Era su padrino, pero cumplió tantos roles como le fue posible. Es una ausencia reciente y el dolor todavía le brilla en los ojos. Entre muchas enseñanzas, aquel poeta arrabalero le dejo una frase con la que hoy se presenta en su cuenta de Twitter y que también lleva tatuada: “Los pájaros cantan alegremente en sus jaulas. ¡QUÉ IRONÍA!”. Adrián Arregui nunca aceptó ninguna de las jaulas que lo esperaban a partir de una infancia donde lo único que abundaba eran carencias, peligros y tentaciones. Ni barrotes de hierro ni los que encierran el pensamiento estaban en sus planes.  La historia que estaba escrita para él no iba a domar ese carácter impetuoso del que da muestra con la camiseta de Temperley.

Nada sabía de su padre y pese a la presencia de su madre apenas tenía 7 años cuando empezó a dictarle la letra al destino. Conoció a Viviana, una mujer que dirigía un equipo de Berazategui y al verlo jugar lo invitó al club en el que estaba. Tenía un hijo de su misma edad y una noche se quedó a dormir en su casa. Luego fueron dos, tres, hasta que encontró en ese hogar que ya no le era ajeno un núcleo familiar que hizo propio durante varios años. Aún hoy, curtido y adulto, no se lleva bien con la soledad y los días grises siguen resultándole tristes.

Berazategui es su lugar y su pasión. El cariño por la ciudad y el club en el que debutó en 2011 se entremezclan en esa combinación de identidad tan propia del conurbano bonaerense. Cuando un grupo de hinchas crearon una peña con su nombre se involucró de tal manera que estuvo meses armando proyectos para esa institución por la que tiene un cariño tan genuino como consecuente. Estar pendiente del Naranja es una continuidad, ya lo hacía a los 21 años cuando era el capitán del equipo y compraba el gasoil con el que funcionaba la caldera para que pudieran tener agua caliente en el vestuario.

En una esquina céntrica, la charla con Enganche se da con buena música, entre mesas, sillones de peluquería, tijeras, navajas y brochas. Su hermano maneja ese local en el que Arregui pasa incluso menos tiempo del que desearía. El fútbol es un medio de vida al que aprendió a dedicarse, pero que reconoce dejaría tan pronto como pudiese. Tiene 25 años pero parece haber vivido varios más, desde la dureza de Villa España hasta el confort de Montreal, con una compañera de vida, Julieta, que le cambió la perspectiva y un pequeño hijo, Gino, del que solo puede hablar con una enorme sonrisa en el rostro.

-¿Cómo comienza tu historia?

-No tuve una infancia ordenada, porque no viví ni con mi mamá ni con mi papá sino con varias familias. De muy chico fui el conductor de mi vida. Me tocó pasar por muchos momentos complicados. Fui aprendiendo sobre la vida en la calle, donde vi cosas malas por las que también pasé. Empecé a saber lo que estaba bien y lo que estaba mal desde muy temprano. Esa etapa marcó mi manera de ser y de ver las cosas.

-Lograste esquivar una realidad de las que muchos no pueden zafar.

-Cuando nadie te recibe si llegás a las tres de la mañana, una vez volvés tranquilo, la segunda por ahí también, pero a la tercera ya venís en pedo. Y a mí nadie me esperaba. Deambulaba por ahí sin ningún tipo de restricciones. Hacía lo que quería, yo me ponía los límites. La pasaba bien en ese momento, pero evidentemente eso no me alcanzaba.

-¿Era cuestión de ingenio?

-Me tocó pasar hambre, pero siempre me las rebuscaba para encontrar rápido un plato de comida; y también tuve la suerte de encontrar siempre una puerta abierta para ser contenido y recibir un abrazo. Eso también me permitió crecer aprendiendo a respetar, a pedir disculpas y a agradecer. Es peor la falta de humildad que la pobreza.

-¿Volviste a saber de tu mamá y tu papá?

