana que conecta la Argentina con Chile están pobladas de zorritos colorados. Por ahí se ven pasar autos y viajeros de dos ruedas que cruzan la Cordillera y hacen frente al sol y al viento riojanos, intensos durante casi todos los meses del año. En el puesto de Aduana, los afectados por la altura tienen una sala de primeros auxilios donde pueden recibir eso que escasea a cuatro mil metros sobre el nivel del mar: un poco de oxígeno.

Del lado chileno, el camino exige un poco más al auto y al conductor. Pero eso, Salir del Cráter –organizadores de excursiones por la zona– lo lleva resuelto y, después de un largo día en la ruta, las camionetas que salieron desde Villa Unión a primera hora arriban a Copiapó para recorrer la parte chilena de esta región binacional que unirá el nuevo corredor bioceánico. 

Copiapó es una ciudad minera de 171 mil habitantes. Se yergue al pie de la Cordillera sobrevolada por el fantasma del derrumbe de la mina de San José, que en 2010 la convirtió en un punto del mapa reconocido a nivel internacional. De aquel derrumbe, donde 33 mineros quedaron atrapados durante 70 días a 700 metros de profundidad, sobreviven las historias: de un momento al otro la ciudad se llenó de periodistas de todo el mundo y colmó su capacidad hotelera y la de los pueblos vecinos, los ojos de todos los canales de televisión, diarios, revistas y radios se posaron sobre ese pueblito calmísimo por un suceso que partió en dos la historia de Atacama. El museo regional, en el centro de Copiapó, guarda el mensaje escrito en papel que llevaba alivio a las familias de los mineros: una hoja blanca escrita en fibra roja que dice “estamos bien el refugio los 33”.

Uno de los puntos turísticos más visitados de la zona es Bahía Inglesa, bautizada así por la llegada de corsarios ingleses en el siglo XVII. A menos de una hora de Copiapó, esta bahía tiene una de las playas consideradas entre las mejores del país, de arena blanca, agua transparente y mar calmo: así son Playa Blanca, El Chuncho, La Piscina y Las Machas. Al sur de la bahía, hay un camino pavimentado que recorre la Playa Las Machas hasta el sector de El Morro y Rocas Negras donde los turistas suelen acampar. 

Además de disfrutar de sus playas, en Bahía Inglesa se puede visitar El Cristo de los Abismos, una gigantesca escultura de hormigón armado realizada por Carlos Edwards y sumergida a 35 metros de profundidad en el año 2003. El Cristo sumergido, junto al barco pesquero Daslav que está a 24 metros de profundidad, son las primeras piezas de un proyecto de Museo Submarino que contempla nueve esculturas realizadas por artistas chilenos jóvenes. Bahía Inglesa es el cierre de un corredor que reúne paisajes diversos e historias de los últimos tres siglos de este rincón del mundo. En la costa chilena termina el recorrido de los que quieren cruzar la Cordillera por el nuevo corredor bioceánico porque es ahí donde emprenden el regreso. Para los alimentos argentinos, será el punto de partida.