ESPECTáCULOS › TEATRO ENTREVISTA A OSCAR MARTINEZ, AHORA AUTOR Y DIRECTOR

“La realidad no es más que una forma de ficción”

Es el autor y director de Ella en mi cabeza, que se estrena mañana en La Plaza, con Julio Chávez como protagonista. El afirma que esperó tanto “porque soy muy severo conmigo”.

 Por Cecilia Hopkins

Que la carrera de actor es “una excentricidad poco honorable”, eso pensaban los padres del futuro actor y director Oscar Martínez, frente a la posibilidad de que el chico decidiera dedicar su vida al teatro. Sin embargo, fueron sus tías quienes lo iniciaron como espectador la vez que lo llevaron a ver teatro al aire libre, una de las obras del ciclo que Cecilio Madanes dirigía en la calle Caminito. Pero la vocación por las tablas se había manifestado en él desde mucho antes, en función de su gusto por la imitación y la representación, tanto en las reuniones de entre casa como en las fiestas escolares. Acaso porque tendrían la esperanza de que ése, su segundo vástago, finalmente se inclinara por una profesión más convencional, los padres cuestionaron la idea de convertir en una forma de vida aquello que interpretaban como un pasatiempo. De todos modos, no obstante la prédica familiar, antes de terminar el secundario Martínez ya había comenzado sus estudios de actuación (ver ficha). Paralelamente a su pasión por el escenario fue creciendo en él un interés por el oficio del dramaturgo. Pero su rápido posicionamiento como intérprete le impidió desarrollar esta faceta suya: “Me fue bien como actor desde muy joven y la actividad me absorbió tanto que me quitó tiempo para escribir”, analiza en una entrevista con Página/12, a poco de estrenar su primera pieza, bajo su propia dirección. En efecto, con otras dos obras en su haber y después de años de postergar el momento de concentrarse en la escritura dramática, Martínez ha decidido darse a conocer como autor con Ella en mi cabeza, comedia dramática que podrá verse a partir del 12 en la Sala Pablo Picasso de La Plaza con un elenco integrado por Julio Chávez (como Adrián, el marido) Juan Leyrado (Klimovsky, el analista) y Soledad Villamil (Laura, la esposa). “Por ahora no tengo ganas de actuar –confía el director y flamante autor– y no me preocupa la fantasía que me aparece desde hace un par de años en relación a que voy a dejar de actuar para seguir escribiendo”.
–¿Cuenta con una formación dramatúrgica?
–A pesar de que soy lo que llamarían un autodidacta, es necesario señalar que, cuando estudié actuación adquirí conocimientos de arquitectura dramática, porque esto es inherente al trabajo actoral. Además, yo me formé con un autor como Juan Carlos Gené, quien solía hacernos grabar las improvisaciones para luego escribir los textos y profundizar en su estructura.
–¿Por qué tardó tanto en darse a conocer como autor?
–Haber esperado tanto tiene que ver con la severidad con que mido mi propio trabajo. Sé que tengo, tal vez, un exceso de rigor conmigo mismo, pero eso está en mi naturaleza. Yo sabía que en algún momento iba a revertir esa imposibilidad que tenía de ponerme a escribir teatro: fue después de volver de España donde estaba haciendo Art (la obra de Yasmina Reza) cuando escribí Ella... en muy poco tiempo y, contrariamente a lo que había hecho con las otras dos anteriormente escritas, apenas la terminé, la imprimí y la hice circular. Si no hubiese hecho eso, seguramente hoy no estaríamos hablando de su estreno inminente. Incluso, ya me la pidieron en España para montarla este año o el próximo. Un amigo que la leyó se asombró de que la escribiera en apenas un mes y medio. Pero a ese tiempo también habría que sumarle los 55 años que tengo.
–¿Pensaba en sí mismo como actor cuando delineaba a Adrián, el atribulado personaje protagónico?
–No, porque escribí la obra sabiendo que no quería actuar en ella. No me divertía estrenar una primera obra mía conmigo como protagonista: me parecía muy omnipotente, además, porque el personaje no sale nunca de escena. Tampoco tenía resuelto dirigirla, pero todos me dijeron que debía hacerlo.
–Tal vez, la mayor traba para interpretarlo sea que este personaje tenga demasiadas cosas suyas.
–Es cierto que los que leen la obra enseguida se imaginan a mí mismo haciéndola. Pero en realidad, los tres personajes deben tener cosas mías, porque en toda la obra está mi universo, mi imaginario. También mis propios giros, mis gustos y obsesiones. Y la intensidad y el ritmo que yo mismo trabajo como actor.
