CONTRATAPA

¿Qué hago aquí?

Por Roberto “Tito” Cossa

Un convite profesional me llevó a España durante dos semanas. Salí de Buenos Aires barruntando las largas charlas que tendría con amigos, conocidos y gente a conocer, sobre la situación argentina. Me imaginé que iba a ser sometido a dos preguntas clásicas y, a la vez, coincidentes: ¿qué pasa en la Argentina? y ¿cómo puede ser que un país tan rico como la Argentina haya llegado a esta situación?
Mentalmente me armé mi propia explicación. Aproveché las doce horas de avión para organizar mis ideas y llegar de esa manera a un discurso que permitiera a un español desentrañar nuestra incomprensible realidad. Recuerdo que mi tesis se iniciaba con la Generación del ‘80, pasaba primero por el fenómeno de la inmigración, Yrigoyen y el peronismo, hasta concluir en Menem y la debacle de la Alianza.
Para mi desilusión nadie me preguntó nada. A un promedio de cinco tascas y ocho orujos por día y no menos de seis horas de charla por jornada, el tema argentino no apareció nunca. No hubo caso. Cada vez que se me ocurría hablar de la Argentina mi interlocutor perdía la mirada. O, para mi desesperación, igualaban sus pesares con los nuestros.
Es que los españoles están convencidos de que viven en una sociedad corrupta e insegura. A fines de septiembre estalló el caso de dos diputados del oficialista Partido Popular que habían designado en cargos públicos a parientes, amigos y amantes. Y en la primera semana de octubre se destapó que un alto funcionario del Ministerio de Educación le había otorgado a su mujer una beca de 12.000 euros. Un escándalo.
El 75 por ciento de los españoles cree que la inseguridad es cada vez mayor y responsabiliza al gobierno. Durante mi estada ocurrió un episodio que sacudió a la opinión pública. En Barcelona apareció un grupo de jóvenes que se dedicaba a apalear indigentes con el agravante de que filmaban la pateadura. Los periodistas, escandalizados, se remitieron, como mínimo a las imágenes de La naranja mecánica. Otro hecho: en un diario de Extremadura se publicó la foto de seis sexagenarios, vecinos de la localidad de San Fernando, que decidieron formar un Comité de Autodefensa para terminar con los jóvenes vándalos que de noche ensucian las paredes del pueblo. En la fotografía los veteranos mostraban rostros realmente belicosos.
Estuve tentado de explicarles a los españoles lo que es la verdadera corrupción y lo que significa la violencia en serio. Pero comprobé que de nada serviría. ¿En Argentina los policías tiran jóvenes al río? Es cosa de vosotros. Aquí hay que terminar con los vándalos que pintarrajean las paredes. La misma indignación. La misma incertidumbre.
Parece que vivimos en un mundo en el que nadie está satisfecho con su vida y deposita sus fantasías en realidades lejanas.
El productor teatral Eladio Sánchez, que pasó varias veces por acá (la última en el mes de mayo), acodado en la barra de una tasca de Badajoz, rodeado de una decena de platitos ya vacíos y después del cuarto orujo, me confesó:
–Si vosotros tuvierais las tapas, yo me iría a vivir a Buenos Aires.
–Eh, le respondí. Si ustedes se sentaran a las mesas para chupar y charlar, yo me quedaría en España.
Y me enojé:
–¿Qué manía es ésa de arremolinarse todos alrededor de la barra y tomar y picar parados cuando hay mesas y sillas para sentarse?
Excusas. Momentos poéticos que estimula el alcohol. Eladio, nacido en un pueblo extremeño, ama a Madrid como yo amo a Buenos Aires. Madrid, esplendorosa como nunca, es para mí como una amante con la cual se pasaban buenos momentos. Pero después de la juerga, lo que uno más desea es estar en casa.
Epílogo
En una de las salas de Barajas, mientras esperaba la salida del avión a Buenos Aires, entablé conversación con un joven argentino que intentó la aventura de radicarse en España. Después de más de un año de vivir en Madrid, se volvía definitivamente.
–¿Tenías los papeles en regla?
–Soy ciudadano español –me respondió.
–Pero no tenías trabajo.
–Todo lo contrario. Un buen trabajo, muy bien pago.
–¿Y te volvés? ¿Qué vas a hacer en la Argentina?
–No lo sé.
Se hizo un silencio. Probablemente el muchacho se sintió obligado a darme una explicación. Y me contó:
–El domingo pasado me fui a caminar por Lavapiés...
–Se parece a San Telmo –dije por decir.
–Era la hora del crepúsculo. Las calles estaban desiertas. Me metí en una tasca y pedí un café. El único parroquiano era un viejito borracho que tarareaba flamenco. El lugar empezó a ensombrecerse y el mesero encendió una luz mortecina. Luego prendió la radio. Transmitían el partido entre el Osasuna y el Rayo Vallecano en un idioma sólo parecido al mío... Ahí me pregunté: ¿qué estoy haciendo aquí?
Desde un parlante nos anunciaron en castellano y en inglés que debíamos embarcar. Y todos nos encaminamos hacia la manga.

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