RUGBY EN HONG KONG Y EXÁMENES DE INGRESO HASTA PARA EL JARDÍN DE INFANTES  

Ignacio Elosu tiene 37 años. En Argentina jugaba como pilar en Pueyrredón, pero como muchos otros argentinos partió a buscar suerte e n el profesionalismo europeo. Pasó por el rugby francés, por el italiano y terminó jugando en Inglaterra. A los 33 años, una lesión lo dejó al borde del retiro. Aunque los estudios médicos decían una cosa, él sentía otra. No estaba listo para dejar de ser jugador. Lo necesitaba. Pero su deseo no iba de la mano con las necesidades de los grandes equipos. Su mánager encontró una solución: Hong Kong. La extraña propuesta no lo intimidó. Se trataba de un nivel menos exigente y que alimentaba esa fuerte necesidad de seguir en la cancha. 

Además, se le abrió una puerta totalmente distinta desde lo laboral y lo cultural. Hong Kong está 22° en el ranking de la World Rugby. Este argentino se fue allí para poder retirarse en la cancha, pero terminó jugando tres temporadas más y siendo entrenador. “La propuesta me permitió seguir activo y proyectar un futuro. Pude estudiar y sigo capacitándome. Acá se juega un torneo semiprofesional con apenas cinco equipos. Jugás tres veces con cada rival. El nivel es bastante flojo, como una intermedia en la URBA o una tercera división de Inglaterra. Hay buenos rugbiers, pero el 80% de son jugadores sociales, sin hambre profesional”, cuenta al otro lado del mundo.

Aunque ya se retiró hace unos meses, Elosu sigue radicado en Hong Kong. Primero fue entrenador de los seleccionado menores de 16, 19 y 23 años. Pero en la actualidad trabaja en un gimnasio: “Abrimos a las 5 de la mañana, para la gente que luego se va a la oficina. Acá el ritmo de vida es muy intenso. Funciona todo perfecto y rápido, pero eso también te lleva a estar todo el día haciendo algo. No hay descanso”.

La adaptación no es sencilla, aún después de tanto tiempo: “Es una ciudad muy rara. Te podés acomodar a ese mundo de 14 millones de occidentales, pero yo no hablo chino, así que no puedo relacionarme con los orientales. Y hay situaciones que no existen, como ciertas costumbres en el trato, como puede ser decir ‘gracias’. Acá te desmayás en la calle y te pasan por arriba. Somos muy distintos. Después de cinco años y medio viviendo acá, hay aspectos que sigo sin entenderlos”.

Y para tratar de explicar un poco más la forma de ser de la gente en Hong Kong, agrega: “Creo que el motivo por el que son así es que desde que nacen les imponen a un ritmo de vida severo. En una época yo trabajaba iniciando en el rugby a los más chicos, desde que empiezan a caminar hasta los cinco años. Les das una pelota de goma espuma para que aprendan coordinación y a pasar. Los hacés pasar por debajo de una ‘H’ de plástico. Varias de las madres me pidieron si podía escribirles una carta de recomendación hablando de las destrezas que tenían los nenes. Lo necesitan para los ingresos al jardín de infantes. Aunque parezca mentira, tienen que pasar por entrevistas para el jardín. Salen de viaje a Tailandia, a Bali, para después agregar en la hoja de presentación que el chico es “worldtravel”. Si no pasan el examen, les puede tocar un jardín lejos de donde viven, para el que tienen que viajar varios kilómetros y eso, con el ritmo de vida que llevan, es muy incómodo”. 

Elosu no sabe si Hong Kong será el lugar para radicarse definitivamente, pero no deja de intentarlo. “Hasta abrí una empresa que vendía vinos argentinos. Luego terminé vendiéndola a una firma más grande. Pero acá tener una propiedad es impensado. Un departamento de 30 metros cuadrados te puede costar 900 mil dólares”, dice. Como en el rugby, jamás se rinde. Hace todo lo posible para ganarse la vida. 

FÚTBOL EN GUADALUPE, TRES AÑOS EN EL PARAÍSO Y EL SUEÑO FRANCÉS

Con apenas 20 años Lucas Enriquez ganó el premio Lobo de Mar al mejor futbolista marplatense. Había sido campeón con Atlético y jugó el torneo Federal con Kimberley. Como toda promesa, el salto al exterior para poder vivir del fútbol es un deseo permanente. Un conocido de la ciudad, Sergio Thione, lo tentó con una oferta exótica: Guadalupe, el pequeño territorio de ultramar de dominio francés en Centroamérica. ¿Por qué no intentarlo?

