A priori, el proyecto poseía ribetes de interés. En principio, los hermanos Spierig (la dupla de gemelos alemanes instalados firmemente en Australia) habían demostrado talento para abordar los géneros cinematográficos con ingenio y algo de originalidad en películas como Predestinación y Daybreakers, vampiros del día. En segundo lugar, la presencia de la gran actriz británica Hellen Mirren, en un rol central muy diferente a los que suelen formar parte de su cartera de intereses. Finalmente, un relato basado –desde luego, muy libremente– en una casa “oficialmente” embrujada, la Mansión Winchester de San José, California, que supo pertenecer a la viuda del creador de los célebres rifles de repetición y que, hoy en día, es una atracción turística con horarios fijos de visita y cuyo tour de una hora de duración recorre 110 de sus 160 habitaciones. La leyenda cuenta que la millonaria mujer sentía culpa por las muertes que tuvieron lugar como consecuencia del invento de su ex marido y que, en los cuartos de la inmensa casa, en eterna construcción, se mudaron los espíritus inquietos de las víctimas del arma de fuego.

En la ficción, que transcurre no casualmente en 1906 –el año del fatídico terremoto de San Francisco–, un médico psiquiatra con traumas del pasado a cuestas y una afición desmedida por el consumo de láudano (el australiano Jason Clarke) es enviado por los abogados de la empresa para estimar si la salud mental de la patrona no descarriló definitivamente en la banquina de la demencia. En la tradición iniciada hace casi un siglo por films como El caserón de las sombras, no transcurrirá ni siquiera un día antes de que el galeno se enfrente a la peor de sus pesadillas: la aparición de fenómenos paranormales que una rígida educación científica le impiden racionalizar. Veinte minutos de metraje transcurren antes de que la señora Winchester haga triunfal aparición, bajo uno de esos velos de duelo de otras épocas, la gran entrada en escena de Helen Mirren, que a pesar de su inicial aspecto de villana en toda regla demostrará ser dueña de otra clase de aptitudes y habilidades.

Lo más inquietante de la nueva película de los Spierig se acumula en el primer tercio de la narración: ciertos climas sugestivos logrados en base al diseño de arte y la iluminación, el misterio acerca de qué está ocurriendo en realidad en las extrañas habitaciones y pasillos del lugar, la poderosa presencia de la Mirren, que logra dotar de interés a cualquier línea de diálogo. De a poco, sin embargo, todo comienza a irse al diablo, reemplazando la sugestión por los más trillados golpes de efecto (no menos de una docena, según el cálculo de este cronista) y la falta de explicaciones de los sucesos por la más derivativa e insulsa elucidación de todos y cada uno de los pasos que dieron lugar a la maldición del título local. Hacia el final, cuando un objeto personal se transforma en la bala de plata que mata al hombre lobo, Winchester está tan enterrada en el lodo del cliché que sólo queda darse una vuelta por Wikipedia y admirar la extraña fisonomía del sitio real, que por momentos parece salida de la mente de un arquitecto lovecraftiano.