• Aquel músico de la Trova recién arribada al mundo estaba aprendiendo bandoneón esforzadamente. Le costaba comprender ese océano de teclas dispersas sin un orden. Lo invitaron a una radio donde una parejita de grandulones conducía un programa siestero. Le preguntaron sobre su actividad, pasaron discos y al descubrir el instrumento en su estuche le propusieron, al aire, que tocara algo.

    --No sé tocar, es mi segunda clase.

    -‑¡Vamos! Es la modestia de los grandes, -dijo ella.

    -‑Siempre humilde, -ratificó él en el colmo de los lugares comunes. En la pausa, el músico les pidió que no le insistan, que de verdad no sabía tocar. Pero cuando se encendió la luz roja empezaron de nuevo con el run run.

    -‑Dale, tocá. No te hagás rogar. Tenés que ser generoso. Hay un público que quiere escucharte. Vamos, no seas tímido. O tal vez un poquitín egoísta -cuminó ella.

    Entonces el pibe extrajo el bandoneón y se puso a tocar una horrible escala feamente oprimida, acordes mal puestos y su voz encima despegada de todo jucio auditivo. Hicieron señas y pidieron un corte. Estaban indignados. El, simplemente apelando a la sinceridad, se levantó y se despidió con un amable "Son ustedes dos muy boludos. Buenas tardes".

     
  • El empresario resultó petiso, cara de ave de rapiña y una voracidad extrema. Los pibes tocaban en un teatro céntrico y esperaban apenas 200 personas, por ende compraron un talonario afín. La cifra los superó y entraron más de 700. En el revoleo, el empresario utilizó su propio talonario amaestrado para desfigurar importes y robar a los incipientes músicos de la Trova. Aún anda por la calle y evidentemente sigue siendo de muy baja estatura, a la altura de los roedores. A veces, hasta  parece asomar su cola cuando se pasea por los bancos y los corredores donde hay negocitos para fracasados en donde suelen robarles a los artistas. Recuerden, es feo, cara de oler mierda y jamás ha sido feliz, ni lo será. Tiene una cara de culo que voltea, por eso de andar olfateando dineros ajenos escondidos en los bolsillos traseros.

     
  • Era Carlos Luchese un músico‑filósofo tierno y peligroso para las instituciones. Merodeaba el Savoy, el Saudades en busca de un recodo donde apoyarse a tomar un café casi siempre invitado por su interlocutor, que apreciaba su charla. Cambiaba sus entenderes dispersos pero sinceros por un cortado. Y a su modo, era feliz. Un amigo jovencito junto con su novia angelical tenían especial predilección por su chamuyo y se constituían en sus adláteres, en sus discípulos. Cierta vez supe encontrarme con ambos en un colectivo y la charla recayó sobre Carlos. Entonces asistí a una epifanía chistosa, retórica y propia de una película de enredos. El pibe me confesó que a ambos ‑su noviecita y él mismo!‑ los tenía fascinados con la teoría del "Loco de lata". Esbozaron lo que habría de ser una figura poética fantasmal, un Quijote o algo así que lucharía eternamente contra los molinos de viento en busca de la verdad. Cuando descendí no les quise comentar que en realidad Luchese estaba haciendo referencia a la locura y especialmente a la figura del habitante de manicomios. No era "El Loco de lata" munido de una supuesta armadura, sino mas bien una apología sobre los internados, quienes en su propia carne y voz ponían de manifiesto una sociedad dormida y necia. Por eso el considerado colifato cuenta, propone, expone, se sacrifica. En una palabra: el loco "delata".

     
  • Con mi primo éramos carne de escuela nocturna y vagancia extrema. Leíamos lo que podíamos, copiábamos mucho ‑era quien les escribe un especialista en "machetes" diseñados para pasar desapercibidos‑. El rock y su cultura me hacía camuflar de bandido, de incomprendido, audaz y romántico de paladar oscuro. Como Poe, como Rimbaud, como Baudelaire. El estaba inclinado por la música melódica o bailable, yo buscaba los laberintos y el estallido con The Who, Jimy Hendrick, Frank Zappa. Le propuse drogarnos pero ignorábamos dónde, cuándo, cómo se hacía aquello. Una noche, mientras simulábamos estudiar, descubrimos la más poderosa fuente de intoxicación: la falta de sueño. Hacía ‑entre fútbol, andanzas amorosas y estudios‑ dos días que no dormíamos, entonces empezamos a alcanzar un estado de alucinación extraña. Lo probamos muchas veces pero abandonamos la adiccción pues primeramente entrábamos en un estado de risa y euforia para, posteriormente, caer como moscas en cualquier rincón.

