CONTRATAPA › ARTE DE ULTIMAR

El partido del granizo

 Por Juan Sasturain

La final de campeonato de ayer, con el triunfo de Vélez y los claroscuros de algunos detalles desagradables –provocados por circunstancias externas, en un partido tranquilo y correcto en general dentro de la cancha– será recordada largamente. Somos muchos los que teníamos ganas de que saliera campeón Huracán, que nos gustan y seguirán gustando su fútbol y sus jugadores, pero es probable que ayer Vélez haya hecho un poco más, haya tenido un poquito más de convicción. Siempre se puede discutir todo, en especial lo referente a las sanciones arbitrales, pero no cabe poner el énfasis en detalles. Brazenas se equivocó bastante poco y, cuando le tocó errarle, me parece que pifió parejo.

Los jugadores, además, no lo complicaron. Los de afuera de la cancha, en cambio, entre allegados e hinchas (bombardeos a Monzón, agresión a Sebastián Domínguez) estuvieron peor en todo sentido: tenía razón Cappa cuando se calentó tras el gol (es bárbaro cómo putea Angelito...) al desaparecer las pelotas. Una vergüenza. Sin embargo, más allá del gol de Maxi y las polémicas, el partido será recordado –así lo espero– como El partido del granizo.

Es que la meteorología y sus temas conexos tienen la virtud nunca del todo suficientemente reconocida de suministrar –desde épocas inmemoriales– tema y motivo de conversación universal. Hablar “del tiempo” es anterior e incluso contradictorio al hecho de estudiar/saber del clima. Y ayer, los largos minutos de interrupción por un motivo “metereológico” (sic) –según el videograf de mi transmisión de tele– motivaron la más densa proporción de comentarios irrelevantes por minuto de la que tenga memoria. Qué manera de decir boludeces...

Claro: qué decir del granizo... Sabemos que la que se ocupa del clima no es una ciencia exacta, pero sí una disciplina que gusta entreverar, matizar sus juicios altamente ideologizados con apreciaciones que combinan lo ético y lo estético sin pudores. Sólo los hombres de la sociedad moderna y desarrollada, cuyo centro de actividad está en las ciudades –bajo techo, en ambiente no natural– y que en general sólo conciben la intemperie como lugar de tránsito o esparcimiento podrían haber establecido los conceptos de lo bueno y lo bello referidos a lo templado/soleado. Así, “buen tiempo” y “día lindo” significa, en principio, que no llueva. Que se pueda estar afuera. Claro que no sólo lluvia cae del cielo ni todo lo que no es sol y viene de las nubes es objeto del mismo tipo de juicios. Ayer tuvimos esa evidencia.

Alguna vez hemos desarrollado la idea obvia de que la lluvia y la nieve tienen, por lo menos como espectáculo, su prestigio poético. Es que, como suelen ser motivo de ocasional incomunicación y de espera, puntualizan el paso del tiempo. No siempre se llega al extremo de disfrutar del agua como Gene Kelly en Singing in the rain, pero González Tuñón lo explicó en un gran poema de amor –“entonces comprendimos que la lluvia también era hermosa”– y al petiso Manzanero le pegó fuerte melancolía en un bolero lleno de infinitivos y versos de telegrama. Y en cuanto a “vivir la nieve”, no es lo mismo laburar en una escuela rural en la cordillera que ir a esquiar a Las Leñas. O la simbólica Navidad blanca de Qué bello es vivir que la feroz intemperie de un cuento de Jack London. En fin, que de lo que viene del cielo encapotado se puede opinar según experiencia y circunstancia.

Pero hay algo que nadie pide antes ni disfruta durante o después, que “no sirve” en apariencia para nada: el aparatoso granizo, ese cascotazo celestial del que ayer tuvimos una muestra evidente y localizada, como si fuera un bombardeo selectivo... Sin la brutalidad apocalíptica de una erupción o un tsunami –supremos, soberbios gestos–, el granizo también tiene algo de bíblico. Porque si hay Quien allá arriba administra el escurrir de las nubes, hay alguien que dijo que la lluvia se le cae y que a la nieve la suelta... Pero no cabe duda de que al granizo lo tira.

Así, si las gotas son una bendición y los copos un regalo, las piedras parecen una opinión, por no decir una puteada. Y ante opiniones como la de ayer en Liniers, el buen sentido indica que sólo cabe escuchar con atención. Ya que no revisamos el país, la política y la economía, revisemos el Apertura, el Clausura, la Selección, el fútbol argentino en general. Estamos muy mal. Hay un Espectador privilegiado que no se pierde partido y que ya no parece dispuesto a darnos una equívoca mano, como antaño.

Habrá que empezar a jugar bien y a portarse mejor.

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Imagen: Bernardino Avila
 

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