“Existe una mayor visibilización de expresiones xenófobas en las políticas de Estado, particularmente en las de control sobre la población migrante, como el proyecto de un centro de detención de migrantes, la circulación de imágenes sobre el (ab)uso de los servicios públicos, el aumento de controles policiales. Estas medidas se relacionan con la aplicación de políticas de exclusión económica y social sobre el conjunto de la población”, analizó la socióloga Romina Tavernelli, del Instituto de Investigaciones Gino Germani.

La investigadora sostuvo que “en este contexto surge la necesidad de encontrar responsables a quienes culpar de la situación de vulnerabilidad laboral y de acceso a derechos que esas políticas generan. De este modo, el otro se constituye como una amenaza a los derechos que se perciben como exclusivos de los nativos. Esa mirada estigmatizante es histórica y no es homogénea, pues no todos los migrantes son percibidos igualmente, sino que son posicionados dentro de las representaciones sociales a partir de una jerarquización que se realiza sobre los países de origen y la pertenencia de clase”. Los medios de comunicación, explicó Tavernelli, “retroalimentan esta mayor visibilización de expresiones xenófobas”.

–¿Cambio la construcción social del sujeto migrante en nuestro país a través del tiempo?

–A fines del siglo 19 y principios del siglo 20 se dieron las migraciones transocéanicas, y a mediados del 20 las regionales. Lo que cambió es la composición del flujo migratorio. Si analizamos históricamente la evolución de la población extranjera lo que cambió fueron los países de origen. En el Censo nacional de 1869, el primero de Argentina, los extranjeros representaban el doce por ciento de la población, el veinte por ciento de ellos proveniente de países limítrofes. Si tomamos el censo de 2001, la población migrante representa poco más del cuatro por ciento y el 60 por ciento proviene de países limítrofes. Pero la sociedad receptora mantiene históricamente esta mirada estigmatizante respecto de la otredad migratoria. Los mismos prejuicios que antes eran asignados a españoles o italianos hoy se posan sobre los migrantes limítrofes. Hoy existe una resignificación de las llamadas “migraciones tradicionales” y un cambio en las percepciones respecto de tales migrantes. Desde la mirada actual, tales colectivos son percibidos como ‘trabajadores’, ‘personas con valores’, que venían a quedarse y sentían esta patria como propia, como quienes sí forman parte de nuestra identidad nacional. Esto es algo muy distinto a lo que se pensaba de dichas migraciones en los tiempos en que llegaban, en los cuales tampoco eran bien vistas, ni siquiera eran las migraciones que se esperaba que lleguen. A los migrantes limítrofes los caracterizan como quienes ‘vienen y se llevan la plata a sus países de origen’, ‘vagos’ y al mismo tiempo son quienes ‘nos sacan el trabajo’, y quienes ‘llenan’ hospitales y escuelas limitando el acceso a los argentinos.

–Y entre esas otras percepciones está la de que somos europeos.

–Argentina tiene una voluntad histórica de atraer al migrante europeo, que pervive en el artículo 25 de la Constitución (después de la reforma) en el que se expresa que “el gobierno federal fomentará la inmigración europea”. De modo que es evidente que siempre nuestro país se referenció en aquella migración y construyó su identidad nacional seleccionando los orígenes que la constituían. Es importante destacar que esos discursos están asociados a un lugar de autoreferencia, de construcción de la propia identidad nacional. Los argentinos nos percibimos como descendientes de esas primeras migraciones. Sobre todo los porteños construyeron un imaginario de la identidad nacional de que ‘todos bajamos de los barcos’ y, en ese punto, nos percibimos más como europeos que como latinoamericanos. Existe una colonización de nuestra memoria, de las formas de pensarnos muy eurocéntrica.

–¿Qué respuestas dió Estado a esas migraciones?

