PLáSTICA › “RE-COLECCION” EN EL MUSEO DE ARTE LATINOAMERICANO

Una colección dentro de otra

El Malba presenta una original colección de arte argentino actual, hecha por tres artistas que integran el equipo de montaje del museo. Acumular, recolectar y coleccionar.

 Por Fabián Lebenglik

En el Malba hay dos modelos de coleccionismo en exhibición. El primero es el “oficial”: la Colección Costantini. Se trata de un gran conjunto de obras de arte latinoamericano moderno y contemporáneo formado y adquirido a un altísimo costo por un empresario bien asesorado, que con el tiempo se fue haciendo coleccionista y terminó por fundar un excelente museo, el Malba, cuyo corazón es la colección que lleva su nombre. Costantini es un amante del arte que hizo fortuna y decidió –con la ayuda de expertos– invertir capital dinerario para transformarlo en capital simbólico. Y el capital simbólico –aunque diera pérdidas en el más puro sentido económico– tiene una rédito cultural y social –y muchas veces también político y económico– que las tasas financieras y los emprendimientos inmobiliarios difícilmente podrían alcanzar. A contrapelo de la mayoría de quienes hicieron fortuna durante los últimos veinticinco años, Costantini decidió invertir fuertemente en arte y cultura, con conciencia regional y nacional.
El segundo modelo es la “Re-colección”, un sistema literal y metafóricamente subterráneo –nació en el sótano del Malba– que se presenta en el Museo de Arte Latinoamericano en el marco de la onceava edición del ciclo “Contemporáneo”. Esta acumulación de obras se generó en los márgenes institucionales del Malba, más precisamente en la oficina de montaje del subsuelo del museo, por iniciativa de los artistas visuales Fernando Brizuela, Mariano del Verme y Beto de Volder, quienes forman parte del equipo de montaje del museo. La Re-colección, producto de cesiones e intercambios entre artistas, se compone de arte argentino contemporáneo.
Toda colección supone una afirmación cultural, estética e ideológica: una política del arte. Una colección implica, para toda obra incluida, el valor agregado de, precisamente, pertenecer a la colección.
Casi todas las colecciones se constituyen a partir del gusto personal y de las oportunidades, con una estética que podría pensarse como caprichosa.
Se trata de fijar, en la batalla de los sentidos (del poder simbólico como correlato del poder real) una secuencia, un panorama, un recorrido determinado, a partir de lo que entra y de lo que no entra a formar parte del conjunto. Ambas colecciones, la oficial y la subterránea, no compiten sino que se complementan, pero la velocísima notoriedad –en menos de treinta meses– de la “Re-colección”, ya la coloca en un lugar de relativo poder, legitimación y pequeña consagración.
El coleccionismo y la colección se relacionan con el traslado y la acumulación controlada; con lo disperso, lo seriado y lo reunido. Toda colección es incompleta respecto de la producción real, pero esa incompletud supone al mismo tiempo una ilusión de ser algo completo. Todas las piezas de una colección, a partir de su incorporación a la misma, nacen de nuevo, por eso las colecciones son generalmente “bautizadas” con los nombres de sus propietarios o de las instituciones y lugares de pertenencia.
En ese vaivén que va de la colección al coleccionista, algo del ojo del propietario se cuela en la obra, como si se tratara de combinar los ecos de una clase especial de creatividad compartida, de un tipo especial de complicidad. Como si el carácter artístico se contagiara del artista al coleccionista.
Todos los coleccionistas se debaten tarde o temprano entre el precio y el valor de las obras, porque, visto desde la perspectiva del “mercado”, el arte forma sus precios con un cuota altísima de subjetividad, porque es un mercado exclusivo y minoritario.
La “Re-colección” no es una colección tradicional, las obras cedidas o intercambiadas se fueron acumulando en la oficina de montaje del subsuelo del Malba, con lo cual comenzó la acumulación de capital (capitalito, en este caso) –en pequeña escala, sin dinero, sin asesores, ni remates, ni sobreprecios, ni regateos, ni negociaciones–.
Del mismo modo en que muchos escritores se vuelven antólogos para ser incluidos en sus propias antologías, los tres artistas/montajistas/ coleccionistas del Malba se incluyeron con obras propias, en su incipiente colección portátil.
La “Re-C” se basa en un heptálogo estipulado por el trío mentor. A la manera de un estatuto, Brizuela, Del Verme y De Volder dicen así: “1) “La Re-Colección” es un proyecto independiente que surgió en el subsuelo del Malba. 2) Coleccionamos arte argentino contemporáneo. 3) Todas las obras que la componen son donaciones. 4) Todas las donaciones son producto de vínculos entre artistas. 5) Todos los artistas siguen siendo dueños de sus obras. 6) La “Re-colección” es amorfa y cambiante; es un proceso. No muestra ni pretende mostrar tendencias, estilos o hilos conductores. Es un rescate abierto y plural de algunos de los artistas que estamos produciendo en la Argentina. 7) Nuestro compromiso es cuidar y difundir la ‘Re-colección’”. Hay una clara contradicción entre los puntos 3) y 5), dado que si todas las obras son donaciones, los artistas no pueden seguir siendo dueños de las obras, a menos que constituyan una figura legal que los alcance a todos y que la donación se haga a esa figura colectiva.