La primera impresión para un joven es inmejorable. “Las playas son muy turísticas, hay volcanes, cascadas naturales, manantiales de agua caliente. Después tenés los cruceros; la gastronomía está muy bien, con buenos restaurantes de mariscos y pescado. Y el costo de vida es bajo. Con poco dinero podés subirte a un avión y visitar otras islas”, cuenta Enriquez.

Pero esa es sólo una parte de la historia. “El futbolista que tiene que viajar o hacer su camino solo, tiene mucho sentimiento encontrado. Por un lado está el sueño y por otro el sacrificio. Los nativos de la isla hablan un criollo muy difícil, pero nos manejamos en francés o en inglés. Es una isla de negros y es complicada la relación, porque ellos sufrieron mucho el racismo”. 

El proceso de aclimatación puede llevar un tiempo. “El primer año es difícil, aunque te apoyan. Yo salí desde la Argentina con la mentalidad de que me iba a trabajar. Así, con el tiempo las puertas se abrieron”. Enriquez jugó los últimos tres años en las Antillas.

“El fútbol es semiprofesional, pero el nivel puede compararse con la B Nacional o el Argentino A. Muchos jugadores terminan saliendo de la isla para ir a jugar a la liga de Francia. Incluso varios futbolistas del ascenso de Francia vienen a jugar a Guadalupe y también hay jugadores del ascenso de Chile y de Brasil”. 

Guadalupe está afiliado a la Concacaf, pero no a la FIFA. Participó de la Copa de Oro en varias oportunidades, pero no ha jugado eliminatorias mundialistas y no tiene ranking. Muchos de los jugadores nacidos en la isla terminan representando a Francia: “Acá conocí a Antoine Henry, el papá de Thierry, que nació en Guadalupe”.

Enriquez, que es un delantero con mucho gol, jugó en Gosier y en Bananier. ¿Qué es lo mejor del futbolista argentino? “Acá te ven gritar un gol o hacer una arenga y te miran raro. Ese tipo de pasión con la que vivimos el fútbol nos diferencia. Cuando fuimos a jugar contra Basse-Terre, que es el equipo en el que jugó Tino Costa, todos nos hablaban de él. Es un ídolo ahí, dejó una marca para la gente”.

Y tras esos pasos va este marplatense. Su sueño es seguir el camino de los nativos en la isla, o el de Tino Costa. Destacarse y poder dar el salto al fútbol francés. Nunca se sabe dónde puede comenzarse a desandar el mejor camino para llegar a la gloria.

BÁSQUET EN AUSTRIA, ENTRE LA PERFECCIÓN Y LA CARTA DE  DADY BRIEVA

“En Youtube encontré un video en el que mostraban cómo se hacían los cortes de carne argentinos y lo explicaban en alemán. Me llevé la tablet para mostrárselo al carnicero y cortó el matambre adelante mío, tal como se lo pedí. Después de dos años estaba como loco de alegría. Lo llevé a casa, lo cociné y era una suela. No es sólo el corte, es la calidad. Nuestra carne no se puede comparar”.

El cordobés Fabricio Vay mide 2,06 metros y es uno de los mejores jugadores del básquet de Austria. Vive allí desde 2005, aunque tuvo un par de experiencias en el básquet de Estados Unidos (fue el primer argentino en jugar en la Liga de Desarrollo de la NBA), España e Italia. Por una demora en la tramitación del pasaporte europeo, su agente le acercó una oferta de un país sin tradición en su deporte y que actualmente ocupa el 55° lugar en el ranking mundial. 

Con apenas 19 años, tenía que viajar de Rimini a Viena junto con otros jugadores. Pero perdió el tren. La delegación oficial ya no estaba. Se comunicó para que lo fueran a buscar a la estación y apareció Anna, la hija del presidente del club Arkadia Lions, la única que hablaba algo de español. Casualidad, destino… Anna es la esposa de Fabricio. Juntos tuvieron a Sofia, de 2 años.

“Desde lo deportivo fue muy complicado. Yo venía de jugar el Mundial Sub 21 con Argentina. Estaba por firmar con Benetton (un equipo de primer nivel de Italia), para ir a préstamo a Ben Hur. Pero no se dio… Me encontré equipos con seis americanos que corrían para todos lados y después con otro con siete serbios que jugaban todo control de pelota”, cuenta Vay.

