• Mucho tiempo antes de que se escribiera la serie Los juegos del hambre, con Lalo de los Santos ya competíamos en el torneo. Era a suerte y verdad, comer o no comer, apuntar al centro o perder el puchero. Así, el dúo ocasional nos sorprendía en actividades diversas de actuación: desde un bautismo hasta un casamiento. Para promocionar un evento nos llegamos a la ciudad de La Plata, en lo que era entonces el Canal 2. En los camarines estábamos, fumando y charlando, cuando de improviso ingresó una especie de productor bajito, pelado, con un enorme crucifijo blanco al cuello. Nos miró como quien sorprende al enemigo y disparó:

    -‑¿Ustedes son un dúo?

    -‑Sí -le contestamos educadamente.

    -‑¡Entonces deben actuar vestidos iguales, así no! -se enojó, señalando mi remera de Félix el Gato y el Tigre de Bengala de Lalo. Costó que le hicieran entrar en razones a aquella bestia facciosa y anticuada. Fue Lalo con sus argumentos:

    -‑Vea, señor, él tiene estampado un gato, yo un tigre, venimos de la ciudad de los Gatos Salvajes. Es coherente, ¿no le parece?

    Así accedió.

     
  • Teníamos un suerte de productor famélico, un busca serio, rubión y de andar cansino quien nos conseguía eventos míseros, pero ante la orfandad de los tiempos de Cavallo & Cía. cualquier migaja resultaba un manjar. Una chica amiga a veces hacía de nexo y nos ayudaba con la prensa. "Murmullos" -que así lo había bautizado Lalo‑ tenía un gran bigotazo colorado para ocultar la falta de algunas piezas dentarias delanteras, por ello hablaba extraño. Le había echado el ojo y una noche logró quedarse a dormir en la casa de la dama. A los días la encontramos y  estaba muy decepcionada: esa noche amatoria le había faltado de la cartera un buen fajo de morlacos producto del cobro de su sueldo. Me indigné al punto de querer boxear al fulano. Lalo optó por hablar con él.

    -‑Lo llevé a tomar un café y me confesó que sí, que había robado, pero era para poder comer.

    -‑Pero con ese pretexto deja sin comer a ella, protesté.

    -‑No, dice que es para poder comer... con ese dinero empezó a hacerse una prótesis.

     
  • Fue con Lalo que vivimos una experiencia psicodélica: habíamos sido contratados para un evento de modas. Se sabe: chicas en la pasarela, humo, tragos y gente linda. ¿Por qué nos contrataron? Habría que interrogar a los astros. La cuestión es que pretendían un algo de nuestra música rosarina y otro algo de música de fondo, es decir, pasatista inofensiva y new age, sin estridencias. Así me vi obligado a cantar en un falso portugués y un inglés trucho canciones inventadas, con una armonía convencional, un estándar de jazz, otros de música brasilera y otro de música negra. Hasta ahí, salvo los disimulados ataques de risa de Lalo al verme sanatear muy serio, todo se aproximaba a una perfomance perfecta. Sobre el final se acercó el organizador, un sensible vestido de blanco, un fana nuestro quien pidió que despidiéramos el evento con todas las chicas en bikini desfilando.

    -‑¿Les puedo pedir algo? Terminemos el evento con El Témpano, por favor! Aquello me pareció una locura pero el que paga manda, así que lo hicimos en una versión liviana, suavemente envolviendo los cuerpos dorados de las ninfas, mientras yo susurraba "No te pares no te mates, solo es una forma más de demorarte". La cosa no pegaba, pero pese a mi sensación, vinieron a saludarnos algunos de los presentes creyendo interpretar en ese acto una perdurabilidad de la belleza, la moda como forma de energía sutil y el buen vivir.

    -‑¡Es el tema adecuado! -dijo una mujer exaltada. Nos felicitaron y rodearon con halagos: de las modelos, ni novedad.

     
  • Deambulaba con el inefable Lalo de los Santos en Bariloche, noche de rondas y bohemia adulta, acompañados de una corte de los milagros extraordinaria. Estaba Laurita, quien huía de los suburbios de Buenos Aires tras una violación y una familia dispersa; estaba el Pipa Higuaín, semi sonriente eterno huyendo de la cocaína, el Flaco Pablo, un mimo que rompía todas las reglas pues en su espectáculo se ponía a dialogar con  la gente, el Falso Fito ‑un imitador de Páez‑, un gordo entrado en kilos muy amable y muy hippie a quien yo maltrataba ocasionalmente cuando se ponía muy espiritual. "Estamos cagados de hambre ¿cierto? Bueno... el Cosmos lo ordena así, hagámosle caso". "Gordo pelotudo, ponete a laburar de algo y trae comida que el Cosmos no te va hacer nada pero yo te voy a cagar a patadas en el culo", respondía yo amorosamente. "El Tano es muy agreta", le susurraraba a Lalo, alias el Tío, quien con una condescendencia asombrosa, mantenía a la tropa de buen humor y anhelante de un futuro día mejor. Aquellos días en que convivíamos con el infierno/paraíso fueron de enseñanza brutal en la escuela del hambre, el humor negro y el dolce far niente y No future. "Mirá que vista alucinante Lalo", comentaba yo atisbando las aguas del lago Mascardi. "Pucha si dan ganas de volver a fumar de tan hermoso que es todo", comentaba él. Y la troupe festeja.

