La antología de poemas Desplanetadas saca su nombre interespacial de unos versos de Sara Hebe (“¿Qué pasa? Estas desplanetada./ Directo desde el horno/ a ver si se levanta la monada”), que funcionan como epígrafe, y es de hechura colectiva. Se divide en cuatro partes en las que se desarrollan tópicos distintos y se despliegan metodologías de escritura diferentes: Tu olor, tu respiración (Amor y eros), Me descubrí más fuerte (Experiencia y lucha), Si de verdad existe (Felicidad y sueños) y Nos van a ver (Poemas colectivos).  Esta última sección despunta una suerte de lírica feminista que, en lo profundo, motoriza todo el libro, y que en poemas como Que la voz de la calle sea voz de mujer, se expresa con furia: “No dejemos de ocupar lugares. / Tiene que haber una voz de mujer/ en la voz de la calle. / Nadie nos va a correr nunca/ con ninguna actitud. / Rompamos todo, / todas las estructuras”, dice. El título Nos van a ver (inspirado en el final del poema La mirada del otro: “es que/ aunque no me quieras ver/ me vas a ver”), promete la salida de ese anonimato al que fueron condenados estos cuerpos abyectos, muchos de ellos expulsados de sus hogares debido a sus deseos y decisiones de vida. Estas mujeres cis y trans, algunas de ellas con hijxs, protegidas por la sombra de los puentes antes del techo del Frida, han encontrado en esta casa, además de contención afectiva y sustento para la supervivencia, la justicia de una luz que las hace existentes y visibles. “Nosotras, en el taller, trabajamos mucho el último libro de Judith Butler que habla de los cuerpos y la alianza política - dice Camozzi-. Ella lo plantea en los terminos de salir a la calle a protestar. ¿Qué pasa con esos cuerpos que nunca aparecen en el espacio publico? Yo pienso este espacio como uno en que las compañeras invisibilizadas, a las que se ha querido tachar, puedan aparecer de forma creativa. Al taller se lo puede pensar en el orden de lo íntimo o privado, pero en el momento de la creación y la publicación hay una aparición de esos cuerpos, que dicen un montón de cosas además de lo dicho en los poemas”. Si bien abrió sus puertas en julio del 2015, el centro de integración Frida es el fruto de un trabajo de años por parte de dos organizaciones, Proyecto siete (que depende del GCBA) y No tan distintas, y de un grupo de profesionales independientes; esta alianza tuvo desde el principio el objetivo de garantizar que la perspectiva de género se hiciera presente en el enfoque, armado y fortalecimiento del proyecto de vida de estas mujeres. “Las chicas llegan por muchas vías, por el boca a boca, o por recomendación de los servicios sociales de los hospitales. Del único dispositivo social del gobierno de la ciudad que hay, el Azucena Villaflor, las chicas se van y luego vienen acá porque ese es un lugar que no tiene políticas de contención, ni talleres, ni escucha”. Son varios los talleres que funcionan en la casa además del coordinado por Camozzi: género y sexualidad, fotografía, tejido ecológico, fútbol y cine. Por su parte, el espacio de escritura arrancó prácticamente en paralelo a la apertura del centro y toma, entre otras influencias, la del Proyecto Yo No Fui que puso en marcha talleres literarios desde comienzos de los 2000 en la Unidad Nº 31 de la Cárcel de Ezeiza.

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Pañuelo arco iris

Aunque los textos que integran Desplanetadas son muy variados y por ende resulta imposible generar una opinión unificada sobre ellos - la compilación es de más de una veintena de voces, un poco más que la mitad del número de habitantes de la casa-, sí resulta identificable el espíritu irreverente común a muchas de estas autoras y su descontractura a la hora de escribir: “Mi corazón está triste/ solo, abandonado./ Pero las pelotas/ que te voy a hablar/ de él”, dice Marcela Ass. Lírica de la calle, del hartazgo y la intemperie, del humor y del amor es la de esta primera antología heredera de fanzines, predecesora de Arrebato –un segundo volumen–, y puntapié de un futuro proyecto editorial que aspira a publicar en el transcurso del año que viene una serie de plaquetas individuales de las autoras aquí incluidas, algunas de ellas, como es el caso de Ámbar Vega, con un recorrido hecho en la escritura previo al taller del Frida. Ámbar es autora, entre otros versos, del haiku pride que dice “Pañuelo mío/ es siempre/ arco iris”.  Ese arco iris que en tantísimos casos fue la razón misma de la exclusión, sigue siendo, por supuesto, motivo de orgullo. ¿Pero que es desobedecer sino dar con un tesoro más valioso que cualquier privilegio, nombre o pertenencia? Dice el poema Contala, de Selva López, de la sección Me descubrí más fuerte: “Contale a la gente/ como vos la contás/ y la cantás// Que nadie recuerde/ tu nombre / sino esa sencilla/ revolución”. Revolución que está en cualquier gesto, en la reversión de toda imagen preestablecida, naturalizada, sobre la que se asienten la discriminación y el sexismo: la de una mujer haciendo pis en la calle, por ejemplo, como en el poema Tanguita roja, de Ayelén Acevedo, perteneciente a Tu olor, tu respiración: “Bajo la sombra entrante/ de la primera mañana/ te vi agachada detrás de un árbol// Tenías una tanguita color rojo/ no entiendo/ si siempre usaste culote.// Tus nalgas se veían/ desde la vereda de enfrente, blancas/ pálidas como un papel// ¡Existen los baños públicos/ para que hagas tus cosas, che!”. Las existencias trans también encuentran en Desplanetadas un lugar ausentado de la contundente mayoría de antologías poéticas publicadas en Argentina y el mundo. Mikaela Gonzalez, crítica con sus propias compañeras, escribe en la segunda parte del libro: “muchas mujeres trans se muestran/ en redes, boliches, marchas, a la vez/ viven escondiéndose/ a la hora de enfrentar lo social/ buscan una solución de glamour/ en sus círculos o ambientes específicos, / deberían usar ese glamour/ en las calles/ siendo ellas con su brillo/ ya están dando una gran lucha”. De la intemperie de la que vienen estas escritoras también da cuenta esta poesía (“Vivía en la calle/ y no conseguía muletas”, cuenta un poema de Marcela Ass), así como de la mutación interior que les produjo el ingreso a la casa. El poema Frida=Crisálida, de Micaela Pifano, dice: “De la cáscara de la fruta/ descomponiéndose/ no queda todo perdido,/ de esa nada/ sale mucho./ Se transforma/ en compost”.   

Hay un poder personal que se adquiere, sin duda, a través del trabajo colectivo y en esto parece consistir, además de la difusión de la producción literaria, la publicación de un libro como Desplanetadas. “Tiene que ver con tomar la palabra, caer en la cuenta de que lo que decimos, al escribirlo ya dice otra cosa distinta que la que creíamos al comienzo. Pienso en Aye, una de las compañeras que tiene poemas de amor, de dolor, de lucha identitaria, todos esos registros forman parte de lo que ella es. Escribir es el momento del descubrimiento. Lo que no sabíamos del todo que estaba, aparece. La posibilidad de producir artefactos artísticos cada una por separada y entre todas –es algo mágico: de la nada, con un par de tijeras, hacemos una revista– genera una fuerza”, dice Camozzi.

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