ECONOMíA

La ecología, parece, es un asunto de extranjeros

El empresario y ecologista Douglas Tompkins acaba de comprar los esteros del Iberá, para agregarlos a sus extensas tierras patagónicas. Vida Silvestre dice que todo es beneficencia.

 Por Cledis Candelaresi

Hasta hace días apenas, hacer avistaje de aves en los esteros del Iberá, una de las reservas de aguas dulces más grandes del país, sólo requería un trámite sencillo. Pero desde que Douglas Tompkins le compró 120 mil hectáreas a la familia Blaquier en las proximidades de Colonia Pellegrini, el acceso a este espectacular pantano correntino está vedado. Con el proclamado fin de preservar valiosos ecosistemas amenazados por la inconducta del subdesarrollo, el empresario norteamericano también compró grandes extensiones en Misiones, Patagonia y el sur de Chile. La Fundación Vida Silvestre ofrece pruebas de que no se trataría de ningún avance temerario sino sólo de operaciones con fines benéficos.
Tompkins construyó su fortuna con la marca de ropa deportiva Esprit y de montañismo The North Face, negocios que abandonó hace una década. Con su fortuna nutrió la Foundation for Deep Ecology y el Conservation Land Trust, dedicados a la preservación del medio ambiente. Cuando era apenas un joven que disfrutaba de viajar por Sudamérica, Tompkins quedó fascinado con los tupidos bosques del sur chileno. Años después, ya convertido en próspero textilero, compró una extensión tan grande de tierras en esa región que es difícil ir del Pacífico a la cordillera sin atravesarla. Allí están las coníferas de 3000 años que alguna vez lo enamoraron.
Esa operación conmovió a la opinión pública chilena y generó un arduo debate sobre el peligro que representaría para la soberanía nacional. No es lo que ocurrió, al menos aún, por su compra de 60 mil hectáreas en Monte León, Santa Cruz. La operación argentina fue muy singular y en ella tuvo un papel protagónico la Fundación Vida Silvestre.
La ONG local –otrora presidida por Francisco Erize, ex esposo de María Julia Alsogaray– consiguió que Tompkins financiara la compra de aquellos terrenos a una familia de terratenientes locales. Pero según da fe Javier Corcuera, actual titular de Vida Silvestre, el propósito excluyente de la operación es donar ese predio a Parques Nacionales. Tompkins apenas se reservará para sí unas 300 hectáreas para levantar una hostería.
¿Por qué tanta generosidad? En principio, para aprovechar ventajas fiscales norteamericanas a inversiones de bien público. Un mecanismo de elusión de impuestos que también existe en la legislación argentina y por el cual grandes empresas pueden canalizar a través de fundaciones dinero para la promoción “del bien público”, que de otro modo debería destinarse a impuestos. El 1 de noviembre Fundación Silvestre promete hacer efectiva la cesión al Estado de las tierras que compró con dinero norteamericano. Aun así, no estará dicha la última palabra: faltará que la legislatura santacruceña convalide la transferencia a la Nación, luego una ley Nacional que cree el parque nacional y finalmente un decreto que la reglamente. Si esto demorase más de tres años –nada disparatado considerando la situación política del Parlamento, elecciones mediante– Monte León simplemente retornaría a manos de Tompkins.
La mecánica fue mucho más sencilla y directa en Corrientes, donde el filántropo compró en dos etapas una gran extensión de tierras situada entre una enorme reserva provincial y las aguas de los esteros. Aquí no hay compromiso de donación y sólo el presunto propósito de cuidar la extraordinaria riqueza de la flora y fauna correntina.
Según Corcuera, los esteros están amenazados por la propia Entidad Binacional Yacyretá que, si subiera su cota tal como se plantea, inundaría la zona y arrasaría íntegros varios ecosistemas. Del mismo modo que existen otros peligros reales en el sur argentino, como el plan de la multinacional Trilium Corporation que compró grandes bosques en Tierra del Fuego para transformar los añosos árboles en viruta. La cuestión no radica en la nacionalidad de Tompkins sino en los restrictivos criterios para acceder a sus propiedad: los Blaquier admitían el paso tras la formalidad de un permiso que el norteamericano no está otorgando. Y hay algo mucho más preocupante: la falta de garantía estatal para preservar espacios públicos como las costas de lagos, ríos o, en este caso, esteros. Por esa debilidad resultan intransitables algunos ríos patagónicos en tramos que atraviesan propiedades privadas. Hasta sectores del Nahuel Huapi se tornaron inaccesibles desde que multimillonarios extranjeros y locales como Amalia Lacroze de Fortabat construyeron mansiones de descanso en sus orillas. Los extranjeros alimentan otros fantasmas, como el de ser punta de lanza de un plan estratégico de quedarse con reservas de agua dulce, de enorme valor en el futuro, o para talar bosques irrecuperables. Quizá todo sea un capricho de acumular retazos de belleza natural por poca plata, aprovechando que tras la devaluación la propiedad argentina es una pichincha.

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La Patagonia es una vieja obsesión del norteamericano.
 
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