Y completa: “Desde la estructura es muy difícil comparar Austria con Italia o España. Y tampoco se puede comparar con Argentina. Pero socialmente todo está perfectamente organizado y… es un país ideal. Vivo en una casa en Traiskirchen, a pocos kilómetros de Viena. Ahora cambié de equipo (se fue a Klosterneuburg) y tengo que manejar una hora y media para ir a la práctica. Los días que hay mucha nieve se complica el viaje, pero no me puedo quejar”.

Tiene 31 años. En los últimos meses aprobó su examen de alemán y se nacionalizó austríaco. Recibió una oferta para jugar en la selección, pero aún no se decidió a jugar bajo otra bandera. Lo está analizando. Los dirigentes de su nuevo club lo llevaron para que sea el líder de un grupo de jugadores locales jóvenes. “No es fácil inculcarles el trabajo duro del profesionalismo. Es otra idea de juego y ellos no ven el básquet como algo que puede mejorar su calidad de vida. Para ellos es un hobbie. Es una sociedad que no tiene el deporte como algo prioritario. Yo trato de contarles cómo me mataban en los entrenamientos en Argentina técnicos como Alejandro Loterio, Rubén Magnano o Gonzalo García, pero no es fácil. La idea es poder formar un equipo que tenga posibilidades de ser campeón en un par de años”, explica.

¿Volver a la Argentina? “Es muy difícil. Me parece que me voy a quedar a vivir acá. El invierno es duro, no es broma. Es como dice la carta de Dady Brieva, del primo de Canadá, tal cual. Pero en verano es muy lindo. Voy seguido para Argentina y la diferencia es grande. Yo me sigo sintiendo argentino, pero mi familia es de acá. Sería difícil para ellas”.

RUGBY EN NUEVA ZELANDA: TRES HERMANOS QUE SE ABREN CAMINO EN LA TIERRA DE LOS ALL BLACKS

Rubén Costa es un piloto de Aerolíneas Argentinas que hacía vuelos frecuentes a Nueva Zelanda. Le gustó el país. Consideró que era el lugar ideal para hacer crecer a sus hijos y allí se radicó. Fueron por primera vez hace 17 años. Volvieron a Argentina por un tiempo, pero cuando consiguieron la residencia se instalaron definitivamente en North Harbour, en los suburbios de Auckland.

Sus tres hijos son fanáticos del rugby: Rodrigo (25 años) puede jugar de apertura o de fullback, Ignacio (24) es mayormente apertura pero alterna como medio scrum y Nicolás es sí decididamente medio scrum. Cuando todavía estaban en la escuela jugaban en First XV y luego se sumaron a Eden, del torneo de Auckland.

“El nivel de rugby acá es muy alto, aunque sea amateur en el nivel de clubes en el que estamos. Si te convocan al equipo de la Mitre 10, empezás a cobrar. Nico ya dio ese paso y está jugando en Auckland el torneo provincial. Lo siguiente sería conseguir pruebas en algunos de los equipos del Super XV”, cuenta Rodrigo desde Nueva Zelanda.

Los tres probaron suerte en Europa. Ignacio y Rodrigo estuvieron un año en Italia, en San Dona, mientras que Nicolás jugó una temporada en España, en Getxo, del País Vasco. “Creo que podríamos conseguir otra chance en Europa, porque la jerarquía de Nueva Zelanda te da más posibilidades. Pero por ahora queremos probar acá, intentar llegar acá sería más importante”, agrega. 

Los tres hermanos que intentan abrirse paso en país más poderoso del mundo en el rugby también siguen carreras universitarias. Rodrigo está completando el profesorado, Ignacio estudia Antropología y Nicolás logística. En el verano, cuando se interrumpen las clases, trabajan en construcción.

Para no perder el idioma, puertas adentro la familia Costa sigue hablando español, pero son otras cosas las que se extrañan: “La parte social es la más distinta. En Argentina, el tercer tiempo y salir con los amigos después de los partidos o pasar el día en el club hacía todo diferente. Mis compañeros de rugby eran familia también. Acá, apenas termina el partido, se terminó. No existe ese sentido de pertenencia”, completa Rodrigo.

El rugby en Nueva Zelanda es tan prestigioso que desde hace unos años se creó una academia para jugadores de todo el mundo que quieran hacer una experiencia en este nivel. Cerca de cien argentinos llegaron en 2018 para participar de esa formación. El curso dura tres meses y algunos que quieren probar suerte se quedan para completar la temporada. Diferente es la historia de los Costa, que ya están instalados en el exigente circuito que es ni más ni menos que el semillero de los All Blacks. 

