Lunes, 31 de marzo de 2008 | Hoy
Por Sandra Russo
En lo que llevamos de democracia hubo, creo, tres momentos como éste. La Semana Santa de las Felices Pascuas, la renuncia de Chacho Alvarez y el 2001. Momentos que históricamente son como un caldito de ésos que uno le pone a lo que cocina para darle sabor. Sustancia altamente concentrada. Momentos que fueron puntualmente el lugar en el que los caminos se bifurcan.
En los tres casos anteriores, si uno los roe un poco, se deja ver el hilo en común con éste que hoy nos agita y que los supera a todos. Allá por las Felices Pascuas todavía las Fuerzas Armadas se resistían a perder el poder, y terminaban entregándolo, presionadas por una enorme movilización colectiva, a cambio de impunidad. Los tratos de la negociación fueron secretos.
Cuando renunció Chacho Alvarez después de denunciar las coimas en el Senado, y de decir que la luz verde para la compra-venta de leyes bajaba desde la Presidencia, las cosas hubieran podido ser distintas. Había dos caminos y esta sociedad eligió el que dirigía la rabia, la desilusión, el resentimiento hacia Chacho Alvarez. El progresismo también y especialmente anidó en ese nicho mental. Afuera del nicho quedaba un Senado corrupto y la ley que permitió liquidar la mayoría de las conquistas gremiales peronistas.
El 2001 está fresco. Sobre todo por la liturgia del espontaneísmo que inauguró. También fue el momento en el que se intentaron las asambleas. Las asambleas terminaron deshojadas y lo del espontaneísmo, como valor en sí mismo, quedó. Como si las reacciones espontáneas de la gente o la gente “suelta”, sin vínculos con ninguna organización social, fueran más valiosas o más justas. En TN, esta semana, se pudo escuchar a los cronistas de las marchas “del campo” en Plaza de Mayo describir “lo espontáneo” de esa protesta, contraponiéndola a la respuesta “organizada” de D’Elía. Había muchas maneras posibles de presentar el escenario confuso que se vivía esas noches, pero los cronistas eligieron una, probablemente llevados por una inercia mental que a esta altura es “operación”. Del lenguaje, pero una operación. Describir una marcha como “espontánea”, dejó que sobre esa palabra cayera toda una cadena semántica (espontáneo, libre, legítimo, verdadero, natural, educado, independiente, creíble, etc.), mientras que no sólo D’Elía, sino también la multitud de Parque Norte fue descripta como “organizada”, lo cual reforzó la “operación” con la cadena semántica de lo “políticamente organizado” (clientelismo, pago, ignorancia, segundos intereses, insincero, patotero, etc.).
En un magnífico ensayo titulado La política y el idioma inglés, George Orwell decía que “es claro que la decadencia del lenguaje ha de tener, en última instancia, causas políticas y económicas. Pero un efecto se puede convertir en una causa, reforzar la causa original, y producir el mismo efecto de manera más intensa, y así sucesivamente”. Cuando los medios masivos dejan decaer su propio lenguaje “por impericia o dejadez”, están abandonando clandestinamente la objetividad que proclaman.
Lo espontáneo y lo organizado son apenas un par de nociones opuestas que se usan en los medios masivos, ajustadas a un contexto ya pasado, que las cargó con un sentido que hoy favorece a la reacción. Poner las cosas en esos términos es seguir sobrevalorando lo espontáneo, cuando en sí el espontaneísmo no sólo puede hablar de sinceridad, sino también de ignorancia; no sólo puede connotar independencia, sino también resistencia a la asociación y a la cooperación con los demás. A estas dos últimas virtudes sociales se puede acceder más fácilmente a través de la organización. Pero la palabra organización sigue siendo usada de modo peyorativo en los medios masivos. Termino con Orwell, que lo dice mejor que nadie: “Esta mezcla de vaguedad y clara incompetencia es la característica más notoria de la prosa inglesa moderna, especialmente de toda clase de escritos políticos. Tan pronto se tocan ciertos temas, lo concreto se disuelve en lo abstracto y nadie parece capaz de emplear giros del idioma que no sean trillados; la prosa emplea menos y menos palabras elegidas a causa de significado, y más y más expresiones unidas como las secciones de un gallinero prefabricado”.
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