CONTRATAPA

Aprietes

 Por Antonio Dal Masetto

Hacía mucho que Ferdinando no se daba una vuelta por el bar. Ferdinando es el mayor estilista que conocimos en el arte de la seducción. Lo hemos visto someter bastiones inexpugnables con la distinción, astucia y destreza de un mosquetero de Alejandro Dumas. Uso el término mosquetero porque a Ferdinando siempre le gustó relacionar las sutilezas de su arte con las de la esgrima. Su arma predilecta es el florete. En muy contadas ocasiones –nos confesó en cierta oportunidad– apeló al sable y a la espada. Le preguntamos cómo andan últimamente sus actividades.
–Nada bien –nos contesta–. Voy de derrota en derrota.
–¿Qué pasó? –decimos alarmados–. ¿Lo aqueja algún problemita funcional?
–Yo sigo siendo el de siempre, pero mi arte ya no tiene cabida en estos tiempos que corren.
–Eso es difícil de creer, maestro.
–Voy a mencionarles algunos tropiezos recientes para que tengan una idea. En una fiesta me presentan a la hija de un embajador, bella como un sol y sin duda muy espiritual porque, como bien sabemos, la belleza física siempre va acompañada por la sensibilidad de espíritu. Estamos en el jardín e inmediatamente desenvaino el florete. Me dispongo a un ataque envolvente, para luego, al final, aplicar mi estocada secreta. Pero ella no me da tiempo a nada. “¿Qué tal, potranco? –me dice–. Esta fiesta es un plomazo, ¿qué te parece si nos vamos a comer algo y a tomar un vino por ahí? Conozco un bolichito genial, te va a encantar; luz de velas y buena música.” Mi florete acusa el impacto, se me escapa de la mano y vuela por encima de los canteros. Quedo literalmente neutralizado. La muchacha me toma del brazo y me lleva al bolichito. Elige la marca y el tipo de vino. “Este tinto lo vas a disfrutar –me dice–, estoy segura de que tiene que ver con tu personalidad, es un vino muy brioso.” Y no para de acariciarme la mano. Aquella no fue una cena, fue una humillación.
–Un caso aislado de extravagancia femenina –decimos todos.
–Vean esta otra. Pincho una goma en la ruta. No tengo ganas de ponerme a cambiarla. Hago dedo para que me lleven hasta una estación de servicio. Se detiene un coche sport y baja una muy linda morochita de ojos verdes. Antes de que avance un paso, yo ya desenvainé. Mientras la miro acercarse, corto el aire con el florete y me preparo para enroscarla con las exquisiteces de mi arte. Tampoco ésta me da tiempo. “¿Qué hacés, macho? -me dice–. Veo que pinchaste, dejame que te dé una mano.” Otra vez el florete vuela y va a parar al medio del campo, entre las vacas que están pastando. Ella abre el baúl, saca la llave cruz, saca la rueda de auxilio y la cambia en tiempo record. “Seguime, campeón –me dice–, vamos a tomar un trago y así nos hacemos amigos.” Dejo que se adelante un poco y me voy por el primer desvío.
–Otro rarísimo caso de extravagancia –decimos.
–Concurro a un vernissage y como siempre echo un vistazo alrededor para verificar cuántas de las damas presentes podrían incentivar el despliegue de mi arte. Mientras tanto palmeo la empuñadura del florete. Hay una pelirroja en la punta opuesta del salón. Siempre me inspiraron mucho las pelirrojas. Me voy acercando y desenvaino. Ella toma una copa de champán, viene a mi encuentro y me la ofrece. “¿Qué tal, pimpollo? –me dice–. Mi nombre es Bárbara.” Me arregla la solapa del saco y me pellizca una mejilla. El florete sale volando por una ventana. Después, la pelirroja, sin parar de hablar, me va dando empujoncitos, me obliga a retroceder hasta sacarme al balcón, me arrincona, me abre la camisa y con su largo dedo índice se dedica a enrularme los pelos del pecho. Yo paso por encima de la baranda y me descuelgo hasta la calle por una enredadera.
–Tres casos de mujeres extravagantes no significan nada –decimos. –No son tres. Son todas. Hasta me dicen piropos por la calle y algunos muy subidos de tono. Yo me pasé la vida puliendo un estilo, me eduqué para el ataque, las estrategias y el premio final después de batallar duro. Ya no hay sitio para mí.
–Tranquilo, Ferdinando, el mundo sigue dando vueltas. Manténgase en forma, limpie el florete todas las semanas y no desespere. Ya verá que en cualquier momento las cosas volverán a ponerse difíciles otra vez.

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