CIENCIA › SUSANA FINQUELIEVICH, LAS CIUDADES EN LA ERA DE INTERNET

“El mundo virtual no es paralelo al presencial, es su prolongación”

Es arquitecta, urbanista y doctora en ciencias sociales. Con ese cruce, estudia cómo se relacionan los seres humanos en la sociedad de la información y el conocimiento. La digitalización y los nuevos modos de percibir el tiempo y el espacio. Los procesos de la memoria.

 Por Pablo Esteban

¿Qué sucedió con los temores y las expectativas que se proyectaban en el pasado sobre la sociedad actual de la información y el conocimiento? ¿De qué manera los individuos construyen vínculos en el mundo presencial y en el virtual? ¿Qué ocurre con los procesos de memoria cuando los datos que circulan superan cualquier intento de archivo y sistematización? A abordar este tipo de interrogantes se dedica Susana Finquelievich, arquitecta, master en Urbanismo por la Université Paris VIII y doctora en Ciencias Sociales por la EÉcole des Hautes Etudes en Sciences Sociales, Paris. Los nuevos modos de socialización de las personas. Los vínculos que prescinden de la cercanía física. Las promesas de gobierno abierto y la participación ciudadana en la toma de decisiones. Las falsas promesas de las ciudades inteligentes. Los nuevos usos del tiempo y el espacio.

Susana Finquelievich tiene también un posgrado en Planificación Urbana y Regional por la Universidad Politécnica de Szczecin (Polonia) y se desempeña como investigadora principal del Conicet.

–Si en la actualidad los seres humanos se relacionan en una “sociedad de la información y el conocimiento”, en el pasado ¿qué ocurría? ¿No existía la información ni el conocimiento?

–Antes hubo información y conocimiento, por supuesto. Adopto esa expresión porque se trata de una convención pero estoy de acuerdo, habría que rediscutirla. Ahora bien, supongamos que uno acepta el acuerdo y para favorecer un ejercicio analítico y reflexivo, define tal noción. Podría decirse que las sociedades de la información y el conocimiento representan el producto de la revolución digital y de los nuevos lenguajes.

–¿Una revolución?

–Sí, una revolución en que las personas debieron incorporar hábitos de golpe. Una especie de necesidad autoimpuesta que se genera para no quedar al margen de un montón de actividades que comprometen nuevos hábitos. Probablemente, las revoluciones que sigan en el futuro no sean tan brutales porque el cambio fundamental fue el pasaje de lo analógico a lo digital. Si hace algunas décadas, le hubiera dicho a un amigo que extraiga un documento de una carpeta que se encuentra en una computadora personal y me lo envíe a cientos de kilómetros, me habrían mirado raro.

–¿Se refiere al mundo virtual?

–Exacto, tanto el virtual como el presencial existen. Al comienzo teníamos muchas ilusiones y pensábamos que el ciberespacio era un escenario paralelo hasta que nos dimos cuenta que es una prolongación del presencial y, en definitiva, los seres humanos van y vienen todo el tiempo aunque no lo sepan.

–Usted es arquitecta. En el marco de esta revolución que señala, ¿qué sucedió con el espacio?

–Se podría decir que desde los setenta la ciudad no ha modificado demasiado su aspecto físico (edilicio), con la salvedad de ciertos distritos tecnológicos y científicos. Sin embargo, habitamos ciudades gestionadas por medios informáticos. Es cierto, nosotros no lo vemos ni lo percibimos pero han transformado nuestras vidas, incluyendo el modo de utilizar el espacio. Se han suprimido viajes internos y se han trastrocado los usos del tiempo: el otro gran problema. Las relaciones humanas ya no se producen por cercanía vecinal, sino por intereses en común.

–¿Y qué cree que ocurre en relación a los valores y a los sentimientos? Existen personas que cultivan fuertes relaciones por internet y luego cuando concretan una cita presencial aquella confianza se desvanece.

–Creo que existen tantas variantes como personas en el mundo. Pero hay un punto importante: la química física existe, no solamente lo vinculado con las relaciones sexuales. Las personas, como buenos animales, también se huelen cuando se ven. Al mismo tiempo, en las relaciones prolongadas por internet, tarde o temprano, también es posible advertir si el asunto se prolongará o no.

–Ya hablamos del espacio, ¿qué sucede en relación al tiempo y a la memoria?