-Tengo relación con los dos, un contacto que no es el vínculo habitual entre padres e hijos. De mi viejo no supe nada como por 15 años, hasta que lo volví a encontrar justo cuando nació mi hijo; y ese reencuentro lo busqué yo. Me decían que tuviese cuidado con las expectativas que me podía generar, pero yo estaba seguro que las cosa iban a ir bien y no quería esperar a que pase algo malo para saber de él. Pero no tengo ningún rencor y ningún reproche, las cosas fueron así. Pese a todo, son mi mamá y mi papá.

-¿Cómo repercute lo que viviste ahora que sos padre?

-Yo vivo con mucha alegría verlo crecer y que tenga una familia que le inculque buenos valores y las herramientas necesarias para que él después decida cómo transitar por la vida. Estoy muy cerca de él, y eso seguro que tiene que ver con mi manera de ser y con lo que me tocó a mí.

-¿Y el fútbol como aparece?

-Yo estaba en las inferiores de Defensa y Justicia, en novena división, cuando dejé de jugar durante dos años para irme a trabajar en una metalera. Ganaba bastante bien y estaba solo, era totalmente independiente a los 16 o 17 años. Hasta que de repente se dio la oportunidad de ir a una prueba en Quilmes. El que era mi encargado me dijo que vaya, hasta se ofreció a comprarme lo botines, y entonces decidí aprovechar esa posibilidad de estar en el fútbol otra vez.  

-¿Te costó acomodarte a lo que exigía el camino para llegar a ser profesional?

-Llegué en sexta división y no terminaba de aceptar que tenía que hacer ciertas cosas. A veces me pasaba de faltar a un entrenamiento, por no tener ganas de ir, como les pasa a un montón de chicos, y después al otro día no querer ir por la vergüenza de enfrentar al entrenador y a mis compañeros. Era feo tener que buscar una excusa mentirosa. Me dolió tanto eso que después me comporté de una manera totalmente diferente y nunca más, hasta el día de hoy, volví a faltar a una práctica.  

-Y encontraste tu lugar en Berazategui.

-Me subieron al plantel principal muy rápido y debuté enseguida. En esa semana conocí a mi señora y desde ahí cambió todo, por ella y por ver la posibilidad de jugar de manera profesional, algo que vi de pronto muy cerca. Entendí en ese momento que tenía que hacer todo lo necesario para ser futbolista, porque también le tomé miedo a las cosas que hacía antes y no iba  a dejar pasar la oportunidad que se me presentaba.

-¿Cómo fue la experiencia en la Mayor League Soccer de Estados Unidos?

-Al principio fue muy duro porque yo me fui con mi señora embarazada. Nació mi hijo y estaba lejos, solo en Montreal sin hablar inglés, en un hotel, donde todos se iban a dormir muy temprano y el invierno de 20 grados bajo cero no te dejaba poner un pie en la calle. Pero era una oportunidad para aprovechar. Son culturas totalmente diferentes, pero es muy difícil equiparar la calidad de vida. Después me la empecé a bancar y me pude relacionar más con otra gente. Futbolísticamente no encontré lo que creía que era. Me tocó enfrentar a jugadores con los que jamás pensé que me podía llegar a cruzar, como Pirlo, David Villa y Schweinsteiger, un jugadorazo al que igual no podías ni tocar que te cobraban enseguida, pero yo necesito la pasión que allá no existe.

Inquieto, se detiene ante los temas de actualidad pero con una visión crítica de lo que ofrecen los grandes medios de comunicación. La desaparición del submarino ARA San Juan era el tema nacional cuando después de una victoria de Temperley con un gol suyo, Adrián Arregui fue entrevistado en el campo de juego y en lugar de hablar de futbol se refirió a la situación que atravesaban los familiares de los tripulantes. “Me salió de adentro esa reacción. Había estado diez días viendo el oportunismo, el aprovechamiento y el show que se hacía en la televisión sin detenerse en las cuestiones humanas. Los monopolios mediáticos son complicados, mi padrino me hablaba mucho de eso. Y en ese momento buscaban lo que yo no quería encontrar, que era respeto por la gente que estaba sufriendo”.