    ‑Che, no nos droguemos más, dijo él, atinadamente. Por suerte aquel juego nos salvó de tóxicos y otras porquerías, que de verdad buscamos y por suerte nunca encontramos.

     
  • -‑Lo hice, ayer lo hice -se exaltaba Ricky, un paisano irreverente que había nacido según él en un kibutz de barrio Echesortu. Lo miré, semblanteándolo, mientras me echaba en la cara el humo de sus Particulares verdes. Tenía prohibido fumar debido a una operación temprana de pulmón pero decía que pretendía atraer a la muerte para acostarse con ella.

    -‑¿Qué es lo que hiciste? -le seguí el relato. Estaba emocionado. Comprobé que el descargo espiritual es una mentira absoluta. Y narró el episodio: que había entrado a una iglesia, donde acudía reiteradas veces a simular confesarse hasta que una tarde ‑la anterior‑ habíase animado a confirmar que la delación no incluye al respetable "secreto de confesión". Contó que le susurró al cura que había cometido un crimen, tentado de practicar tiro porque había resuelto hacerse terrorista. Cuenta que el prelado se disculpó: -‑Un segundito por favor -y salió de su casucha. Ricky, desde la terraza de un amigo, pudo comprobar al minuto cómo se llenaba la puerta de la arquidiócesis con dos patrullas. Todas las religiones traicionan... -‑Acá tenés letra de sobra para una canción.

     
  • Fue una trampa amorosa. Lo citaron al músico aquel en un viejo altillo pintado de rojo, una buhardilla a la que se accedía entrando agachado. Le dijeron que se encontraría con otros colegas por un trabajo musical. Lo que se había planeado era un encuentro forzado entre él ‑ignorante del asunto‑ y una dama que jamás había deseado. Cuando entró, precedido por otra chica que era la dueña del lugar y se encontró con la señorita, entendió todo. Como era pertinaz y orgulloso, mezclado con una dosis de romanticismo y honestidad, le hizo saber que no quería saber nada de ella y que mejor no intentar nada. Se sentó al lado y convidó cigarrillos negros. Ella aceptó pero mientras lo encendía se largó a llorar. El joven inexperto no supo qué decir y se dedicó a esperar que la tormenta pasase.

    -‑No es nada, cada uno debe decidir dónde está el deseo -balbuceó ella psicológicamente mientras se secaba las lagrimitas, y él respiró aliviado de que lo entendieran. Bajaron juntos, caminaron unas cuadras y se despidieron. El se sentía honesto, acorde con su música, su metier en la vida, su horizonte de ausencia de hipocresías.,Pero al sábado siguiente que dio un pequeño recital peñero, desde las sombras un coro de damas dirigidas por la defraudada no paraban de gritarle puto, maricón y otras bellezas. El se vengó de aquella jugada escribiendo canciones memorables pero las caras de los varones que lo vieron descender del escenario aún lo perseguían. La homofobia en las filas rockeriles estaba a pleno. El entendió aquello y lo hizo saber en oraciones. "Esa noche no quise cojer, pero me sirvió para componer", describe a quien quiere escuchar esta pequeña anécdota cuasi anónima.

     
  • Había un tipo, un grandote vikingo que había arribado a la sala como tantos que lo hacían. Decía ser baterista y que estaba en el plan de ser "el mejor del mundo".

    -‑Voy a llegar a tener más plata que todos ustedes juntos afirmaba.

    Lo decía serio, con esos ojos celestones de asesino serial que me provocaban rechazo. Una tarde nos acompañó a tomar el colectivo y empezó a cuestionarnos el nombre de nuestras canciones, las letras pues su alma de homínido brutal no entendía.

    -‑¿Por qué no escriben algo que se comprenda? -se enojaba.

    Decidimos bajarnos del bondi con mi amigo y dejarlo solo. Nunca más volvió a la sala. Al tiempo nos enteramos de que había entrado en la Policía y había sido echado por "abuso de autoridad". Y una noche lo sorprendimos tocando en un dancing: "Aprendan a vivir de la música como yo y, además, ver culitos de cerca".

    Fue lo último que le oímos. Murió a balazos, cuando intentó asaltar un camión de caudales.

 

[email protected]