–En la actualidad, tenemos muchos problemas con los procesos de construcción de memoria. En principio, pienso que se descarta con mayor facilidad: las personas no se acuerdan de lo que experimentaron en el pasado inmediato. Cada individuo posee una especie de disco rígido con un límite. En este sentido, aprenden a recordar las cosas más importantes y descartar las restantes. Por un lado, contamos con tremendos repositorios de memoria como no hemos tenido antes pero al mismo tiempo tenemos el inconveniente de la amnesia tecnológica. Una inmensa cantidad de material que se digitalizó en soportes que son reemplazados por otros más nuevos. Por ejemplo, tenía miles de fotos guardadas en un disquete que ya ni siquiera puedo volver a ver. Espero que el pendrive dure un tiempo más.

–De modo que el asunto no es digitalizar la memoria, sino preservar lo digitalizado.

–Exacto. Hay un Alzheimer informático que es necesario prever. Es necesario pensar en la regulación.

–Si no ven series por Netflix ni cobran por home banking, ¿cree que la sociedad de la información y del conocimiento incluye a las clases más desfavorecidas?

–Eso es exactamente lo que hay que investigar. Es un vacío enorme, se trata de una pequeña pista. Es necesario saber cómo utiliza internet y produce sentidos la gente con menos recursos.

–¿Por qué su libro se titula I-Polis?

–Es el nombre del equipo de investigación que dirijo en el Instituto Gino Germani. La “I” es por “información”, por “investigación” y por todas las “I” que imaginables, mientras que “polis” quiere decir “ciudad”, pero también “política”. Y en el equipo hay mayoría de politólogos.

–Si tuviera que resumir en qué consiste la trama, ¿qué diría?

–Se trata de una viaje de unos treinta o cuarenta años hacia el pasado que parte y se enmarca dentro de aquello que denominamos como sociedad de la información y del conocimiento. De modo que lo que se analiza es qué fue lo que ocurrió con algunas premoniciones que cultivamos en las décadas anteriores. En efecto, si se cumplieron o si por el contrario solo quedaron en el plano de las ideas. Este libro es un material distinto, es un gusto que me doy. Un texto más desacartonado, pero que no resigna rigurosidad.

–¿Qué premoniciones?

–Básicamente son ciertos temores y esperanzas que se proyectaron en el pasado respecto a las tecnologías y al mundo informático tal como funciona hoy. En síntesis, lo que se esperaba en el pasado de la sociedad futuro.

–¿Algún ejemplo?

–En el pasado había un temor muy común que señalaba que “la ciudad iba a desaparecer” y que “las personas iban a estar tan comunicadas que no necesitarían la presencia física”, lo que se reveló falso. Los seres humanos necesitamos de la cercanía, en todos los ámbitos: tanto en el campo de la amistad, el amor y en el ámbito profesional. Otro temor, también rastreado en libros de ciencia ficción y novelas de la época, era que “los robots de inteligencia artificial se apropiarían de nuestras vidas y nos quitarían las fuentes de trabajo”. Incluso, la vigilancia.

–Bueno, pero esto se podría discutir. Me refiero a lo del empleo y la vigilancia.

–Sí, claro. Es que en el libro sostengo que las formas robotizadas se apropian de parte de nuestras fuentes laborales. Por ello, hay que pensar en qué otros trabajos se pueden generar que no sean capaces de ser reemplazados por máquinas. Me refiero a aquellos asociados a la creatividad, una herramienta indiscutiblemente humana. En cuanto a la vigilancia, también, se cumplió notablemente. Vivimos cada vez más vigilados, los sacrificios a la privacidad que se realizan en el altar del control son cuantiosos. A nuestro paso, dejamos rastros en absolutamente todo. Dejamos pistas, sin darnos cuenta. Todo el tiempo. Solía decirse que “el teletrabajo se configuraría como una gran fuente de promesas”. Aquella posibilidad de trabajar desde la casa sin sacarse el piyama era sumamente atractiva. Sin embargo, las desventajas también son sustanciosas en este punto: el desplazamiento de los costos al trabajador (luz, electricidad, conectividad) es muy marcado.

–¿Y qué piensa de la idea que ubica a las tecnologías de la información y la comunicación como potenciales herramientas al servicio del empoderamiento ciudadano?

–Creo que en parte se logró a partir de iniciativas que se concretaron gracias a las herramientas tecnológicas. Los eventos de la Primavera Árabe ilustran ello. Pienso, finalmente, que existe cierta cuota de agencia y capacidad de acción que ha ganado el pueblo con las nuevas formas de comunicación. Sin embargo, los vínculos nunca se producen de modo horizontal. La ciudadanía se organiza pero el contacto con los gobiernos no es significativo. Todas las regiones de Buenos Aires, por ejemplo, tienen redes sociales pero de ahí a generar participación estamos muy lejos. La idea de gobierno abierto es una falacia. En definitiva, la comunicación es poder.

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La arquitecta Susana Finquelievich se desempeña como investigadora principal del Conicet.
Imagen: Rafael Yohai
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