–Históricamente, a pesar de ser un país atravesado por las migraciones,  solo tuvimos tres leyes que regularon el ingreso, la permanencia y la circulación de migrantes: la ley Avellaneda, la ley Videla durante la dictadura, y la del año 2004 en el gobierno de Néstor Kirchner. La Avellaneda fue la de “puertas abiertas”, buscaba en 1876 atraer a la migración europea, poblar el país, acompañando el proceso de extensión y de consolidación del Estado-Nación y un modelo económico basado en la agroexportación. La de 1981 quedó atravesada por el paradigma de la seguridad nacional, fue restrictiva y cambió hasta los verbos con los que inician los artículos: limitar, restringir, denunciar, reprimir. Buscaba controlar esa “migración desenfrenada” que es percibida como “subversiva”. La ley Videla pervivió hasta 2004 cuando se sancionó la nueva, que es un cambio significativo pues el migrante es reconocido como un sujeto de derecho. Los migrantes tienen derecho a la educación y la salud, a ser tratados de igual modo y con los mismos derechos que un ciudadano. Esto es novedoso no solo aquí sino a nivel mundial y un cambio significativo en la vida cotidiana de los migrantes.

–Pero vuelven a aparecer las representaciones de ese otro como amenazante.

–En los periodos de cierta estabilidad económica, el encuentro con el otro no es percibido de manera conflictiva y no genera expresiones de abierto rechazo. En los de crisis económica y aumento del desempleo, los prejuicios se vuelven manifiestos. En contextos de aumento de la vulnerabilidad económica, social, laboral, cuando el Estado deja de ser el garante de derechos, la necesidad de encontrar responsables se deposita sobre los colectivos migrantes que pasan a ser percibidos como ‘muchos’; ‘molestos’ y ‘demasiado distintos’. El inmigrante es percibido como el que viene a tomar lo que por derecho exclusivo pareciera pertenecerle a los nacionales.

–¿Algo similar a lo que ocurrió durante la década del noventa?

–Sí, y en ese momento, en plena crisis laboral, la respuesta de un sindicato fue sacar afiches que decían “el trabajo argentino para los argentinos”.

–¿Qué papel cumplen los medios de comunicación?

–Muchos funcionan como correa de transmisión de los prejuicios. Operan y reproducen acríticamente, por ejemplo cuando titulan “mueren dos personas y un boliviano”. O el caso, en 2000, de la revista “La Primera”, que en su portada armó una imagen con una persona desdentada, con rasgos fenotípicos representados como un migrante, con el obelisco como emblema de la Ciudad de fondo y el título “La invasión silenciosa”. Los conceptos bélicos como invasión, ofensiva, embestida, colaboran con la afirmación de una imagen que asocia las migraciones con el peligro o la amenaza. En ocasiones esto genera, por parte de la población receptora, estrategias sociófugas, de alejamiento respecto de esa otredad, con el fin de mantener la distancia social.

–¿Desde dónde abordar los procesos migratorios para tratar de explicarlos?

–Las migraciones son un fenómeno que debe estudiarse  de un modo relacional, no sólo desde cómo los migrantes se insertan sino también desde cuáles son sus reales posibilidades en función de la estigmatización. Por eso es importante pensarnos como sociedad receptora, para poder explicar cuáles son las condiciones que nosotros creamos hacia el migrante que impactan sobre su vida. Mirar sólo uno de los lados de la relación es revictimizar a los migrantes, es asumir que ellos portan algo que los hace objeto de su rechazo. En este sentido, las relaciones interculturales son relaciones de dominación. No basta con la buena voluntad del migrante, ni siquiera con la condescendencia o tolerancia de la sociedad receptora para que las relaciones sean armoniosas. No debe perderse de vista que esas relaciones están insertas en una estructura económica, atravesadas por la construcción de un relato histórico y que por eso son desiguales. Son relaciones de dominación porque es evidente que frente al etiquetamiento las relaciones de poder de uno y otro son distintas mientras unos son etiquetados otros tienen el poder de nominar. Y son relaciones desiguales porque están atravesadas por la cuestión de clase, por cómo se ubican unos y otros en la estructura económica.

–Con construir al migrante como sujeto de derecho no alcanza.

–No mientras persistan las condiciones de desigualdad económica y social. No es un tema que se resuelva con comprender o conocer la cultura del otro, no basta con el tan mentado diálogo intercultural, deben asegurarse condiciones de igualdad que contribuyan en la construcción del otro como un semejante.