Algunos atrevidos se animaron a teorizar sobre el ocaso histórico del peronismo. Leímos ríos de tintas acerca del agotamiento y crisis final de nuestro movimiento, sobre la obsolescencia de nuestra doctrina, sobre la irreversibilidad de la derrota. Sin embargo, una vez más, la realidad se impone a las falacias argumentales. Y nuevamente aparece la perplejidad de quienes nunca comprendieron la verdadera naturaleza del peronismo como fenómeno profundamente arraigado en nuestra cultura, en nuestros valores, en nuestra idiosincrasia.

Un 13 de octubre de 1945, unos generales atildados y melifluos brindaron porque había desaparecido Perón de la escena política, de una vez y para siempre, luego de su detención en el buque que lo llevaría a la isla Martín García. Algo verdaderamente curioso, pues apenas cuatro días después se sucedieron los tumultuosos acontecimientos del 17 de octubre, que inauguraron un ciclo de primacía del peronismo en la política nacional. Pocas veces se vio tanta falta de perspectiva histórica. Pero aún así, desde entonces no cesaron de surgir los falsos profetas que auguraron la muerte del peronismo como elemento central de la vida política argentina. Y no dejaron de equivocarse, uno tras otro.

En estos tiempos escuchamos que el peronismo se ha fracturado y astillado en un abanico irreconocible de tribus, facciones, grupos y capillas de todo tenor. En verdad esa es la aspiración del oficialismo, que anhela un peronismo disperso para intentar asegurar un triunfo en 2019.

Estamos asistiendo a la génesis del desencantamiento de la sociedad con el gobierno. Muchos factores explican la abrupta caída en la imagen presidencial y en las expectativas de futuro: los tarifazos, las subas de los combustibles, el recorte de las jubilaciones, los despidos, la ausencia de inversiones en la economía real… De tal modo, el Gobierno no puede asegurar un ciclo virtuoso de crecimiento sino todo lo contrario.

¿Cómo se gana una elección si no hay respuestas ni logros que ofrecer? Los cráneos de la planificación político-electoral del oficialismo ha creído encontrar algo así como la piedra filosofal, la llave a todas sus carencias: esa respuesta la han hallado en la fractura y dispersión del peronismo.

Nos quieren dispersos y divididos para poder ganar, aún con un exiguo acompañamiento de la sociedad. Nosotros, en cambio, queremos lo contrario. ¿Por qué nos vamos a sumar graciosamente a la estrategia oficialista? ¿Por qué vamos a ir en fila india, cabizbajos y culposos, a la encerrona que nos quieren vender con la estética bulliciosa duranbarbista? Ellos nos quieren divididos, nosotros nos queremos unidos.

Muchos dirán que unidad no es amontonamiento. Frase tan bonita como insulsa. Hay que juntar todo, sin excluir a nadie. Hay que ordenar, claro, con reglas de juego ciertas y previsibles. De allí surgirán los liderazgos,  que ciertamente ofrecerán un horizonte de futuro plausible.

La ecuación es sencilla, casi aritmética. El peronismo dividido garantiza el triunfo oficialista. El peronismo unido, en cambio, abre las puertas a otro escenario electoral.

Somos un movimiento plural que abreva en la diversidad para afirmar su propia fortaleza. La unidad de tantos matices diferentes sólo es posible si reconocemos cinco cosas: 1) La primera es desterrar de nuestro vocabulario la palabra traidor. 2) En segundo término, recuperar la alegría entendida como el optimismo de sabernos el vector que expresa los anhelos, necesidades y sueños de las grandes mayorías. El dolor por las frustraciones del presente debe ser trocado por el optimismo de un amanecer que se vislumbra en el horizonte. 3) En tercer lugar debemos reconocernos como una construcción colectiva, en la que nadie es dueño de todos los aciertos ni nadie es dueño de todos los errores. 4) En cuarto lugar debemos realizar una profunda autocrítica. Nótese que no dije crítica hacia otros compañeros, dije autocrítica hacia nosotros mismos. No queremos soberbia, ni queremos que una facción se arrogue la representatividad del conjunto. Un movimiento verdaderamente popular debe permitir la cohabitación de lo diferente, claro que en el marco de abrazar una misma doctrina y de compartir un mismo destino. 5) Por último, construir reglas de juego claras. Debemos abrir paso a las PASO, democratizar los debates y la toma de decisiones. Debemos terminar con la práctica de ir por fuera del peronismo si algo no nos gusta. Si hay que discutir, que sea en un marco fraterno y dentro de las PASO. Es, ni más ni menos, lo que quisimos con F. Randazzo en 2015 y en 2017. Ojalá se dé en 2019. No obstante, es momento de hablar de reglas de juego y no de candidatos. Que estos últimos sean el resultado de reglas de juego participativas y democráticas y no de acuerdos entre bambalinas dentro de una habitación de 2 x 2.

Tenemos múltiples liderazgos y representaciones. Algunos más importantes que otros, por supuesto. Pero todos absolutamente necesarios. En nuestro movimiento no sobra nadie. Nos necesitamos todos si es que nuestro  horizonte sigue siendo la construcción de una Patria más justa. A su vez, la unidad no debe ser pensada como una entelequia platónica desprovista de carnadura política. Que el compañerismo no se confunda con una candidez aséptica. En nuestro movimiento existen los espacios políticos, los grupos, las corrientes de opinión. Yo pertenezco al espacio liderado por Florencio Randazzo, y desde esa identidad es como nos plantamos en este debate. Claro está que cada espacio aporta su historia, su peso específico de representación, su capacidad de liderazgo, sus puntos fuertes y los no tanto.

En eso andamos: en el desafío de no repetir errores, en el desafío de no recaer en la soberbia, en el desafío de respetarnos entre todos. En el desafío de construir la utopía de un peronismo victorioso, simplemente porque, como dice la canción, “los días más felices siempre fueron peronistas”.

* Cumplir-PJ.