Ese mundo argentino de fantasía que Macri trazó en su discurso ante el Congreso continúa produciendo un error conceptual. Se juzga que le habló al país, cuando en verdad se enfocó como si estuviera delante de una asamblea del establishment.

Una obviedad casi escolar, primero. A cualquier presidente, en un marco como el del jueves, le es exigible que se dirija al conjunto de la población. Que asuma su rol de jefe de Estado. Desde ese lugar, está clara la interpretación de que se equivocó de país. Como se satirizó en abundancia, les departió a los ciudadanos suecos, noruegos, finlandeses. La inflación no sólo comienza a controlarse sino que los salarios le ganan, los jubilados ni siquiera merecen un párrafo y hay que mejorar los servicios de internet. En cuanto al crecimiento, es invisible pero es. Lo dijo así. Invisible. Pasa que ustedes todavía no se dan cuenta, fue el metamensaje con infinitamente más de mensaje que de meta. En las últimas horas circula por las redes que “mañana voy a pagar la luz con dinero invisible, producto de mi crecimiento invisible; supongo que no habrá problema”. Como contrapartida, algunas frases directas o alusiones ya no cotizan para una audiencia nórdica: las fuerzas de seguridad que se juegan la vida por nosotros, los chicos que no terminan el colegio por culpa de los docentes que hacen política con la educación, la despenalización del aborto como debate aunque yo y todo mi gobierno estén en contra. Y ya pasó lo peor y sí se puede y vamos juntos los argentinos que somos imparables si vamos juntos. Esta vez no incurrió en furcios inolvidables, pudo hilar oraciones y domesticó quizá mejor que nunca su papa en la boca. Como escribió María Moreno en este diario, lo que demostró Macri es alarmante. “Al igual que los tartamudos que no tartamudean cuando cantan, el Presidente habla de corrido cuando miente”. Ahora bien, ¿a quién le miente? La misma María da la respuesta al imprimir que “sería más preciso afirmar que el Presidente no inauguró el 136º período de sesiones ordinarias del Congreso de la Nación, sino Macriland: un lugar ficticio (“lo peor ya pasó”) por su detallada felicidad presente o futura, planeada o bien intencionada –conmovedor fue el párrafo dedicado al cinturón de seguridad y la sillita para el bebé en cada automóvil–. O sea, un País de Jauja neoliberal”. Macri le habló a ese país. Al de sus hombres de negocios. Analizar el discurso desde esa perspectiva ofrece otro panorama. Podrá haberle mentido al grueso de la sociedad, pero no a la parte de la sociedad que le interesa exclusivamente.

Es cierto también que el contenido discursivo de Macri resulta expresión de su momento de mayor debilidad, que no significa estar débil. Desde el palo le avisan que la pesada herencia ya no sirve. Él mismo pidió que no se hable más de eso, en la reunión ampliada del viernes con todos sus ministros y funcionarios. Y el hit del verano ya queda lejos de ser solamente una manifestación de hinchadas futbolísticas: amenaza con expandirse en direcciones y sitios múltiples. El Presidente podría haber usado el discurso parlamentario para, sin dejar de encarar con prioridad a la tropa adicta, usar la picardía de referir a las agresiones verbales que sufre, al malhumor de quienes no ven lo invisible, a la prevención respecto de que todavía resta el tramo de tarifazos después de los cuales llegará El Amanecer. Pero eso sí requiere de pericia retórica, y de una condición de liderazgo (y cariño popular) que Macri no tiene ni tendrá nunca en términos masivos. No en vano, todavía muy por lo bajo y como deslizan unos cuantos dirigentes y voceros del oficialismo, en el PRO apuntan cada día con mayor intensidad a María Eugenia Vidal, de cara a un recambio 2019. Hacen bien. Figura prácticamente intocada, se las arregla para surfear sobre las dificultades y límites intrínsecos de Casa Rosada. Mientras la oposición deshoja margaritas, como es lógico tras el sismo de 2015, a la gobernadora no le faltan fondos para obra pública y aledaños, ni muñeca para controlar el abajo complicado, ni inteligencia para mostrarse como una suerte de personaje autónomo del modelo de exclusión que representa. Todo momentáneamente, desde luego, pero es un “por ahora” mucho mejor que el de Macri. Y los tiempos corren.

El Gobierno viene baqueteado desde diciembre. Las manifestaciones contra la reforma previsional con cabeza en lo ocurrido en la noche del 18 de ese mes, gracias a una muchedumbre impresionante de clase media saliendo a las calles en forma espontánea y ninguneada por el dispositivo oficial, fue el antecedente de lo que hoy se revela en MMLPQTP. Desde entonces, sumando al affaire Triaca junto con otros que el aparato mediático puede controlar mejor (Caputo, Arribas), la táctica gubernamental consistió en defensa y ataque simultáneos. Pero ambos son endebles.

En política, de por sí, defenderse implica perder el manejo de la iniciativa. De la agenda publicada. Y el ataque, si aparece como maniobra distractiva demasiado evidente, no deja de transformarse en otro modo de defensa. Aclarado, siempre, que la jugada de debatir la despenalización del aborto debe ser reconocida como producto epocal de la presión del movimiento de mujeres, y aprovechada en consecuencia (“el oportunismo es nuestro”, como advirtió Soledad Vallejos también en PáginaI12), casi no hubo vocero macrista que no admitiera justamente eso: que se trataba y trata de quitar del medio y de los medios al escenario económico, a como sea, justo después del 21F y alargándolo “lo más que se pueda”, según les dijo Macri a sus legisladores reunidos en Olivos. Enseguida, se intentó con cobrarle salud y educación públicas a los extranjeros. Eufemismo por bolivianos, paraguayos, peruanos y lacras morochas por el estilo, ni haría falta aclararlo. Armaron conflictos diplomáticos con el gobierno de Evo. Montaron el problema de los argentinos que no pueden atenderse gratuitamente en los hospitales de Bolivia (???). Cuando hicieron los números de la incidencia del factor inmigratorio en el presupuesto sanitario, retrocedieron porque, a más del componente xenófobo, la cifra es de una insignificancia pavorosa. Como si fuera poco, una parte del interbloque de Cambiemos anunció que no se prestaría a un delirio análogo al de prohibir los insultos contra Macri en las canchas. El desenlace fue inmediato y el proyecto se bajó antes de nacer. ¿Eso es muestra de un tiro que no salió, como puede pasarle a cualquier gestión, o de debilitamiento?

Frente al hit, es más, se citan contactos y habilidad de La Cámpora, o del “kirchnerismo residual”, para revelar en espíritu unificado a barrabravas de Superliga y ascenso, a los que se agregan incontables provocadores de las redes, pasajeros del subte, espectadores de Patti Smith en el CCK y vaya a saberse cómo sigue.

¿No nos habíamos dado cuenta del poder tóxico, y extendido, que conserva el pasado que ya dejamos atrás?

No hay fisuras graves en el bloque de poder que conforman el puñado monumental de multinacionales, bancos, agronegocios, medios y un sector clave del Poder Judicial, que es el país al que Macri se dirigió. Pero sí podría estar abriéndose paso un renovado sujeto colectivo, en el que articularían los intentos de unidad opositora y de reagrupamiento sindical con los síntomas de descontento y bronca que expresan sectores de las clases medias. Nada que hubiera podido imaginarse hace cuatro meses.

Igual que el hit.