Lo que comenzó como un gesto marginal y menor siguió un rápido camino de crecimiento y ahora la “Recolección” constituye un nuevo lugar de legitimación y prestigio. En 2003 este conjunto de obras fue incluido en el Proyecto Red de ArteBa, en el Festival de la Luz y se mostró en el Museo Timoteo Navarro, de Tucumán.
Si bien la “Re-colección” se guía por un arbitrariedad militante, constituye un registro (parcial) de época, en base a una microsociedad de artistas que están mayormente conectados entre sí. Las colecciones, como la oficial del Malba, suelen regirse por un punto de vista, por una matriz, por un recorte. Y también están sostenidas por un andiamaje legal y administrativo. Una colección supone certificados, documentos, archivo, historia, referencias, registro y reproducción.
En una colección tradicional, cada obra pierde algo de su autonomía para sumarse al conjunto para diluir sutilmente su individualidad.
En la “Re-colección” esta operación es llevada a sus límites porque las piezas están catalogadas por números que no distinguen obras sino autores y tales números son referencias de nombres. De modo que cuando hay más de una obra de un mismo artista, cada una de ellas tendrá el mismo número. La “Re-C” va al rescate de un listado de nombres y obras, de una sociedad de artistas de la Buenos Aires de comienzos del siglo XXI.
La “Re-colección” está compuesta por obras claramente menores. Su valor se funde en el conjunto, como si fuera un único autor de eclecticismo monstruoso y multiforme. Si una colección tradicional se forma en base a una determinación (o a un conjunto de determinaciones), en este caso el conjunto se armó sobre el pilar de la indeterminación, el azar, la amistad.
El carácter menor de cada obra particular no lo es en sentido peyorativo, sino en el sentido deleuziano que quedó establecido en el libro Kafka, por una literatura menor, en el que Deleuze y Guattari privilegiaban la desestructuración del pensamiento y de la escritura a través de las líneas erráticas e impredecibles que trazan los insectos en su huida. Un pensamiento desestructurado para la fuerte y pesada tradición de la “Gran Literatura” (con ampulosa mayúscula). Esto es aplicable a las artes visuales porque es una teoría para cierta estrategia de la producción artística. Aquí surge una relación de irónica complementación entre una pequeña colección amateur, arbitraria y menor (en alza) y una colección oficial y poderosa. Aquí se presenta un espacio del arte –el de la intimidad de los talleres y la casas– que es precisamente lo opuesto al museo, porque escapa a las reglas de exhibición y a la disposición tradicional y académica. Los lazos que une una obra con otra son casuales, felices, intuitivos, arbitrarios, caprichosos... y eluden el guión expositivo, el ensayo y la “propuesta curatorial” (que sería lo ampuloso).
La “Re-colección” plantea un modelo alternativo del coleccionismo tradicional, porque supone la mirada artística de un modo excluyente, al margen de todos los demás operadores del sistema del arte. Se trata de una exhibición de la intimidad, una guía de ojos expertos y desinteresados, que miran desde la facción de la práctica y desde el poder creativo que implica la mirada no teórica ni comercial. Y si bien la colección no lleva el nombre de sus mentores, sin embargo, los incluye como participantes en un gesto –otro más– igualmente arbitrario e impolítico.
Más allá de que algunos artistas están casualmente en ambas colecciones, entre la Colección Costantini y la Re-colección acaba de tenderse un puente, una zona de acercamiento estilístico, de vaso comunicante. Esta intersección –e interacción– de actitudes se acaba de producir con el bienvenido “Programa de nuevas adquisiciones” del Malba, gracias al cual el museo incorporó a su colección mayor obras de excelentes artistas jóvenes, exhibidas en la segunda planta. Son 27 obras de 17 artistas, siete de los cuales están “representados” también en la “Re-colección” –más allá de aquellas coincidencias a priori, como Pablo Suárez–: Sergio Avello, Leo Bastistelli, Beto De Volder, Magdalena Jitrik, Daniel Joglar, Jorge Macchi y Guillermo Ueno. Los restantes artistas cuyas obras se sumaron a la colección Costantinti (aunque aún no hayan sido doblemente prestigiados con su pertenencia a la “Re-colección”) son: Eduardo Arauz, Diego Bianchi, Fabián Burgos, Feliciano Centurión, Alberto Goldenstein, Sebastián Gordin, Ruy Krygier, Adriana Miranda, Esteban Pastorino y Cristina Piffer. (En el Malba, Avenida Figueroa Alcorta 3415, hasta el 31 de enero).

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Fernando Brizuela, Beto de Volder y Mariano del Verme ante su “Recolección”.
 
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