ESPECTáCULOS

Palabra de Julio Chávez

“Oscar me llamó para que leyera su obra hace algo más de un año y, tras aceptar hacerla, recién volví a verlo para comenzar los ensayos. Enseguida reconocí en el texto su humor, su inteligencia, su conocimiento sobre algunas de las leyes de la comedia que nunca pueden estar ausentes. Es la primera vez que me dirige un actor y esto me generó, en un principio, algún temor. La primera vez que hablé con Oscar fue cuando yo integraba el Grupo de Repertorio, en 1976, cuando Agustín Alezzo me dirigió en El lazarillo de Tormes. Cuando terminó la función, él –que era un actor muy joven pero ya muy exitoso– bajó al camarín para felicitarme y ese gesto fue, para mí, como acercarle un sorbo de agua a un maratonista. Después, tuvimos muy pocos encuentros, pero fueron siempre acercamientos llenos de cariño y respeto. En cuanto al proceso de ensayos, fue muy placentero y sereno. Adrián, mi personaje, es un neurótico sumamente reconocible, muy paranoico. Los personajes rumian en su cabeza y toda la obra es su insomnio llevado a escena, con un humor muy delicado y muy difícil de interpretar. La obra refleja la falla inevitable que conlleva el amor y es notable la comprensión que Oscar tiene acerca de este tema. También es muy receloso de la letra, como todo autor. De modo que me propuse ofrecerme afirmativamente, como el mejor de los soldados”.

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