FÚTBOL EN MOZAMBIQUE, COCODRILOS Y DEPORTE AVENTURA 

El cura Juan Gabriel es una persona muy respetada en África. Su misión en Mozambique es inmensa y si alguien menciona que es argentino, inmediatamente queda vinculado con él. Además de hombre de la Iglesia, es fanático de Racing. Y así fue como Gastón Costas, de 23 años, hijo de Fabio y sobrino de Gustavo, terminó lanzándose a un desafío tan duro como maravilloso.

“Yo estaba jugando Federal B con Deportivo Madariaga, en Corrientes. Mi viejo me contó que Juan Gabriel le había dicho que estaba esa posibilidad de Mozambique. La verdad es que la primera vez que escuché el nombre me tuve que meter en Google para saber dónde quedaba. Pero era una posibilidad en una liga profesional de primera y me subí al avión”.

Gastón fue acompañado por el arquero Ramiro Blanco y el volante Michael Núñez. “Fuimos a jugar a Textafrica, un equipo de la localidad de Chimoio. Nos alojaron en un departamento que estaba bien, pero al principio la pasamos bastante mal. Para ir a las prácticas o a la cancha, si no pasaban a buscarnos los entrenadores nos teníamos que ir en las carrinhas, unas combis muy viejas, en las que meten 20 personas. La mayoría de las calles son de tierra, bastante complicadas. Y cuando cobrábamos, cada tanto metíamos un remís”, recuerda entre risas Costas.  

En una ciudad de 230.000 habitantes, los tres argentinos sobresalían naturalmente. “Éramos los únicos tres blancos, así que todos nos identificaban. Es un lugar muy muy pobre. La gente es humilde y siempre fue macanuda. Cada tanto algunos nos tiraban algo de plata para motivarnos”.

¿Y las comidas? “La gente del lugar come cocodrilo, pero la mayoría de los platos son pollo, arroz y pescado frito. Comíamos en la calle. Puedo tratar de explicarle a la gente cómo es, pero no me van a entender. Hay que estar ahí. Las frutas y las verduras son riquísimas, muy sabrosas. Lo bueno es que se puede vivir con poca plata. Al final hasta pude ahorrar unos pesos”. 

Claro que en Mozambique, aunque no es muy habitual, uno puede pasar de comer cocodrilo a ser comido por uno de ellos. El jugador Estevao Gino, de Mineiro de Teté, perdió la vida cuando en un entrenamiento personal se acercó a toma agua al río Zambeze. El cocodrilo lo atrapó por la cintura y volvió al río. No pudieron encontrar su cuerpo. “A los pocos días de eso, fuimos a jugar a la provincia de Teté y estuvimos en ese río. Desde Argentina nos mandaban los links de la noticia, imagino que se asustaron un poco. Nos quedamos con ganas de hacer un safari, dicen que son interesantes”.  

Fueron nueve meses difíciles, en una cultura muy diferente. La diversión era la playa. Mozambique cuenta con una extensa costa en del océano Indico, en el canal que se forma entre el territorio continental y Madagascar. “Cada tanto nos escapábamos a las playas que son hermosas, con agua transparente. Pero nos quedaban a 200 kilómetros, así que tampoco era tan fácil llegar”.

Muchas cosas insólitas pueden pasar en el fútbol de Mozambique, antigua colonia portuguesa, independizada en 1975 y que actualmente ocupa el puesto 108 en el ranking de la FIFA. “Para un partido de visitante, el avión tuvo que aterrizar de emergencia en otra ciudad por un desperfecto. Fuimos a un hotel, pero no se hicieron cargo. El club no tenía dinero para pagar otro. Cuando volvimos al aeropuerto ya estaba cerrado. Tuvimos que tirarnos a dormir en una plaza, algunos en los bancos, otros en el piso. Son cosas que allá pueden pasarte. Al día siguiente, seguimos viaje y, por supuesto, perdimos el partido”.

Gastón jugó toda la temporada 2017 en torneo mozambiqueño y podría pasar otro año entero contando las anécdotas de su experiencia. Ahora está realizando pruebas en equipos en Dubai, contacto que consiguió por dirigentes de su anterior club. ¿Volvería a jugar en Mozambique? “En Maputo, que es la capital, me gustaría. Es una ciudad linda. En el interior, no lo sé. Realmente se hace muy duro”. Costas no sabe cómo ni donde seguirá su carrera futbolística, pero algo es seguro: como la mayoría de los deportistas argentinos, está listo para cualquier aventura.