-¿La primera división es una burbuja en la que los protagonistas se aíslan de la realidad?

-Estás en un nivel de elite en el que no hay comparación con el ascenso; y eso que Temperley es un club humilde. Y la realidad es que cuando te acostumbrás a determinadas cosas después te cuesta en el momento que no las tenés. En cuanto a los jugadores, hay muchos que están interiorizados de las cosas que suceden. Yo soy miro y escucho mucho, tengo mis puntos de vista y me gusta interiorizarme en determinadas cuestiones. 

-¿Ocurre que un jugador más consagrado tire la chapa adentro de la cancha?

-Sucede, sí. No sé qué tan habituales son, pero es algo que pasa. Son cosas que quedan adentro de la cancha, pero a mí me es algo que me molesta muchísimo. Me hace mal porque es algo que no hay necesidad de hacerlo, porque todos somos colegas y, sobre todo, personas; si te comportás así adentro de la cancha seguro también lo hagas en otras situaciones de la vida.  

-¿Te afilias al slogan de que se juega como se vive?

-Yo soy igual adentro y afuera de la chancha, no tengo otra forma de ser. La misma garra que puse desde chico es la que intento tener siempre cuando juego. A veces los que venimos de más abajo, los que más sufrimos, somos los que más no rompemos las patas para conseguir lo nuestro.

-¿Cuánto hay de fútbol en tu vida?

-Mis amigos y mi familia lo saben todos, porque a veces puede resultar raro, pero el fútbol no es lo que verdaderamente me apasiona. Tal vez tiene que ver con mi forma de ser, de movilizarme detrás de otras cuestiones, como los proyectos que pude armar en Berazategui, cerca de los chicos de las divisiones inferiores. Me doy cuenta que dentro del fútbol me gustan mucho más otras cosas que jugarlo. Si pudiese dejaría de jugar a los 30 años, pero tengo una familia y tengo que pensar en eso; así que una cosa es cuándo me gustaría retirarme y otra cuándo estarán dadas las condiciones para hacerlo. Alguna vez hablé de eso con Dani Osvaldo, que se cansó y largó todo. Cuando se acabe el tiempo de jugar al fútbol, gracias a Dios tengo dos pies y dos manos para hacer otras cosas.

-¿Con qué tiene que ver eso, con la presión, con el desgaste?

- Se siente presión en el fútbol y aunque uno juega por plata, porque es un trabajo, también aparecen sentimientos genuinos, como la valentía. En Temperley llevamos tres campeonatos peleando el descenso: hay que ser valiente para salir a la cancha con ese peso en cada partido, cuando te jugás la consideración y el prestigio que podés tener en cada jugada. Eso es muy desgastante.

-¿Se espera demasiado del jugador?

-A veces siento como que hay una privatización de la persona que no entiendo, que se ven mal cosas normales. Se instala una discusión mediática de muchas cuestiones que no entiendo. Si sos jugador de fútbol tenés que mantener una línea de conducta que tiene que ver con el profesionalismo, pero eso no tiene por qué alejarte de otros hábitos que parecería que al futbolista no le están permitidos.   

-¿Vos cómo lo llevás?

-Yo estoy bien, a pesar de todas estas cosas yo todavía me gusta ser jugador del fútbol. No soy de mirar para adelante, pienso que todo es corto y se termina rápido. Disfruto de tener mi familia y de con mucho esfuerzo haber llegado a tener mi propio techo. Después se verá lo que viene. Ojalá pueda terminar mi carrera como jugador en Berazategui y empezar ahí mi carrera como entrenador.

-¿Qué le diría este Adrián Arregui a aquel que desde muy pibe armó su propia vida desde el contexto más difícil?

-Le diría que hizo bien en seguir lo que sentía, que la pegó en buscar la felicidad en lo que lo llenaba para ser una persona que no tiene nada que reprocharse. Esos valores que me inculcaron y que fui encontrando son los mismo que tengo hoy. Siempre hay que estar para escuchar y dar una mano.  La calle te marca mucho, yo soy así porque me tocó ser así.

Carlos Sarraf