–Adrián es un personaje que está en plena crisis de pareja y el psicoanálisis aparece como una herramienta fundamental para que éste pueda atravesarla con éxito. ¿Usted tiene también tanta confianza en el análisis?
–Yo comencé a hacer terapia recién a los 36 y el hecho de que apareciera la figura de un terapeuta es algo que surgió sin que me lo propusiera. Fue muy sorpresivo, incluso, porque se trataba de un analista sumamente inductivo y yo siempre hice terapias prolongadas, más tradicionales, salvo experiencias muy breves de otro tipo. Cuando apareció este personaje hasta me surgieron algunos prejuicios, porque temía que la obra se transformara en una conversación. No estaba muy convencido de que el espacio de una terapia iba a permitirme jugar escenas interesantes arriba del escenario. Pero como el terapeuta existe en la cabeza del personaje, pensé finalmente que yo no estaba poniendo un terapeuta de verdad ahí.
–Parece que el tema de lo ficcional lo apasiona...
–Para mí, el criterio de realidad no está contrapuesto al de ficción. Lo que comúnmente llamamos realidad creo que también es una forma de ficción, porque allí se ponen en juego códigos, mandatos y roles que son representados. La realidad no es más que la más reputada de todas las ficciones. Y además, me parece que, como el sueño, la ficción conlleva las claves más profundas de cómo somos. Un sueño nunca miente y es mucho más revelador que el pensamiento o la razón. Me parece que las ficciones llevadas al cine o al teatro son una manera de compartir un viaje. Y en el caso de una obra de teatro, donde los actores están presentes, es una experiencia colectiva de mucho impacto que posibilita, también, una experiencia privada, única e intransferible, porque cada espectador le dará una interpretación diferente en función de su subjetividad.
–¿Fue desde un primer momento en que esta ficción asumió el formato de comedia?
–Eso sí fue deliberado: a mí me gusta mucho el humor en escena, al punto de que casi todo lo que hice fueron comedias dramáticas. A las pocas páginas me di cuenta de que estaba escribiendo una comedia: bien hubiese podido tomar el mismo asunto desde otro lugar. Pero me reía mucho escribiéndola.
–¿Porqué le interesa tanto el humor?
–Confío mucho en el humor porque me parece importante que algo divierta. Y si hace reír, mejor todavía. Creo más en la risa que en la conmoción o el llanto. Porque el humor tiene esa particularidad: te permite surfear mejor los conflictos y evitar que la ola te revuelque. Por supuesto, hay claves y códigos diferentes de humor y hay cierto humor que no me hace ninguna gracia. Yo traté de escribir aquello que me gustaría ver desde la platea. De ningún modo me puse a pensar qué es lo que le gusta a la gente, cómo satisfacer el gusto colectivo, aun cuando se sabe que no existe un acuerdo acerca de lo que es gracioso para la generalidad de las personas.
–¿Sigue pensando que el lugar del actor está en el teatro?
–Sí, sin lugar a dudas. El cine es del director. Y la televisión va a caballo entre una y otra cosa. No es comparable con ninguna de las dos, porque se ocupa más de la crónica diaria. Y no puede aspirar al vuelo y la hondura del cine o el teatro, porque ahí sí que se piensa primero en términos masivos.
–¿Cómo definiría a esta comedia?
–En Ella... hay una pareja, pero si la única lectura es que es una obra “sobre la pareja” sentiría que fracasé en parte. Art puede ser vista como el conflicto entre tres amigos, pero también habla de otros vínculos afectivos, de la tolerancia en las relaciones, del arte de vivir, del derecho a decir la verdad a alguien que uno ama, del conflicto moral que esto genera. En este caso, el conflicto principal es el que ocurre en la mayor parte de las parejas: pedirle al otro que sea sólo como uno quiere que sea. Y sentirse defraudado en la medida en que el otro no cumple esa expectativa. Pero yo espero que no sea vista solamente como una obra “de pareja” sino que desde allí, se vean iluminadas otras cuestiones que hacen a nuestra naturaleza, a cómo somos. Yo quiero hablar acerca de la realidad, de cómo estamos presos de nuestra subjetividad, para bien o para mal. Ocurre que las temáticas relacionadas con la pareja son muy teatrales –y de ahí que se exploten tanto– porque si hay algo que en el teatro no puede faltar es un conflicto y eso es algo que en las parejas tampoco falta nunca.

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Martínez eligió, para esta obra, un tono que fluye hacia la comedia.
 
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