“He aquí lo que significa estar casado: tener hijos que puedan presentarse a la familia y los vecinos y, tener hijas que puedan dar en matrimonio. Pues tenemos cortesanas para el placer, concubinas para que atiendan nuestras necesidades corporales cotidianas, y esposas para que engendren hijos legítimamente y sean fieles guardianas de nuestros hogares”, escribió Demóstenes en la Atenas del siglo IV A C. A su vez, hay constancia de que, en el siglo I, el emperador Nerón fue entregado públicamente en matrimonio a un liberto y en la noche de bodas imitó los gritos y gemidos de una virgen que se desflora. 

Que el matrimonio –tanto el llamado heterosexual como el llamado igualitario– no siempre tiene que ver con el amor ya quedó claro entre los griegos y los romanos que, como suele decirse, tuvieron una palabra para todo. El matrimonio y el amor son justamente los temas principales de la comedia francesa La fiesta de la vida, que se estrena la semana próxima post Día de San Valentín. La temática es abordada desde lo que podríamos llamar el lado B: la de una empresa de catering y organizadora de eventos de alto nivel liderada por Max (destacada interpretación de Jean-Pierre Bacri) y secundada con lo que parece es uno de los peores equipos de trabajo del mundo. Durante años, y a pesar de eso, el meticuloso Max ha organizado cientos de festejos de boda y ahora prepara la que puede ser su retiro y el broche de oro de su carrera: un casamiento de lujo en un castillo francés del siglo XVIII entre un insufrible simulacro de noble y sin duda ricachón, Pierre (Benjamín Lavernhe) y Helena (Judith Chemla), una bella y ex profesora. 

La primera parte del film es la organización y la coordinación de la orquesta, los camareros (vestido a la usanza de lacayos de la nobleza de sangre), el menú, el Dj (James, interpretado graciosamente por Giles Lellouche que insiste en convertir una fiesta glamorosa y chic en una más carnavalesca y popular), los arreglos florales, los entretelones de un ritual y las performances de las que se supo reírse genialmente Damián Szifrón en la que sin duda es una de las mejores reflexiones sobre el matrimonio en el último episodio de Relatos salvajes (2014).

La segunda parte es el desarrollo de la fiesta y se abordan los tópicos del deseo y del amor. Así, Helena se reencuentra y baila apasionadamente con un profesor al que buscó sin descanso y del que parece seguir enamorada. El DJ da rienda suelta a su pasión con la irascible Adèle (Eye Haidara) con la que no dejó de pelear sin tregua en la primera parte. El fotógrafo de la boda tiene un affaire con la anciana madre del novio (encantadora y flemática Hèlene Vicent). El propio Max se enfrenta a la demanda de comenzar una nueva vida con una de sus empleadas, que es su amante hace años, y de terminar con su matrimonio de toda la vida. Como en la época del Rey Sol los laberínticos jardines de los castillos se transforman en jardín de las tentaciones para dar lugar a los placeres. Sin embargo, así como las delicadas gargantas de los aristócratas terminaron rodando en la orgía de muerte de la guillotina así la fiesta puede acabar en catástrofe y la ensayada sorpresa del novio puede terminar en tragedia (desopilante momento). 

En el marco de una comedia liviana y dulce, La fiesta de la vida, toca de soslayo y quizás pierda la oportunidad de profundizar sobre el conflicto de clases sociales e interracial, el trabajo en negro de los inmigrantes, la discriminación racial a africanos y social a los trabajadores, temas caros a la política francesa.

Según datos oficiales, hacia julio de 2017 y a siete años de la sanción de la Ley de Matrimonio Igualitario más de 16000 parejas del mismo sexo pasaron por el Registro Civil. (Sería interesante contar también con datos oficiales respecto de los divorcios.) Existe en el imaginario popular la idea de que actualmente son mayormente los gays y las lesbianas los que se casan. Para una parte de la comunidad lgbti ya alcanzada la igualdad jurídica merced a las luchas sociales llegó hace rato también el futuro y el tiempo de poner en tela de juicio al matrimonio como ceremonia burguesa, hipócrita y represiva. Sin embargo, los festejos de San Valentín y los días previos organizados por diversas empresas también tienen como clientes protagónicos parejas de gays. En este marco cabe la reflexión y la pregunta acerca de por qué La fiesta de la vida plena de canciones que hacen alusión al mundo gay, a los clisés románticos y al estilo camp fascina a nuestra comunidad.   

Plagada de gags algunos inteligentes y otros efectistas, la película logra divertir y también emocionar. Quizás porque al mostrar el caos tras la fantasía perfecta desnuda la naturaleza siempre contingente de los deseos y los sentimientos. Y quizás también porque aun con las apariencias, las dudas y la hipocresía hay una persistencia conmovedora de los humanos de imaginar la eternidad del amor en la vida perecedera y la ilusión de imaginar en el instante mágico de una noche de fiesta la felicidad perpetua a pesar de que a veces todo parece pender de un delgado hilo. Ese instante frágil parece ser hoy prioridad de parejas de gays y lesbianas.