Primero fue ejemplo del orgullo fascista italiano, prueba del interés que Mussolini profesaba por la propaganda. Luego, meca cinematográfica a orillas del Tíber, el templo de Federico Fellini, escenario de películas colosales, de fiestas interminables y de leyendas del celuloide. Después el ocaso, la privatización de los años 90 y el lento languidecer como destino turístico y parque de diversiones temático, sumado a los incendios sospechados de especulación inmobiliaria. La historia de los Estudios Cinecittà, en cierta manera, es la de la cinematografía italiana e, incluso, de Hollywood. Allí se filmaron más de 3.000 largometrajes, muchos de ellos de proyección internacional y con cantidad de premios en todo el mundo. De Fellini a Francis Ford Coppola, de Luchino Visconti a Martin Scorsese, casi ningún grande del cine se privó de filmar allí. Superproducciones como Cleopatra o Ben Hur dieron pie a que a Cinecittà se la llamara la “Hollywood sul Tevere”. Ahora, tras años sin encontrar su rumbo en manos privadas, el Estado italiano recuperó su propiedad. Y ya tiene un plan: la renovación total del predio durante los próximos tres años.

El ministro de Cultura de Italia, Dario Franceschini, anunció a fines de enero un plan de inversión estatal por 60 millones de euros (aproximadamente 74 millones de dólares o 1.535 millones de pesos) para poner en forma el lugar y devolverlo a su antigua gloria. El miércoles pasado Franceschini describió al plan como “el comienzo simbólico de un nuevo futuro para Cinecittà”. Allí habrá un museo completo (con sus correspondientes bibliotecas y videotecas), un laboratorio de restauración, nuevos estudios (incluyendo una piscina transparente para tomas acuáticas) y, atendiendo a las demandas de un segmento económico creciente y con vínculos notables con el cine, un sector dedicado a la producción de videojuegos (para captura de movimiento y realidad virtual, concretamente).

Aunque el objetivo declarado de devolver al cine italiano al centro del desarrollo económico del país puede parecer ambicioso, sí hay intenciones de recuperar su valor simbólico y patrimonial. De esta manera, sus responsables aspiran a atraer coproducciones con los grandes estudios estadounidenses, en especial los televisivos. La nueva legislación italiana ofrece ventajas impositivas a las producciones extranjeras allí y las autoridades confían en que eso vuelque al menos 400 millones de euros en la industria durante los próximos años.

El próximo 4 marzo, Italia celebrará nuevas elecciones generales. Los cinéfilos de la península confían en que las nuevas autoridades no desandarán este camino, pero igual mantienen un ojo cauto. Cinecittà fue tan dependiente de los vaivenes políticos y económicos italianos que hasta fue utilizado por los nazis como campo de concentración.

Si el esperado crecimiento de la producción se confirma, para 2020 las cuentas de Cinecittà estarían saneadas. Hasta el momento, la producción de mayor calibre allí es la versión en formato miniserie del clásico de Umberto Eco El nombre de la rosa, protagonizada por John Turturro. Y la producción de Netflix dedicada al Papa Francisco y dirigida por Fernando Meirelles, con Jonathan Pryce como Bergoglio y Anthony Hopkins como Benedicto XVI, de la cual parte del rodaje se hizo en locaciones porteñas. También hay en curso una superproducción de la Paramount, aunque aún no se conocen detalles.

Según Roberto Cicutto, director del instituto que maneja el complejo, la nueva administración estatal “parece anacrónica”, pero es resultado de los desmanejos y las múltiples dificultades que encontró el predio durante su década en manos privadas. Al punto de que en 2014 estuvo al borde de cerrar sus puertas y lo que otrora fuera una de las glorias del cine europeo apenas pasaba por una atracción turística bastante menos conocida y visitada que cualquiera de los puntos de interés de Roma. Y ni siquiera se filmaban muchas películas. La mayor producción que registró en los últimos años fue el Gran hermano italiano, cuyos estudios incluso fueron arrasados por un incendio que –sospecharon unos cuantos– pudo haber sido intencional para empujar el complejo al cierre y volcarlo al negocio inmobiliario.

Además de la inversión estructural propiamente dicha, el Ministro, el Director de la Cinema Office Nicola Borelli, el presidente de la Escuela Nacional de Cine Felice Laudadio y otros funcionarios anunciaron una megamuestra dedicada al centenario del nacimiento de Federico Fellini. El gran maestro del cine italiano tendrá restauradas todas sus obras y una exposición a su altura en 2020. Luego, la exhibición (de la que participará también la cinemateca de Bologna) se convertirá en itinerante y ya tiene una parada anunciada en Los Angeles, Estados Unidos. Los funcionarios también anunciaron una exposición dedicada a la célebre actriz Monica Vitti, musa de Michelangelo Antonioni y hace años retirada de la vida pública. El flamante Museo Italiano del Audiovisual y el Cine (Miac) estará en funciones desde fines de este año con una muestra integral de la cinematografía italiana del siglo XX. El espacio también servirá para intercambios estudiantiles y buscará crear un archivo que restaure las grandes obras de su pasado.

Según Franceschini, este “nuevo Cinecittà” es fruto del acuerdo entre diferentes fuerzas políticas para reinstituir el cine italiano en el centro de su producción y consumo cultural. Además de los propios fondos que aportará su Ministerio, Franceschini confía en la llegada de las productoras privadas y de otras instituciones públicas europeas. De un modo muy similar a la Ley de Servicios Audiovisuales argentina –que derogó el macrismo–, la nueva legislación italiana en la materia establece cuotas de pantalla que están llevando a una mayor producción local, en particular en televisión. Ya tienen buenas señales al respecto: la RAI reactivó varios proyectos.

Así las cosas, el panorama parece promisorio para un sector de la cultura con apoyo decidido del Estado. Muy lejos del abandono que Cineccità registraba hace tres años. Y muy lejos de la situación que atraviesa la cultura argentina, donde el Estado no para de desinvertir y de recortar presupuestos.

El “nuevo Cinecittà” nació de acuerdos entre varias fuerzas políticas.