     
  • Lalo había enfermado, estaba mal sin vueltas y de algún modo presentía su The End. Lo acompañé algunas veces a esas esperanzadoras curas y a algún que otro brujo a ver si la magia daba resultado. Una tarde caímos en la casa de un taiwanés que lo revisó y masajeó su cuerpo adolorido por un buen rato. De castellano muy poco y lo que decía era tremendamente confuso. Lalo boca abajo en la camilla murmuraba: "Nos está puteando, Abonardo. Vos cuidá que si me quedo dormido y si decide hacer algo que use preservativos... tengo miedo de quedarme embarazado y que nazca un chino negro". Aún en esos instantes Lalo practicaba el arte superior del buen humor. Cuando estuvo internado en sus días finales andaba con un suero conectado a su brazo de aquí para allá. "Parezco El Pastor ‑un personaje de Titanes en el Ring‑. El tema es que vienen no a pedirme autógrafos sino a darme el pésame".

     
  • "Cuando empecé a percibir que cobraría guita por mis primeros derechos autorales no escatimé en promesas: le iba a reconstruir la casa a mi abuela y comprarle una a mi hermana que andaba con problemas de vivienda...", le comentaba a un Lalo que fumaba en su balcón de Floresta mirando el atardecer pendular que se quedaba enganchado en las arboledas.

    --Ja, a mí me pasó lo mismo pero calculé mal y dejé de contar guita antes de tiempo.

    -‑¿Qué compraste con la primera plata grande? -le interrogué.

    --Pagué las expensas atrasadas y hasta ahí llegué... siempre fuiste un exagerado Tano -y se rió para cerrar‑ Despues me quedé seco durante meses, pero eso sí... ¡Si vieras cómo el administrador me saludaba...¡Se iba en reverencias!

    -‑Y tu abuela ¿todavía está esperando o se disfrazó de albañil? -cerró con  su ironía tan particular.

     
  • Fue Lalo quien me devolvió la pasión canaya amortiguada por el andar corriendo la coneja en Buenos Aires.

    -‑Vení a la cancha conmigo que te vas a divertir.

    -‑¿Divertir? Estamos jugando muy mal y no tengo ni para la entrada. -‑Dejame a mí, vos fumá -contestó. El fin de semana próximo ya tenía cómo entrar a ver un partido de Central de visitante en cancha de Lanús. Nos pasó a buscar un taxi con demasiada gente adentro. Me asomé por la ventanilla.

    -‑No entramos.

    -‑Dale, subite -me conminó el chofer y hacia allá fuimos. Eramos como ocho en un destartalado Peugeot 504. Nunca olvidaré esa jornada. La barra que acompañaba a Lalo iba del taxista vociferador y romántico al jovencito punk. La nota final la dio un tipo que venía con nosotros y que no percibí de entrada. Era alto, flaco, fumaba en boquilla, prismáticos y vestía de traje. Al primer fallo adverso del árbitro empezó a gesticular y con su voz de porteño educado empezó: "¡Che, señor árbitro, es usted un genuflexo, un botarate, un indigno, un mequetrefe!" Y su voz de pito prevalecía por sobre el rugir de la indiada. "¡Arbitro venal, cómprese un reglamento, mentecato, pelandrún, ciudadano sin honor, espúreo, malvado!". Realmente aquello sirvió para sacarme de la depresión y volver a entusiarmarme por ir a la cancha. Cuando interrogué a Lalo acerca del personaje se rió: "Lo hicimos de Central hace poco, le gustaban los burros y dejó su herencia en Palermo... por eso viene con nosotros. No sabe un carajo de fútbol, pero da más alegría que nuestra divisa". Y cuanto de razón tenía.

     
  • -‑Vení, crucemos a este bar que te voy a presentar a alguien impresionante-. La fauna que solía merodear Lalo y de la cual él era un  lobo más en la manada era impredecible, exótica y surrealista.

    -‑Vos sos de Rosario. -dijo el tipo barbudo extendiéndome la mano‑ Te anticipo que a mí Baglietto me cagó la carrera.

    Era una declaración fuerte de Gianfranco Pagliaro, quien campera de cuero negra y cigarrillo entre los dedos estaba formulándome. El autor de Amigos míos me enamoré y Vendrás con el mar las uvas y el sol prosiguió: "Me iban a hacer grabbare en la compañía Emi un discazzo e iba a tener publicidad para arrasare... pero tuvo que aparecer este bastardo con su disco nuovo... y le terminaron poniendo toda la tela a el solo". El tipo nacido en Nápoles hablaba un cocoliche acentuado con su voz de barítono que tornaba extraño el hecho de que aún no se hubiera despegado del idioma peninsular. Sonaba rudo, quería ser un personaje de algún film situado entre malevos y gente de la camorra. Cuando salimos le pregunté a De los Santos porqué aún conservaba el acento natal. -‑¡Ma que acento! ¿No te diste cuenta que a los cinco minutos se olvidó y empezó a chamuyar como un porteño más? Si este llegó en pañales acá. Dice que le aporta misterio a su trayectoria artística". Luego me recomendó: "Nosotros no precisamos fingir: somos rosarigasinos y a eso no lo podremos disfrazar jamás por más que quisiéramos."

 

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