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Seineldín, fascismo, confusión

Por Hernán Schiller

El fascismo –especialmente el populista, como fuera el caso del movimiento que en 1922 catapultara a las bandas de Mussolini hacia Roma– necesita en sus primeros tramos utilizar demagógicamente un lenguaje que parezca de izquierda: en favor de los sumergidos y en contra de los centros hegemónicos de la economía mundial. Después se sacará la careta y quedará al desnudo su verdadero rostro de brazo armado de la reacción, pero en sus inicios las consignas que levantará confunden a los sectores del pueblo más limitados en el desarrollo de su conciencia de clase. El objetivo estratégico del fascismo es impedir que las masas transiten el camino revolucionario.
Wilhelm Reich (1897-1957), aquel famoso sexólogo nacido en Galitzia, que los nazis persiguieron por judío, que el PC expulsó por no entender su marxismo heterodoxo y que, en última instancia, fuera reivindicado más tarde por la generación hippie de los sesenta a raíz de sus escritos sobre la revolución sexual, explicó muy bien en Psicología de masas del fascismo, un libro que publicara en 1933 al producirse el shock del ascenso de Hitler al poder, por qué grandes capas empobrecidas de la población, inclusive millones de obreros que habitualmente votaban a los partidos de izquierda, se habían volcado a una revolución nazi.
En nuestro medio, la derecha, incluida la derecha fascista, tiene pánico de que la eclosión social que se desencadenó en diciembre “concluya en el comunismo”. Y como ahora sabe muy bien que no la puede neutralizar por las malas, trata de que al menos transite carriles que pueda controlar y no los carriles de sus verdaderos enemigos. Antes de acudir a la represión masiva –o a las masacres de hace un cuarto de siglo– pretende agotar los “caminos políticos”.
Por algo el propio Winston Churchill, a mediados de la década del treinta, llegó a elogiar a Mussolini “porque supo frenar el avance del comunismo en Europa con apoyo de las masas”; y por algo la asustada patria financiera argentina –y ni hablar de sus principales voceros, desde la vieja tribuna de doctrina fundada el siglo XIX por el genocida de los paraguayos en la guerra de la Triple Alianza hasta el nada tonto rotativo de Julio Ramos–, no disimula en el 2002 simpatías hacia quienes, desde una posición de fuerza, podrían según ellos concitar la adhesión popular y ponerle dique de contención a piqueteros y cacerolazos que hoy levantan cada día más fotos del Che y ninguna de aquel benemérito general que inventó a López Rega.
David Viñas, en alguna oportunidad, lo ha dicho con el humor ácido que lo caracteriza: la oligarquía tiene terror de que los negros se hagan rojos. Por eso, en nuestro país, el fascismo (con su vocinglería patriota y alguna bandera arrebatada a la izquierda) confunde y pugna por presentarse ante el pueblo como una opción viable. Y muy pocos, del lado nuestro, parecen calentarse demasiado. Algo similar a lo ocurrido después de la crisis de 1929, cuando buena parte de las izquierdas europeas desdeñaban el peligro fascista y fantaseaban que las “condiciones objetivas”, por sí mismas, inexorablemente, llevarían a las masas a la revolución socialista.
El fascismo, efectivamente, con una apoyatura mediática muy extensa, está confundiendo. Ese es su objetivo coyuntural en la Argentina de estos días. Por eso el coronel Mohamed Alí Seineldín, que viene del riñón de la Triple A y hoy por hoy está visualizado como el principal referente de quienes están dispuestos al todo por el todo con tal de que “el comunismo no siga haciendo estragos”, continúa apareciendo a través de su voz no menos de tres o cuatro veces por día en distintos programas de radio y TV. Y por eso también no fueron pocos los que engrosaron sus columnas del viernes pasado. Es el hombre elegido por el sistema para confundir todo lo que se pueda: por un lado utiliza un discurso crítico hacia el FMI y el neoliberalismo, pero, por el otro, entreteje una embrollada monserga de galimatías para acusar, por ejemplo, a los miles de desocupados que cortan rutas en Tartagal, General Mosconi y otras localidades del norte argentinode ser “cuevas marxistas y dóciles instrumentos de Kissinger y las FARC para introducir la droga en nuestro país”.
¿Nadie les va a salir al cruce a estas confusiones? Entre los quebradores del silencio está Mónica, la madre del preso político Diego Quintero, quien, en el programa que conduzco por Radio Ciudad, salió claramente a responderle al llamado “Peronismo que resiste” que empapeló la ciudad con exhortaciones para que “liberen a Seineldín, Castells, Alí, Bértola, Quintero y demás presos políticos”.
Y otro tanto hizo la Comisión por la Libertad de Bértola y Quintero. Y también las Madres de Plaza de Mayo. Que condenaron esta arremetida provocadora de los genocidas que intentan blanquear a los victimarios para convertirlos una vez más en los salvadores de la patria.
La confusión, sin embargo, sigue; y los corifeos más degenerados de la derecha que se autoproclama “nacional y popular”, incluso muchos buchones orgánicos e inorgánicos de los “servicios”, se han propuesto ahondar esa confusión. ¿Sabremos pararlos?

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