En el cuento que da nombre a este libro con el que Jhumpa Lahiri ganó el Pulitzer en el año 2000,un hombre hindú traduce para un médico los síntomas de sus pacientes que hablan una lengua muy particular. Para describir su mal, los enfermos dicen por ejemplo, que sienten “largos filamentos de paja clavados en la garganta” o “gotas de lluvia en la espalda”. Si como en el cuento, lo que resiste la lengua es la complejidad de los padecimientos, Lahiri pareciera una autorizada para esa misión. Nacida en el Reino Unido en 1967, de padres bengalíes, pasó su infancia y juventud en Estados Unidos y actualmente reside en Italia con su marido y sus hijos donde recientemente ha declarado: “Nunca he vivido en India, aunque voy a menudo. Mis padres mantenían vivas las raíces en el día a día. Crecí en Rhode Island, pero en mi casa se comía otra comida, se vestía otra ropa, se escuchaba otra música, se celebraban otras fiestas. En los años setenta y en aquel entorno, ser diferente no era cool. Pasábamos las vacaciones en Calcuta y, cuando regresaba al colegio me miraban con compasión porque pensaban que India era un sitio terrible. Y en Calcuta, también era diferente. Eso me creó mucha inseguridad. Durante gran parte de mi vida quise ser otra: alguien normal y corriente”.  

En “El intérprete del dolor”, el señor Kapasi (el traductor del comienzo) trabaja además como guía turística y es el encargado de llevar a una familia norteamericana a visitar el templo de Konark. Durante ese viaje de dos horas el choque cultural queda  a la vista aunque sin trucos ni linealidades, más bien Lahiri elige posarse sobre los detalles: cómo la mujer norteamericana repasa sus uñas durante el viaje, la remera estridente que deja ver su escote; mientras el señor Kapasi de traje gris que no se arruga a pesar de las horas de viaje, se aplica toquecitos de bálsamo de aceite de flor de loto que lo hace parecer más joven. Sin embargo al final del cuento, se cumple la máxima tolstiana: las familias se parecen pero cada cual es infeliz a su manera. A la inversa, el personaje de “Cuando el señor Pirzada venía a cenar”, vive en Estados Unidos pero es de Daca y busca a su mujer y a sus hijas porque al parecer su casa fue arrasada por el ejército pakistaní. La nena de la casa le va tomando cariño a ese hombre que le trae golosinas mientras los grandes miran por televisión esa guerra que ni siquiera se menciona en su colegio norteamericano. “En casa de la señora Sen”, Sen es la niñera hindú de Eliot. Cuando la madre va a buscarlo por las tardes, Eliot piensa que es su madre la que parece fuera de lugar en esa casa ambientada enteramente como en la India: “Con sus pantalones cortos de color beige y las alpargatas de suela de esparto. Su pelo muy corto y de un color similar al de sus pantalones, era demasiado soso y funcional, y en aquella habitación donde todo estaba cuidadosamente cubierto, sus rodillas y sus muslos bien depilados parecían demasiado expuestos”. 

“La literatura es tan poderosa porque conecta a la gente de una forma extraordinaria. Yo escribo a menudo sobre familias que han emigrado, pero hablo de sentirse solo en el mundo y eso no es específico al hecho de emigrar”, asegura Lahiri. Y así es. Sus cuentos sobrevuelan los agujeros negros de familias atravesadas por el destierro y el sentirse extranjeros. Ahora bien, esa extranjeridad no tiene que ver con que los personajes nunca son originarios del lugar donde viven, sino con no sentirse a gusto con la vida que llevan. No se trata en absoluto de la geografía sino de quién es cada uno.   

Dentro de este mismo contexto, merecen un punto aparte los cuentos de parejas quebradas. Como los inolvidables relatos de Lorrie Moore en Autoayuda, solo que desde una voz melancólica, Lahiri se adentra en terrenos poco explorados en las relaciones, enfoca en lugares políticamente incorrectos, y poco convencionales. En “Sexy”, por ejemplo, la esposa del amante indio de Miranda se parece a una actriz de Bombay, le ha contado él. Entonces Miranda decide alquilar videos de aquella actriz e intenta transcribir la parte india que contiene su nombre: “Para ella era un garabato y sin embargo se dio cuenta, sorprendida, de que en otro sitio del mundo aquello significaba algo”. Tanto la pareja india del cuento “El tercer y el último continente” que debe casarse por acuerdo entre las familias, como la de “Una anomalía temporal”, de Boston y ya occidentalizados, deben buscar juntos el camino de la superación. Ambas parejas cada una con una versión diferente del amor tienen en común, la distancia irreparable entre ellos –otra vez– no geográfica sino emocional. Y finalmente, en el cuento que cierra el libro, Bibi, la protagonista de “El tratamiento de Bibi Haldar”, padece un raro mal producto de no tener marido. En sus esfuerzos por curarla los vecinos le llevan “agua sagrada de los siete ríos” y hasta ponen un aviso: “Chica inestable. Estatura 1.52. Busca marido”.   

Galardonada con el premio Frank O´Connor y el PEN/Hemingway Lahiri escribió luego de este libro, dos novelas también traducidas al español -Tierra desacostumbrada (2008) y La hondonada (2013) y que en su temática prolongan de algún modo la de los cuentos de El intérprete del dolor. En ese marco resulta interesante la aparición de esta obra, no solo por ser aquella que le abrió a Lahiri la puerta de la literatura a nivel mundial, sino porque ella misma ha declarado que es en el género donde se siente más a gusto. “Si pudiera escribir todo en forma de relatos, lo haría. No me gusta desperdiciar palabras y creo que muchas novelas están llenas de aire”.

Se nota en Lahiri la destreza por lo corto y lo profundo. En cada uno de sus relatos, los encuentros entre los personajes de diferentes continentes, resulta al final, revelador. Puestos de frente al otro, esa fracción de vida que comparten amantes, esposos, maestros, amigos, se convierte en un pasaje a un estado de mayor lucidez y responsabilidad. Como si para Lahiri, la oportunidad de saber algo acerca de sí mismo dependiera de conocer profundamente a ese otro que habita un lugar del planeta difícil de imaginar.

El intérprete del dolor. Jhumpa Lahiri Salamandra 221 páginas